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Sembrando vida, sembrando futuro


El texto que usted leerá a continuación fue escrito a manera de prueba para un proyecto de libro de crónicas de viaje enfocado a los niños. Lo redacté a inicios de año, luego de participar en el Queuña Raymi, una fiesta de reforestación que, desde hace 20 años, se realiza en las alturas de Ollataytambo (Urubamba, Cusco), gracias a la iniciativa conservacionista de la Asociación de Ecosistemas Andinos (Ecoan). Por diversos motivos, la idea es un pendiente y, mientras se concreta (espero que así sea) me animo compartir este relato. Solo les pido un favor, si tienen hijos invítenlos a leerlo o, en todo caso, leánselos, para saber si esta prueba iba por el buen camino.

I

Es una niña, una niña que baila y sonríe en una mañana de domingo. Ella no está sola. Ella es parte de un grupo de danzantes que imitan a las huallatas, un ave andina que vive en los bofedales. Por eso mueven los brazos como si estuvieran planeando y dan saltitos como si quisieran volar, mientras suena el tambor, la flauta y el pututo, una caracola marina convertida en instrumento de viento.

Pero no todos bailan. Cerca de la niña que sonríe en esta mañana de domingo, varios hombres y mujeres ordenan y acomodan decenas de plantones en mantas de muchos colores. Son pequeñas queuñas o queñuales, un árbol nativo cuyos bosques se están perdiendo o están amenazados en las alturas de las cordilleras, como tantas otras especies de flora y fauna del Perú y el planeta entero.

II

Es un hombre, un hombre que se entiende con la tierra, que habla quechua y español. Él no baila en esta mañana de domingo. Tiene otros quehaceres: organizar, dirigir, acompañar a sus paisanos a las laderas de los cerros que serán reforestadas con esos plantones, cuidados con cariño en los viveros de las comunidades campesinas de Patacancha y Rumira Sondormayo.   

Ahí estuvieron de 8 a 10 meses. Ahí estuvieron hasta la víspera del Queuña Raymi, la fiesta de la reforestación que empezó con baile y continuó con una peregrinación por dos caminos separados por un río. Frente a frente, con banderas y andando rapidito, los comuneros de Rumira Sondormayo avanzaron por una carretera sin asfalto, mientras que sus vecinos de Patacancha fueron por un sendero polvoriento.

III

Es una mujer, una mujer que teje los ponchos y chullos usados por los varones. Son bien bonitos. Los hace de muchos colores y los decora con los animales que existen en su comunidad, un retacito de los Andes en el distrito de Ollantaytambo, provincia de Urubamba (Cusco). Pero ella en esta mañana de domingo no está hilando. Ella está sembrando muchos arbolitos en un paraje llamado Sacsa.

Su hijo la acompaña, la mira, aprende la importancia de reforestar. Los bosques son necesarios para la buena salud de la madre tierra. Por eso la niña baila para que el raymi sea un éxito. Por eso el hombre se preocupa de que todo salga bien. Por eso la mujer le enseña a su guagüita a sembrar vida en un terreno fangoso de lluvia y cubierto de ichu, la paja que crece a miles de metros de altura.

IV

Es un viajero, un viajero que pregunta, escribe, hace fotografías y que, en esta mañana de domingo, acompaña, camina, sube el cerro con los comuneros. Solo le falta llevar un atadito de plantones o ayudar a los arrieros de las llamas cargueras. Será para la próxima, dice agitado por los 4200 metros de altura, una gran complicación en sus esfuerzos por igualar el paso de los que nacieron y viven aquí.

Ellos y ellas ‘vuelan’ con sus ojotas de caucho. Son agilitos. No se cansan y solo se detienen cuando llegan a su destino. Es hora de sembrar. Es hora de rendirle tributo a la Mamapacha (Madre Tierra) y a los Apus (montañas), con hojas de coca, cigarrito, un traguito y oraciones en quechua. Lo hacen para que todo salga bien. Lo hacen respetando las costumbres que aprendieron de sus padres y abuelos.

V

Y en esa mañana de domingo de fiesta comunitaria, de Raymi solidario por la conservación y recuperación del queuñal, aparecería otro personaje. Su presencia no era inesperada. Se había anunciado en el cielo gris y en las nubes oscuras. Así que nadie se sorprendió cuando se desató la lluvia; esa lluvia que no quiso perderse la gran celebración de los comuneros cusqueños.

Lluvia fresca, lluvia rica, lluvia que nutre las chacras. Lluvia que hace correr a la niña y a las huallatas danzarinas, al hombre que se entiende con la tierra, a la mujer que hoy dejó de tejer, al periodista que se olvida de la altura para buscar refugio. Es en vano. Todos se mojan y, bien mojados, regresan a sus comunidades en una tarde de domingo sin baile ni siembra, pero con hartas sonrisas por la tarea cumplida.

*Si quiere saber más del Queuña Raymi 2022 haga click aquí.

*Entérese de otra experiencia de reforestación de queuñas o polylepis aquí.

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