Se extinguen los colores y la luz vivaracha del sol. Llueve con furor o con furia en la selva de Tambopata (Madre de Dios), imponiéndose sobre el cielo límpido y de ensoñadoras nubes esponjosas, un velo plúmbeo que convierte al follaje, a las aguas laberintosas y a las canoas que surcan el río, en siluetas borrosas, espectrales, acaso fantasmagóricas. Lluvia, tormenta, aguacero, chaparrón o chubasco; jamás una tímida garúa o una ridícula llovizna. Las gotas -gruesas, rápidas constantes- nutren el caudal de los ríos y refrescan las raíces de los árboles... un aroma a vida, una fragancia de tierra fecundada se expande en el ambiente. Ahora, el cielo de nubes nigérrimas parece estar a punto de venirse abajo, de caerse a pedacitos o de estar derritiéndose; entonces, sólo queda esperar, refugiarse bajo el toldo de la canoa y contemplar maravillado el espectáculo de la lluvia amazónica. Los animales se espantan, desaparecen, algunos acallan sus voces. La selva se hace distinta, se vuelve som...