Y otra vez la misma cantaleta. Que votar es tu derecho, que votar es tu deber, que hay que votar sin miedo. Que no debes votar en blanco, que no debes viciar tu voto, que te cae la multa si no votas.
Y te hablan sobre el voto de conciencia, sobre el voto democrático, sobre el voto por el Perú que ya nadie lo para; también sobre el voto perdido, sobre el voto estratégico, sobre el temible voto anti sistema.
Y esos que se la pasan hablando sobre los votos de otros, se complican tanto con esto de los votos que al final malpiensan su propio voto.
Y no faltan quienes te preguntan por quién vas a votar, quienes te discuten por qué vas a votar por ese, justo por ese, y quienes te aconsejan o te exigen que lo mejor es cambiar tu voto.
Y es que si votas así: “electarado”. Y es que si votas asá: resentido. Y es que si no votas así ni asá: capitalista o pituco; chavista o retrógrada.
También te alertan sobre que hay que cuidar el voto, que se pueden robar los votos, que los personeros anulan los votos, que los miembros de mesa no saben contar los votos, y hay tanto enredo con los votos que ya no sé para qué voto.
Pero, al final, igual voto o hago la finta de que voto y en verdad vicio mi voto. Mi voto que es secreto como millones de votos. Así que ya lo saben, no me pregunten por quién voto.
Y como nadie sumará suficientes votos, esta cantaleta de los votos no se acabará con mi voto. Mi voto dominguero. Mi voto obligatorio. Mi voto de ley seca. Mi voto de tinta indeleble.
Así que mejor guardo mi voto para la segunda ronda de votos, porque esta novela de los votos, de todos los votos, que son muchos votos, tiene para más votos, porque en esta fiesta de votos –como en todas las fiestas- una siempre es ninguna y no hay primera sin segunda.
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