Dónde el autor -que no resalta precisamente por su religiosidad- se queja amargamente de la Semana Santa, sólo porque la pasó enclaustrado en su cuarto.
Me refugio en un cuarto saturado de desorden y carente de espacios vacíos. Me asfixio de aburrimiento. Prendo la TV. Hojeo un libro. Busco formas en las manchas de la pared. Intento dormir pero sigo despierto.
Las horas se alargan. Me fastidia el paso remolón de los segundos y minutos. Me aturde el calor. Me hartan las películas religiosas, los santurrones que me piden recogimiento y reflexión, también el cardenal Cipriani sermoneando sobre la verdad y la vida eterna. Bah, nada, no le creo.
Cambio de canal. Ruleta de imágenes: Judas traicionando a su maestro, Pilatos lavándose las manos, Barrabás siendo indultado por el pueblo, Jesús agonizando, Jesús volviendo a la vida. Me invade un hastío de connotaciones bíblicas.
Me olvido de la TV. Me acuerdo del libro. Lo abro, lo leo… me irrita el personaje principal, tan blandengue, tan buena gente, tan dispuesto a ser rechazado y seguir queriendo.
Suena el teléfono. Quizás mi última esperanza de escapar del cuarto y de la asfixia, de Cipriani y Barrabás. De salir de Lima en Semana Santa.
Aló, sí, claro, cuándo, dónde… Junín, Tarma, Huasahuasi, ya, chévere. Me apunto… ¿cómo?, ¿dentro de una hora confirmas? Bacán. Espero.
Ansiedad. Miro la mochila con ilusión. Una hora para abandonar el cuarto hasta nuevo aviso, una hora para olvidarme de la TV y sus películas de cristianos y romanos, del libro con su protagonista condenado a ser sólo un amigo especial, de la pared con sus manchas amorfas.
Ya no intento dormir. Sueño despierto con una nueva aventura. Imagino el camino, el zarandeo del bus, las curvas, las pendientes. Las sombras nocturnas cubriendo el horizonte y las estrellas titilando en el cielo andino.
Ahora el tiempo vuela y el teléfono sigue calladito, silencioso, mudo. No hay confirmación. Se frustra el viaje. Adiós Huasahuasi. Será para la próxima.
Se esfumó la última esperanza. Me quedo en casa para ver la calle desolada desde mi ventana, para pasar las hojas de un libro que no quiero leer, para mirar a Jesús repartiendo el pan en la Última Cena y escuchar a los curas que me exigen contrición y golpes de pecho.
Sólo me falta el bacalao para completar mi Semana Santa ideal… ¡Padre, por qué me has abandonado!
Me refugio en un cuarto saturado de desorden y carente de espacios vacíos. Me asfixio de aburrimiento. Prendo la TV. Hojeo un libro. Busco formas en las manchas de la pared. Intento dormir pero sigo despierto.
Las horas se alargan. Me fastidia el paso remolón de los segundos y minutos. Me aturde el calor. Me hartan las películas religiosas, los santurrones que me piden recogimiento y reflexión, también el cardenal Cipriani sermoneando sobre la verdad y la vida eterna. Bah, nada, no le creo.
Cambio de canal. Ruleta de imágenes: Judas traicionando a su maestro, Pilatos lavándose las manos, Barrabás siendo indultado por el pueblo, Jesús agonizando, Jesús volviendo a la vida. Me invade un hastío de connotaciones bíblicas.
Me olvido de la TV. Me acuerdo del libro. Lo abro, lo leo… me irrita el personaje principal, tan blandengue, tan buena gente, tan dispuesto a ser rechazado y seguir queriendo.
Suena el teléfono. Quizás mi última esperanza de escapar del cuarto y de la asfixia, de Cipriani y Barrabás. De salir de Lima en Semana Santa.
Aló, sí, claro, cuándo, dónde… Junín, Tarma, Huasahuasi, ya, chévere. Me apunto… ¿cómo?, ¿dentro de una hora confirmas? Bacán. Espero.
Ansiedad. Miro la mochila con ilusión. Una hora para abandonar el cuarto hasta nuevo aviso, una hora para olvidarme de la TV y sus películas de cristianos y romanos, del libro con su protagonista condenado a ser sólo un amigo especial, de la pared con sus manchas amorfas.
Ya no intento dormir. Sueño despierto con una nueva aventura. Imagino el camino, el zarandeo del bus, las curvas, las pendientes. Las sombras nocturnas cubriendo el horizonte y las estrellas titilando en el cielo andino.
Ahora el tiempo vuela y el teléfono sigue calladito, silencioso, mudo. No hay confirmación. Se frustra el viaje. Adiós Huasahuasi. Será para la próxima.
Se esfumó la última esperanza. Me quedo en casa para ver la calle desolada desde mi ventana, para pasar las hojas de un libro que no quiero leer, para mirar a Jesús repartiendo el pan en la Última Cena y escuchar a los curas que me exigen contrición y golpes de pecho.
Sólo me falta el bacalao para completar mi Semana Santa ideal… ¡Padre, por qué me has abandonado!
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