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Mostrando las entradas de noviembre, 2008

El retorno del "señor parapenti"

En más de una ocasión he narrado la historia del legendario vuelo en parapente desde el apu Aijamarca. Incluso, en mi último viaje al distrito de Carmen Salcedo – Andamarca, conversé sobre este hecho con varios pobladores. Ellos recordaban emocionados aquella gran aventura. Pero mis recuerdos no estaban completos. Sabía que el piloto era venezolano y que la gente del pueblo lo rebautizó con el nombre de señor parapenti . De tanto hablar o escribir del señor parapenti , se me fue olvidando el verdadero nombre del avezado deportista que voló de la montaña tutelar del pueblo andamarquino. Ayer, luego de escabullirme de los policías que siguen vigilándome (ver el texto anterior), me di cuenta que en la entrada Razones para Volver , aparecía un comentario que decía lo siguiente: “ Soy el piloto de parapente que voló por entonces en la Fiesta del Agua Nueva en Andamarca. Mi primer vuelo desde la cumbre del Aijamarca, fue el 23 de agosto de 1996. En días posteriores y en honor a las fiestas

APEC verde... verde policial

Dónde al autor pierde la cordura -no la gordura por si acaso- e imbuido por un inusual e incomprensible delirio de grandeza -a quién le ha ganado este muchacho- se queja a su manera de las medidas de seguridad implantadas para la APEC. Sé que soy un cronista reputado y conocido internacionalmente. Sé, también, que mis palabras e imágenes contribuyen decididamente a salvaguardar las riquezas culturales y naturales del Perú. Sé eso y muchas cosas más, como por ejemplo que el país no sería el mismo sin mí y que miles –no, perdón- millones de personas en la grandes urbes y en los caseríos más recónditos, llorarían a lágrima viva si llegara a ocurrirme alguna desgracia. Y ni hablar del vacío que dejaría mi ausencia en el ámbito periodístico. Allí siempre he ocupado un lugar privilegiado, brillando intensamente desde mi aparición centellante en las páginas de la ya fenecida revista Sí, publicación que no sobrevivió a mi ausencia. Soy consciente de todo eso, pero igual me parece injustificabl

Clic de la semana

Al que canta y baila se le seca la garganta, dicen casi con devoción los músicos y danzantes en las fiestas populares, para justificar su sed de jolgorio y desbande, de trago corto o cerveza, de vasos llenos que pronto quedan secos y volteados. Y como más vale prevenir que lamentar una sequedad inoportuna que estropee el bailongo o el canto, en muchas comunidades andinas los grupos de danzantes y las bandas de músicos, son acompañadas por señoras agilitas, bien apertrechadas con bebidas de todos los colores y sabores. L as mamachas reparten e invitan sus tragos a propios y extraños. Nadie se salva. Todos reciben y brindan y toman y la fiesta se agranda y se zapatea con más fuerza, para defender el orgullo del pueblo, honrar a la virgencita milagrosa, al santo patrón o al Dios montaña que protege los valles y quebradas, también las pampas del mundo andino. Antes de caer en la tentación de esas bebidas corrosivamente espirituosas, el lente ebri... perdón, viajero de Explorando , atrapó c

Un camino, varios clic

Todo comenzó en Selva Alegre. Hasta aquí entran los autos provenientes de Rioja, y Moyobamba, de Soritor y San Marcos (región San Martín), también los arrieros y caminantes provenientes de Galilea, El Dorado y Nueva Omia, entre otros caseríos a los que sólo se llega andando. Selva Alegra es diminuto. Pocas casas, un par de lugares para comer al aire libre, autos en espera de pasajeros y hombres que acomodan costales y paquetes en los lomos de las mulas. Nosotros -es decir el autor de estas líneas y su amigo Felipe Varela Travesí, el Chasqui- no tenemos ninguna bestia que cargar. Las mochilas van sobre nuestras espaldas o sobre nuestros "lomazos" -chicas, tranquilas por favor- así iríamos andando hasta Galilea, donde pasaríamos la primera noche. El camino empezó bien. Seco y hasta amable. Después vendría una subida, digamos criminal, y unos charcos de barro que parecían pantanos. Estos nos acompañarían por toda la ruta, dificultando nuestros -o mejor dicho- mis pasos, porque e

Desayuno en Nueva Omia

La leña arde alimentando el fuego. Ollas ennegrecidas, reposan sobre unas hornillas que no son hornillas, son frutos del ingenio. Minutos de espera. El desayuno no está listo, pero ya falta poco, entonces, la familia entera conversa con el par de huéspedes inesperados, aparecidos -debilucho uno, vigoroso el otro- por el caminito de barro que conduce a su pueblo: Nueva Omia, en la región Amazonas. La ollas tapadas ocultan el arroz y la pitucas -las primas selváticas de la papa- que se servirán en el desayuno. La señora Genoveva es generosa con las porciones del cereal y del tubérculo. A veces exagera un poquito. Sus platos son abundantes y, siempre, cuando comienzan a quedar vacíos, ella ofrece y -sin esperar respuesta- agreta un poquito más de pituca y arroz, de plátano o yuca, dependiendo del menú, de lo que sirve en el almuerzo o en la cena. Pero hoy no hay plátano sancochado ni yuca -recurrentes en la mesa de la familia Jiménez - García. Hoy hay café recién tostado, pasadito, bien