Donde el
autor pierde la cordura y escribe sobre posibles sorteos inéditos pero sin cara
y sello porque los tiempos no dan para lanzar monedas al aire. Todo lo
contrario, es menester atesorarlas hasta
sumar por lo menos diez luquitas, cantidad que podría contentar, aunque sea un
poquito, a los ladrones que pululan por la ciudad en estos tiempos de vacas
flacas y crisis económicas, con posibles repercusiones interplanetarias.
De tin
marín de do pingüé. Así de simple debería de ser. Al chiripazo y a lo que salga
para no torturar a mis neuronas. Sí, un sorteo, con papelitos garabateados –es
decir, escritos con mi letra- y una mano casta, pura, casi inmaculada –quién
dijo yo- escogiendo al azar el tema, la idea o el pálpito que debería inspirar
y sustentar este relato.
Sí, lo sé, es un procedimiento que
carece de profesionalismo y de agudeza periodística. Es más, ni siquiera es
innovador. Todos los días se sacan papelitos al azar o se hacen volar monedas
al aire, aunque el viejo método del cara o sello haya sido descartado por
cuestiones de austeridad y de respeto a esas vacas flacas que jamás estuvieron
demasiado gordas.
Al menos para mí, viajero convencido de
que los caminos me llevarán a muchos lugares, pero jamás a la riqueza ni a la
pobreza. Ni mucho ni poco. Lo necesario. Siempre las diez lucas del respeto y de
la salvación en la billetera. Útiles ante cualquier urgencia económica, son también
una especie de seguro de vida y antigolpizas, en el caso de ser atacado por uno
o varios delincuentes de pacotilla.
Y es que esos diez solcitos pueden
marcar la diferencia entre pasar piola durante el atraco o recibir un terrible escarmiento
por el delito de andar misio. La experiencia urbana enseña que los “choros”
suelen molestarse cuando sus víctimas no tienen ni una tarjeta del
Metropolitano. En cambio, no se avinagran demasiado si encuentran al menos un
puñado de monedas o un billetito escondido.
Incluso se han reportado casos en los
que el victimario luego de cumplir escrupulosa y diestramente con las tareas de
su oficio, se ha apiadado de su ocasional víctima, entonces, con gesto
desprendido y una bondad conmovedora, le ha “facilitado” un solcito para que
“chape” su combi y se aleje cuanto antes de la escena del crimen.
También se sabe que, en alguna
oportunidad, un ladrón satisfecho por la docilidad, cooperación y comportamiento
ejemplar del asaltado, prometió protegerlo y no volverle a robar nunca más. Pero
esta situación no se va a presentar si a uno lo encuentran recontra arrancado.
Esa es la importancia y la función salvadora de las diez lucas del respeto,
diez, no veinte como en el programa de la televisión.
Eso es demasiado, sobre todo en esta coyuntura
en la que se informa, se explica, se alerta por aquí y por allá y no sé si en
el más allá, que es el momento de apretarse los cinturones. Ay, mamita, se
viene la crisis, sálvese quien pueda y qué Dios nos ayude, como dijera alguna
vez un compungido exministro, porque esta crisis que ya llega o ya llegó, será
nacional, internacional y según parece hasta interplanetaria.
Muchos se asustan, se desesperan y se
deprimen por eso. No es mi caso. Yo estoy en otra. Yo estoy tentado de organizar
un sorteo para decidir sobre qué diablos escribo. Eso sí, no será de la temida depresión
con sus vacas flacas y sus ajustes de cinturones, aunque esto último sí lo
necesito, por la súbita desaparición de mi prominente barriga que nunca fue
cervecera… bueno, al menos no del todo.
Ya saben, si me ven por ahí y les
sorprende mi delgadez, no piensen que es una consecuencia directa del caos
económico mundial o de la subida del dólar en el mercado paralelo. Tampoco del
bajón de los minerales o de la millonaria disminución del canon. Nada de eso… o
quizás sí y ni siquiera me he dado cuenta. Vaya, esto es más grave de lo que
imaginé.
Soy un irresponsable, señor, señora. En vez de pensar en redactar un artículo por órdenes del azar, debería de
preocuparme de las inversiones que no tengo, de mis cuentas bancarias que jamás
ganan intereses, de las tarjetas de crédito que nunca acepto, y, claro, cómo
no, de iniciar cuanto antes los trámites de renovación de mi pasaporte. Así podría
huir ni bien el barco empezara a hundirse.
No me burlo de la crisis. Lo que pasa
es que siempre he vivido en crisis. Sí, lo sé, crisis personales, íntimas, cotidianas,
no como esta que a decir de muchos analistas es nacional, internacional y acaso
hasta interplanetaria. Eso sí que da miedo… bueno, a algunos compatriotas, no a
todos, no a este viajero que siempre tendrá los caminos para perderse y
encontrarse, para olvidar y soñar, para vivir y seguir creando.
Sí, creando relatos. ¿Mejores o peores
que este? Eso no lo sé. Mi única certeza es que ya no haré un sorteo. Al final,
la idea no prosperó. Fue un fiasco. Acabé escribiendo sobre otra cosa o sobre
cualquier cosa. No es la primera vez. Tampoco será la última. De todos modos
guardaré mis papelitos. Quizá elija uno antes de iniciar mi próximo texto.
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