Donde el autor a falta de viajes, se pone medio nostálgico y rescata del olvido la historia del poco exitoso Sport Rolly, un equipo de fulbito que paseó su escasa calidad en canchas de barrio y comisarías.
Había una vez un equipo llamado Sport Rolly. No era un club formal, con sede social o canchita de cemento raspante. Jamás tuvo una barra numerosa ni un sponsor de generosa billetera. Tampoco contó con afamados futbolistas entre sus filas.
Su máxima estrella fue un tal Echegaray, quien alguna vez pisó su pelotita en equipos de primera. Pero su estrellato fue fugaz. Apenas un par de partiditos en un torneo pro-fondos organizado por alguna de las delegaciones policiales del cono norte de Lima.
Su máxima estrella fue un tal Echegaray, quien alguna vez pisó su pelotita en equipos de primera. Pero su estrellato fue fugaz. Apenas un par de partiditos en un torneo pro-fondos organizado por alguna de las delegaciones policiales del cono norte de Lima.
En ese campeonato, la escuadra azul –por el color de su camiseta- quedó eliminada en la segunda vuelta. Esa sería una constante en su corta y poca fructífera historia, carente de finales y títulos.
De los demás jugadores no se puede decir gran cosa. La mayoría eran peloteros rústicos y ásperos que tenían en el puntazo indiscriminado su mayor recurso técnico y en sus barrigas prominentes su característica física más notoria. Pero hay que ser justos, también había excepciones y no faltaba quien intentara salir tocando, armando paredes, acariciando el balón.
Esos chispazos de buen fútbol jamás fueron suficientes para que el Sport Rolly -equipo creado por iniciativa de un grupo de vigilantes privados, conocidos popularmente como guachimanes y rebautizados como “lidermans” por unos ingeniosos empresarios del campo de la seguridad- ganara un campeonato o levantara una copa, de esas que casi siempre terminan oxidándose sin pena ni gloria en una vitrina polvorienta.
La historia no oficial –la única que existe porque nadie en sus cabales perdería el tiempo escribiendo o investigando sobre un equipo tan intrascendente- refiere que todo empezó cuando los pundonorosos trabajadores de la ya desaparecida Sesisa (Servicio de Seguridad Integral S.A), le solicitaron al señor Rolly Valdivia –el padre de este escriba- que se portara con un juego de camisetas.
El señor Valdivia que, en sus épocas de juventud había fungido de arquero, no tuvo más remedio que portarse con la indumentaria deportiva. En el debut en una cancha anónima de escaso verdor, el señor Valdivia quedaría más que atónito al ver que en las camisetas, sobre el dibujo de un hombrecito que corría tras el balón, se leía el nombre de Sport Rolly.
Más allá de la sorpresa, ese partido fue una tremenda decepción. Después de un inicio brillante en el que se marcarían dos tantos, los futbolistas-vigilantes, acaso desgastados por las malas noches que exigía su oficio, perderían el control de las acciones en el segundo tiempo. Incapaces de atacar, desastrosos en la marca, terminarían recibiendo tres goles que sellarían su derrota.
Los resultados no mejorarían con el paso del tiempo. Uno que otro triunfo, muchas derrotas hasta que los trabajadores de Sesisa perderían interés por el deporte, entonces, serían reemplazados por parientes, amigos, conocidos y hasta desconocidos que fungían de refuerzos. Así, el Sport, participaría en diversos campeonatos de fulbito, incluyendo torneos parroquiales con tómbola y kermesse.
Todo esto ocurrió en la década del 80 del siglo y el milenio pasado. Cuando este viajero era aún un colegial y un futbolista de escasas cualidades que, en un momento de angustia y carestía de jugadores, fue enviado al arco como salvador o como víctima en la apertura de un torneo. El resultado fue desastroso. Varios cañonazos y fusilamientos. Hartos goles en contra.
Eliminados, aunque esta vez sería distinto. Y es que después de ese encuentro, las camisetas azules del Sport Rolly no volverían a aparecer en ninguna cancha de Lima o del Callao.
Y es que ya no hay Sesisa, ni vigilantes-futbolistas que le pidan una colaboración al señor Valdivia, no al autor de estas palabras, sino al otro señor Valdivia, mi padre, quien compraría las camisetas para un equipo que se llamaría Sport Rolly.
Comentarios
Gracias por el comentario,
r.v.ch.
r.v.ch.
Saludos,
r.v.ch.
r.v.ch.