Hoy no llueve, sólo hace calor, mucho calor, cerca de 40 grados me comenta azorada la dependiente de una tienda. Me parece que exagera, aunque quien soy yo para contradecirla. Ella está en su tierra, en su ciudad, conoce sus agobios y sus diluvios; yo no sé nada o sé muy poco, recién estoy aprendiendo o recordando lo que viví en mis anteriores visitas a Puerto Maldonado, siempre más cortas, siempre insuficientes. Así que por lo que a mí respecta, el calor llega a los 40 grados. Total, qué importa si es uno más o un par menos. Igual la ciudad parece un horno, aunque pasado el mediodía el cielo se encapotó y nubes amenazantes coparon el cielo hasta entonces diáfano, claro, celestísimo. Se viene la tormenta, pensé y aceleré el paso y busque refugió en el hotel. Se escucharon truenos portentosos. Falsa alarma. Me equivoqué. Soy un fracaso como meteorólogo. No llovió, no cayó ni una gota y el sol reapareció brillante y fastidioso, bañando con su luz las casas de madera de la avenida León Ve...