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Mostrando las entradas de julio, 2009

Hacia el puerto del inca

Dentro de unas horas volveré al camino. Mi destino será Puerto Inca. Antes he estado ahí, pero solo unos minutos. Llegué luego de un largo viaje que acabó en una lancha. Solo tuve tiempo para tomar un jugo, antes de embarcarme hacia Yuyapichis. Lo que allí ocurrió ya lo narré anteriormente y, para no imitar a un disco rayado, sólo diré que mi ansias de conocer la cordillera del Sira, se vieron truncadas por unas ampollas con apariencia de cráteres lunares. Después de una jornada en el monte, tuve que retornar en canoa a Yuyapichis. Allí estuve con Badwin y su familia -ellos tienen una tienda bastante surtida- , esperando un auto que me acercara a Pucallpa. Recuerdo que no me sentía muy bien. Mis pies daban pena y tal vez hasta algo de miedo. Quizás por eso, el médico de la posta no se atrevería a tocarlos cuando me atendió. Sólo me entregó unas pastillas y me dijo que descansara. Hoy me preparo para retornar a esa parte de la región Huánuco. Y si bien no iré a Yuyapichis, en esta oca

Los santos de Piscobamba

San Andrés es muy educado y respetuoso, todo un caballero. Libre de la envidia y de otros sentimientos ponzoñosos -esos que envenenan las almas de los simples pecadores- se enfundó sus mejores galas y, en hombros de sus devotas, salió rapidito para la iglesia de Piscobamba. El santo, todo un galanazo con su sombrero rojo, quería saludar con suma reverencia y afecto a sus colegas, Pedro y Pablo, que estaban de fiesta, como siempre ocurre a finales de junio. No se trata de una celebración cualquiera, claro está. De esas que empiezan y acaban con la procesión. Nada que ver. Todo lo contrario. A San Pedro y a San Pablo los agasajan a lo grande, como manda y ordena la costumbre. Así no se resienten y siguen bendiciendo a la ciudad, a la provincia de Mariscal Luzuriaga (Áncash), a todo el Callejón de Conchucos. San Andrés, el ilustre visitante, fue recibido con beneplácito por los agasajados. Ellos, muy circunspectos y ceremoniosos, lo invitaron a ser parte de la procesión; entonces, los tre

Clic de la semana

Lo llaman el guardián de Yaino (provincia de Pomabamba, Áncash), un complejo arqueológico a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, al que solamente se llega caminando, ascendiendo, retando al cansancio, al sol, a la falta de aire. Su nombre es Mariano Jaramillo y es mucho más que un guardián o, mejor dicho, él, es un guardián distinto, porque se entiende con la tierra y las montañas. Las ama, las respeta, las engríe con pagos y rituales, con hojitas de coca y palabras en quechua. Amable, risueño y andariego, Mariano acompaña sus pasos con un bastón. "Tuve un problema en mi rodilla y me querían amputar la pierna". No quiso, se dio de alta, volvió a su tierra, al callejón de Conchucos. "Aquí me curé con un ungüento de llama", se ufana, sonríe, sigue caminando, aunque despacio. No hay que exagerar. Ya no es un muchacho. En su casa -una vivienda solitaria cerquísima a Yaino, un legado arqueológico de la cultura Recuay- Mariano descansa y reflexiona de cara a u