Con ojotas, chullos y ponchos, un grupo de comuneros de Qollana, distrito de Lares (Calca, Cusco) posa para la foto del recuerdo, antes de iniciar una ardorosa pichanguita entre solteros y casados, a más de 3,500 m.s.n.m.
A pesar de los malos resultados, las eliminaciones constantes, las goleadas recurrentes y la costumbre nacional de involucrar a las matemáticas, para mantener vivas las esperanzas de triunfo, el fútbol en el Perú sigue siendo una auténtica pasión de multitudes.
Se juega en todos lados y en cualquier cancha: una calle sin asfalto, un terreno abandonado, un patio comunal, entonces, el simple hecho de ver correr ese balón ¿de cuero?, ¿de plástico?, quizás sólo de trapo, se convierte en una fiesta, aquí, en Qollana, como en cualquier otro lugar del país, acaso en una caleta pesquera, en una chacra serrana, también en la espesura de la selva amazónica, donde comunidades enteras surcan los ríos en canoas, para jugarse un partidito con sus vecinos de la otra ribera.
Y si bien la selección peruana no asiste a un mundial desde 1982, en el país se juegan auténticas finales todos los días... y si no lo creen, pregúntenle a los comuneros de Qollana.
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