Dónde el autor, para evitar los sapos y culebras y cuidar su hígado, funge de abogado del diablo y -con ironía, desvergüenza y argumentos falaces- trata de justificar un hecho sencillamente injustificable. No son delincuentes ni vándalos, sólo chicos traviesos. Total, lo que hicieron no es tan malo, muchos lo hacen y quedan impunes. Su único error -el mismo que demuestra su inocencia e ingenuidad- fue el de filmar su divertidísima hazaña y, luego, llevados por la emoción y deseosos de difundirla en el mundo entero, la colgaron en la Internet. Eso es todo. Mucho barullo por tan poco. Y, lo más grave, es que la gente insidiosa, en vez de mostrarse indulgente y aceptar que la juventud a veces es alocada, atrevida y hasta un poco tonta, se les prende y los llena de agravios e insultos. Qué no les han dicho a los pobrecitos. Para colmo de males, quieren castigarlos como si fueran narcos o terrucos; como si meterle patadas y tirarle piedras a una de las paredes de adobes de la huaca Dragón, ...