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APEC verde... verde policial

Dónde al autor pierde la cordura -no la gordura por si acaso- e imbuido por un inusual e incomprensible delirio de grandeza -a quién le ha ganado este muchacho- se queja a su manera de las medidas de seguridad implantadas para la APEC.

Sé que soy un cronista reputado y conocido internacionalmente. Sé, también, que mis palabras e imágenes contribuyen decididamente a salvaguardar las riquezas culturales y naturales del Perú.

Sé eso y muchas cosas más, como por ejemplo que el país no sería el mismo sin mí y que miles –no, perdón- millones de personas en la grandes urbes y en los caseríos más recónditos, llorarían a lágrima viva si llegara a ocurrirme alguna desgracia.

Y ni hablar del vacío que dejaría mi ausencia en el ámbito periodístico. Allí siempre he ocupado un lugar privilegiado, brillando intensamente desde mi aparición centellante en las páginas de la ya fenecida revista Sí, publicación que no sobrevivió a mi ausencia.

Soy consciente de todo eso, pero igual me parece injustificable que las más altas autoridades del gobierno nacional, hayan decidido movilizar nutridos contingentes policiales –incluyendo francotiradores y perros con pinta de asesinos-, en las áreas urbanas por las que suelo movilizarme o perderme cuando estoy en esta “tres veces coronada villa" o en el viril puerto chalaco.

Esa preocupación por mi integridad física y moral, me conmueve y halaga sobremanera; pero mi reconocida humildad y conciencia social, me impide aceptar semejante despliegue. Es absurdo que tantos policías se dediquen a mi custodia, cuando en muchas calles limeñas campea la delincuencia.

Además, este pechito sabe defenderse, porque más allá de mi talante reposado y pacífico, domino a la perfección milenarias técnicas de lucha, aprendidas solapadamente en mis viajes por los Andes y la Amazonía. Eso
me convierte en un arma letal.

Pero volviendo al tema central de mis observaciones, debo admitir que a pesar de reconocerme como un patrimonio viviente de la cultura peruana, no esperaba que tantos efectivos fueran encomendados a cuidarme. Nunca antes el gobierno había decidido protegerme de esa manera.


¿A qué se debe tanto alboroto?, me pregunto. Será acaso que la inteligencia policial o algún chuponeador subrepticio ha descubierto un plan para atentar contra mi vida. No lo creo. Eso es imposible. Si la mitad del país me quiere y la otra mitad sencillamente me adora.

Sin embargo, los aguafiestas que nunca faltan me dicen que me ubique y me deje de tonterías. Incluso los
más deslenguados tienen el desparpajo de preguntarme qué diablos te has fumado.

Luego, en tono de profesor que trata de hacerle entender al más corcho de la clase que dos más dos son cuatro, me dicen: “ninguno de esos tombos –así hablan ellos sin respetar a los representantes de la ley y el orden- está en la calle para protegerte a ti…”.

No les creo. Tampoco lo hago cuando me explican que las rejas que han aparecido súbitamente en decenas de intersecciones y avenidas, no son para impedir que mis seguidores y fanáticos -eufóricos y al borde de paroxismo-, se lancen sobre mí en busca de un autógrafo.

Mas bien, aseguran, la misión policial es la de alejarme a mí y a todos los limeños, de las delegaciones internacionales que han llegado a la ciudad para participar en la XVI Cumbre de Líderes del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC), que se realiza esta semana.

O sea que tanto barullo es por mister Bush y un grupo de presidentes y primeros ministros que conversarán, brindarán y, al final, no solucionarán ningún problema; aunque los entusiasta de siempre dicen extaltadísimo que habrá un
desborde de inversiones y se generarán miles de puestos de trabajo después de la cumbre.

Pero -en estos momentos- las únicas cumbres que me interesan son las cumbres nevadas de la cordillera. Esas que ya empiezan a derretirse por falta de políticas adecuadas de protección del ambiente y el desinterés manifiesto o, lo que es peor, el interés hipócrita de muchos de los gobernantes que por estos días, estarán a unas cuantas cuadras del lugar en el que escribo estas líneas.

Lástima que no pueda cantarles varias verdades. En el fondo me temen. Saben que mis argumentos los dejarían en ridículo, que mi lógica destruiría cualquiera de sus manidas excusas.


Es triste decirlo, pero ese encuentro no se dará. Los beneméritos agentes policiales están preparados y decididos a impedir por las buenas o las malas, que cualquier hijo de vecino se acerque a tan insignes y dilectos visitantes. Lo realmente inaudito es que a pesar de todos mis méritos y honores, seré igualmente expectorado si pretendiera conversar con alguno de los dignatarios.

Vistas así las cosas, aprovecho este mensaje para decirle a todos ellos -sí, lo sé, ustedes leen Explorando- que no es justo que por su "bendita" presencia, gran parte de la ciudad esté de cabeza o más de cabeza que de costumbre.

En verdad, hoy prefiero pecar de iluso y pensar que se
ha redoblado la seguridad para protegerme a mí y a los millones de personas que sobrevivimos en esta metrópoli. Total, somos igual de importantes que nuestros ¿ilustres? visitantes.

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