

Falsa alarma. Me equivoqué. Soy un fracaso como meteorólogo. No llovió, no cayó ni una gota y el sol reapareció brillante y fastidioso, bañando con su luz las casas de madera de la avenida León Velarde, el extraño y surrealista árbol de cemento conocido como el Mirador de la Biodiversidad, las canoas dormidas del puerto de la Capitanía, las "chatas" que cruzan el río Madre de Dios, con las maquinarias que abrirán una ruta bioceánica y con los vehículos que se dirigen hacia Iñapari, el último pueblo del Perú.

Hay que aguantar nomás, como lo hacen todos. Igual, mañana hará calor, quizás más, tal vez un poco menos, no lo sé. Tal vez debería preguntárselo a la dependiente de la tienda. Ella debe saberlo; ella, con sus sonrisas, podría aumentar la temperatura. Y no hay que ser un meteorólogo para saberlo.
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