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Mostrando las entradas de febrero, 2007

Clic de la Semana

Con ojotas, chullos y ponchos , un grupo de comuneros de Qollana, distrito de Lares (Calca, Cusco) posa para la foto del recuerdo, antes de iniciar una ardorosa pichanguita entre solteros y casados, a más de 3,500 m.s.n.m. A pesar de los malos resultados, las eliminaciones constantes, las goleadas recurrentes y la costumbre nacional de involucrar a las matemáticas, para mantener vivas las esperanzas de triunfo, el fútbol en el Perú sigue siendo una auténtica pasión de multitudes. Se juega en todos lados y en cualquier cancha: una calle sin asfalto, un terreno abandonado, un patio comunal, entonces, el simple hecho de ver correr ese balón ¿de cuero?, ¿de plástico?, quizás sólo de trapo, se convierte en una fiesta, aquí, en Qollana, como en cualquier otro lugar del país, acaso en una caleta pesquera, en una chacra serrana, también en la espesura de la selva amazónica, donde comunidades enteras surcan los ríos en canoas, para jugarse un partidito con sus vecinos de la otra ribera. Y si bi

Brevísimo comunicado

Hoy llegué al Cusco. La ciudad está sombría, melancólica, huérfana de su padre el sol. Llueve a ratos, con gotas robustas, rápidas y persistentes, como si el cielo estuviera ametrallando la ciudad. Felizmente esta vez no me olvidé del poncho impermeable, aunque ahora que lo uso, me doy cuenta que son pocos los cusqueños que llevan paraguas o buscan refugio bajo los balcones y aleros de las casas. La mayoría no se protege, sólo acelera el paso y anda rapidito por las calles humedecidas. Caminan resignados a mojarse. Será que ellos están acostumbrados a las lluvias inesperadas, a veces cortas, a veces inacabables de la sierra andina; yo, por mi parte, iré a todos lados con el poncho. Total, soy un hijo de la costa desértica. Fin del reporte...

Anécdotas del camino

Buenos días, malas noches Hoteles sin estrellas, sin encantos, sin más comodidades que una cama rechinante, un colchón exhausto y un par de frazadas traslúcidas y tan poco abrigadoras que, hasta los tigres que alguna vez las decoraron, ya se han marchado para buscar calor en otra parte. Cuartos compartidos, baños sin duchas, sin agua, también sin taza. Movimientos y ruidos sospechosos, pulgas, zancudos, mosquitos y una tarántula en hospedajes sombríos, cochambrosos, tórridos o gélidos, que espantan los sueños felices y convocan pesadillas, miedos, a veces sospechas, a veces hasta a la policía. Alojamientos que son o se convierten en el último o, quizás, el único refugio en una comunidad de la puna, en un pueblo minúsculo embriagado de fiesta, en una caleta de pescadores que se derrite de verano o en una villa amazónica en las riberas de un río torrentoso. Dormir donde se pueda, donde alcance el presupuesto; dormir sin dormir por culpa de las risas y los improperios de unas voces borra

Pisco Sour...

No es que uno ande buscando o inventando motivos para brindar o empinar el codo, pero hay ocasiones en esta vida (digo en esta por si acaso hayan otras) en las que se presentan algunas señales tentadoras que, de una u otra manera, te incitan o te llevan por el “mal camino”. Y como uno no es un santo, cualquier indicio o señal para romper con la penosa rutina de viajero anclado -sólo temporalmente- a la gran ciudad, se convierte en un hecho prodigioso… más aún si es sábado, más aún si es verano, más aún si uno está que suda la gota gorda en una oficina con complejo de sauna. Así que aquí andaba de lo más aburrido peleándome con un texto sin pies ni cabeza y quejándome lastimeramente del calor, cuando de pronto se me ocurre chequear mi bandeja de correo, sin mayores pretensiones que las de eliminar los mensajes spam. Justo en lo mejor de mi faena de exterminador de basura publicitaria, aparece en mi pantalla una irresistible copa de pisco sour , acompañada de un titular que informa que