E n la mesa hay un cubilete, un mazo de cartas, un pomo de macerado de damasco y una copa servida. Sólo eso por el momento. Sólo eso mientras don Jacinto y su esposa y su hijo y uno que otro ayudante improvisado –y es que el hambre aprieta, señoras y señores- pelan, pican, combinan y sazonan un poquito de esto y una pizca de aquello. Eso ocurre en la cocina. No en la mesa larga con su sencillo mantelito de plástico, donde la espera se adereza alzando copas, tirando dados, barajando cartas. Se juega y se brinda o se brinda sin jugar bajo la tibia sombra de una estera, mientras don Jacinto -agricultor, criador de camarones, mozo y cocinero- se pasea con el cuaderno escolar donde apunta los pedidos de sus clientes. La carta no es muy amplia. Pocos platos. Mucho camarón, casi sólo camarón. La especialidad indiscutible de esa casa convertida en restaurante en Tumilaca (Mariscal Nieto, Moquegua), pero únicamente los fines de semana y los días feriados; entonces, se coloca un par de mesas en ...