La primera vez que fui a la fiesta del agua en Andamarca, un hombre voló en parapente desde el apu Ajaimarca y uno de los toros de esa fiesta brava sin matadores ni cortes de oreja, se escapó ladina y fieramente del ruedo improvisado.
Eso fue en el 96 o, quizás, en el 97, cuando en el pueblo no había teléfono ni corriente, apenas unos equipos de radio y un rugiente grupo electrógeno que se encendía brevemente en las noches, nunca más allá de las 11.
En ese viaje precursor, me hospedé en el hotel Municipal –creo que era el único en ese entonces- y en la tarde del atipanakuy (duelo), pude ver bailar al Alacrán, un danzante de tijeras que dejaría su arte para buscar una vida distinta en Canadá.
También recuerdo haber bailado o zapateado o intentado zapatear de casa en casa, en una noche fría que la danza convirtió en calurosa. Probé el calentito y la chicha, invitándole el primer sorbo a la Pachamama.
A la mañana siguiente, en la orilla de una laguna, unos hombres oficiaron un pagapa (pago a la tierra). Ellos me contaron que el lugar del pago era sagrado y que si alguien lo abría antes de la fiesta, se enfermaba o moría.
No bromeaban, sus palabras transmitían una verdad que habían aprendido de sus padres y abuelos.
Luego de honrar a la tierra con maíz y hojas de coca, aquellos comuneros me invitaron a merendar y unas señoras tímidamente sonrientes, me cachetearon con barro, porque así es la costumbre, joven, se excusaron, rieron, me hicieron parte de su fiesta.
Cuando todo terminó, un bus bastante maltrecho me trajo de regreso a Lima. El viaje fue duro. La carretera no conocía de asfalto hasta Nasca. En total, fueron como 20 horas de camino.
Hasta hoy no puedo olvidar el cansancio ni el polvo de la carretera pegado en mi ropa, tampoco el extraño presagio que me acompañó desde el primer kilómetro: volvería.
No me equivoqué. Desde entonces he visitado Andamarca en varias ocasiones. Siempre para la fiesta de agosto, nunca para el carnaval, cuando los andenes tallados por los rucanas -un aguerrido pueblo prehispánico- están rebosantes de verdor.
Capaz me animo el próximo año. No lo sé. Por ahora mi única certeza es que el jueves partiré de nuevo, como lo hice antes, como lo haré cada vez que pueda.
Y es que he aprendido a querer a este pueblo de la provincia de Lucanas (Ayacucho), por ser uno de los primeros que visité en mis afanes de periodista itinerante.
Sí, regresaré para conversar con sus comuneros. Ellos me contarán sus vivencias, sus recuerdos y me hablarán de sus costumbres y tradiciones; entonces, me olvidaré del brillo eléctrico de las farolas, del repiquetear de los teléfonos celulares; y, creeré que el tiempo ha retrocedido, que he regresado al 96 o al 97, cuando era un aprendiz de andariego, lleno de ilusiones, lleno de inquietud.
Ahora que golpeteo el teclado con la única pretensión de ordenar un poco mis recuerdos, termino por convencerme que esa sensación de retornar al principio de mi propio camino, es el que me impulsa a volver a Andamarca, una, diez, tal vez mil veces.
Eso fue en el 96 o, quizás, en el 97, cuando en el pueblo no había teléfono ni corriente, apenas unos equipos de radio y un rugiente grupo electrógeno que se encendía brevemente en las noches, nunca más allá de las 11.
En ese viaje precursor, me hospedé en el hotel Municipal –creo que era el único en ese entonces- y en la tarde del atipanakuy (duelo), pude ver bailar al Alacrán, un danzante de tijeras que dejaría su arte para buscar una vida distinta en Canadá.
También recuerdo haber bailado o zapateado o intentado zapatear de casa en casa, en una noche fría que la danza convirtió en calurosa. Probé el calentito y la chicha, invitándole el primer sorbo a la Pachamama.
A la mañana siguiente, en la orilla de una laguna, unos hombres oficiaron un pagapa (pago a la tierra). Ellos me contaron que el lugar del pago era sagrado y que si alguien lo abría antes de la fiesta, se enfermaba o moría.
No bromeaban, sus palabras transmitían una verdad que habían aprendido de sus padres y abuelos.
