Hace algunos días me preguntaron si en mis viajes había tenido encuentros paranormales. Con un poco de tristeza –porque siempre es bueno tener una historia alucinante que contar- confesé que jamás he vivido una experiencia con fantasmas, aparecidos, cucos, condenados o cabezas voladoras. Tampoco con esa banda de pishtacos saca grasas de la que habló cierta autoridad policial. Nada de nada, admití ante la desazón de quienes me escuchaban. Ellos tuvieron con conformarse con una que otra anécdota relacionadas con el tema y que no eran demasiado terroríficas e impactantes. Pero no era mi culpa. Las almas en pena se rehúsan a asustarme y ni siquiera se animan a darme una ‘jaladita de pata’. Y no precisamente por la razón que varios de ustedes podrían estar pensando. Lo más extraño –y esta es una reflexión que fungió como respuesta- es que he estado en lugares en los que, según varias voces, han ocurrido sucesos inexplicables, de esos que te ponen la piel de gallina y los pelos...