Hace horas que estoy esperando el momento para partir del Cusco. Pensé que sería a las dos de la tarde, al menos eso es lo que decía el boleto de Tepsa que compré al bordear las 10 de la mañana, recién llegadito de Ollantaytambo. Ya con el boleto en mano empecé a hacer hora en el terminal. Como buen viajero lo recorrí varias veces de arriba a abajo y de abajo arriba, me senté en sus butacas de plástico, busqué una cabina de Internet y hasta me comí un pan con queso para engañar el hambre. Como siempre ocurre, el tiempo corrió de manera inexorable. Casi sin darme cuenta habían pasado como tres horas desde la compra del pasaje y sólo faltaban 60 minutitos para enrumbar hacia Lima, la ciudad en la que a veces vivo, según reza mi descripción. Una vez más había logrado matar a la espera y vencer al aburrimiento; además, la cosa parecía estar a punto de mejorar, porque la señorita del local de Tepsa comenzó a llamarme con desmedido entusiasmo. Ajá , una más que cae ante mis encantos , pensé...