Luego de honrar a la tierra con maíz y hojas de coca, aquellos comuneros me invitaron a merendar y unas señoras tímidamente sonrientes, me cachetearon con barro, porque así es la costumbre, joven, se excusaron, rieron, me hicieron parte de su fiesta.
Cuando todo terminó, un bus bastante maltrecho me trajo de regreso a Lima. El viaje fue duro. La carretera no conocía de asfalto hasta Nasca. En total, fueron como 20 horas de camino.
Hasta hoy no puedo olvidar el cansancio ni el polvo de la carretera pegado en mi ropa, tampoco el extraño presagio que me acompañó desde el primer kilómetro: volvería.
No me equivoqué. Desde entonces he visitado Andamarca en varias ocasiones. Siempre para la fiesta de agosto, nunca para el carnaval, cuando los andenes tallados por los rucanas -un aguerrido pueblo prehispánico- están rebosantes de verdor.
Capaz me animo el próximo año. No lo sé. Por ahora mi única certeza es que el jueves partiré de nuevo, como lo hice antes, como lo haré cada vez que pueda.
Y es que he aprendido a querer a este pueblo de la provincia de Lucanas (Ayacucho), por ser uno de los primeros que visité en mis afanes de periodista itinerante.
Sí, regresaré para conversar con sus comuneros. Ellos me contarán sus vivencias, sus recuerdos y me hablarán de sus costumbres y tradiciones; entonces, me olvidaré del brillo eléctrico de las farolas, del repiquetear de los teléfonos celulares; y, creeré que el tiempo ha retrocedido, que he regresado al 96 o al 97, cuando era un aprendiz de andariego, lleno de ilusiones, lleno de inquietud.
Ahora que golpeteo el teclado con la única pretensión de ordenar un poco mis recuerdos, termino por convencerme que esa sensación de retornar al principio de mi propio camino, es el que me impulsa a volver a Andamarca, una, diez, tal vez mil veces.
Comentarios
"COMUNICARE". mi nombre es Pedro Reyna y en este momento me dirijo a usted como miembro de un grupo nuevo de estudiantes que busca iniciar estudios en este campo tan rico de explorar que es la comunicación en el Perú. este grupo surge con el nombre de "COMUNICARE" para aportar desde nuestro rubro al desarrollo de la investigación en la universidad (por ende, aunque a escala menor, en el país)que como se sabe no es la pionera que era hasta hace varias generaciones. sin embargo siempre ha habido una constante en el perfil de un estudiante o egresado sanmarquino: no nos quedamos de brazos cruzados.siendo ese el caso planeamos el trabajo del grupo es varias etapas. la primera de ellas, organizar eventos culturales para adquirir fondos y renombre que nos brinden un cimiento sólido para actividades de investigación en el futuro. es un proyecto de largo aliento y para nuestra primera actividad de la primera etapa nos proponemos realizar un curso taller de periodismo ambiental durante las fechas 23, 25, 30 de setiembre y 2 de octubre de 5 de latarde a 8 de la noche. admiramos su trabajo como representante de este tipo de periodismo y nos gustaría contar con su participación como expositor, sabemos que su agenda es muy apretada y que es probable que no pueda asistir, es por eso que le informamos de las fechas en primer lugar. de ser así agradeceríamos nos apoye como contacto con miembros de la publicación RUMBOS en que labora que pueda colaborar con nosotros.
agradecemos también su pronta contestación sobre estos puntos a la dirección: pedreyna@hotmail.com. de poder contar con usted le remitiremos toda la información necesaria.
Te escribo a tu mail para coordinar acerca del evento. Me alegra que el espíritu sanmarquino se mantenga en las nuevas generaciones.
Un saludo cordial,
r.v.ch.
Aquí les dejo una reseña de uno de mis vuelos: http://gerdbreitenbach.de/anden/gerardo/andamarca_es.html
Saludos.
Gerardo Ibelli
vola.vuela@yahoo.com
Me alegra que hayas encontrado Explorando y sobre todo esta entrada que hace referencia a tu vuelo, el cual, sigue siendo recordado en Andamarca.
Mira, yo he retornado a Andamarca varias veces y nunca he vuelto a ver un parapentista.
Un saludo cordial,
r.v.ch.