La leña arde alimentando el fuego. Ollas ennegrecidas, reposan sobre unas hornillas que no son hornillas, son frutos del ingenio.
Minutos de espera. El desayuno no está listo, pero ya falta poco, entonces, la familia entera conversa con el par de huéspedes inesperados, aparecidos -debilucho uno, vigoroso el otro- por el caminito de barro que conduce a su pueblo: Nueva Omia, en la región Amazonas.
La ollas tapadas ocultan el arroz y la pitucas -las primas selváticas de la papa- que se servirán en el desayuno.
La señora Genoveva es generosa con las porciones del cereal y del tubérculo. A veces exagera un poquito. Sus platos son abundantes y, siempre, cuando comienzan a quedar vacíos, ella ofrece y -sin esperar respuesta- agreta un poquito más de pituca y arroz, de plátano o yuca, dependiendo del menú, de lo que sirve en el almuerzo o en la cena.
Pero hoy no hay plátano sancochado ni yuca -recurrentes en la mesa de la familia Jiménez - García.
Hoy hay café recién tostado, pasadito, bien rico, según se presume por el aroma que se escapa de la tetera; un café que los cordiales anfitriones prepararon especialmente para sus inusuales visitantes: un chasqui que "jironea" por los caminos incas y un periodista que pasea sus ampollas y calambres por distintos destinos del país.
"Nosotros producimos café pero rara vez nomás lo tomamos", explica con una breve sonrisa don Santiago, mientras su hija menor sirve la humeante bebida y su esposa, con habilidad de ilusionista, saca bajo la manga o, mejor dicho, del caliente corazón de una de sus ollas, un guisito de gallina.
Minutos de espera. El desayuno no está listo, pero ya falta poco, entonces, la familia entera conversa con el par de huéspedes inesperados, aparecidos -debilucho uno, vigoroso el otro- por el caminito de barro que conduce a su pueblo: Nueva Omia, en la región Amazonas.
La ollas tapadas ocultan el arroz y la pitucas -las primas selváticas de la papa- que se servirán en el desayuno.
La señora Genoveva es generosa con las porciones del cereal y del tubérculo. A veces exagera un poquito. Sus platos son abundantes y, siempre, cuando comienzan a quedar vacíos, ella ofrece y -sin esperar respuesta- agreta un poquito más de pituca y arroz, de plátano o yuca, dependiendo del menú, de lo que sirve en el almuerzo o en la cena.
Pero hoy no hay plátano sancochado ni yuca -recurrentes en la mesa de la familia Jiménez - García.
Hoy hay café recién tostado, pasadito, bien rico, según se presume por el aroma que se escapa de la tetera; un café que los cordiales anfitriones prepararon especialmente para sus inusuales visitantes: un chasqui que "jironea" por los caminos incas y un periodista que pasea sus ampollas y calambres por distintos destinos del país.
"Nosotros producimos café pero rara vez nomás lo tomamos", explica con una breve sonrisa don Santiago, mientras su hija menor sirve la humeante bebida y su esposa, con habilidad de ilusionista, saca bajo la manga o, mejor dicho, del caliente corazón de una de sus ollas, un guisito de gallina.
El desayuno está servido. Buen provecho. Buen recuerdo de Nueva Omia y de la familia que, por decirlo de alguna manera, me "adoptó" durante varios días, demostrándome una vez más, que el Perú está lleno de gente buena y solidaria. Por eso sigo viajando, por eso sigo escribiendo y contando mis historias.
Comentarios
Linda la crónica, provecho!!
Un saludo cordial,
r.v.ch.