Lejos del centro con sus emblemáticas casonas de sillar.
Cerca a un estadio y una posta médica que más de un taxista no conocen ni de a oídas.
A unas cuantas cuadras del mercado de un barrio popular y periférico, en el que no hay campiñas sosegadas y la ciudad deja de ser monumental para convertirse en un animado enjambre de casas a punto de terminarse o a medio construir.
En un espacio urbanizado por la asociación de vivienda Santa Mónica del distrito de Jacobo Hunter, al que se arriba preguntando y averiguando por una posta de nombre patriótico que evoca a una de las tantas batallas sin victorias de la Guerra del Pacífico.
Allí, en el Alto de la Alianza, un lugar que los sociólogos y otros investigadores no dudarían de calificar como una zona emergente, vive y crea un artesano premiado y reconocido por el mismísimo concejo provincial de Arequipa.
Sí, a un par de cuadras de la ya mencionada posta, en una calle sin nombre en el que los lotes y las viviendas se identifican con una letra y un número, está la casa y el taller de Rolando Jihuallanca Negrón, un experto en las técnicas de la marquetería.
Dentro de la casa, hacia la mano izquierda, en un cuarto amplio en el que hay una mesa larga que alberga en su superficie un laberinto de pomitos de pintura, pinceles y obras a medio hacer, el maestro Rolando trabaja con calmada destreza.
A veces o muchas veces, cuando hay un pedido grande o se acerca una feria o exposición fuera de Arequipa -quizás en Brasil, tal vez en Colombia- Rosa, su esposa, le echa una manito. Ella ha aprendido los secretos de su arte.
Pero no es la única que acompaña al maestro. También lo hace su hija, una niña que como jugando o haciendo travesuras, imita los inspirados e inspiradores quehaceres de sus padres, en ese taller que está a la mano izquierda de una casa alejada del centro, pero cerca a un estadio y a una posta médica.
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