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Un confuso adiós

Adiós. Me voy. Ya vuelvo. Hasta la vista. No me extrañen o mejor sí, extrañenme. Ya, ya, no pido mucho, que al menos alguien lo haga o, mejor, que solo ellas me extrañen; no, no, que digo, ella, el plural me hace quedar mal, como viajero conquistador que anda de pueblo en pueblo con inquietud y vocación de picaflor.

Sí, que me extrañe ella… pero quién es ella o cuál ella o será que, tal vez, no hay ninguna ella. Qué fastidio. Qué horror. Nadie notará mi ausencia ni esperará mi pronto retorno. Bah, qué importa. Igual me voy y vuelvo, sin decirles adiós ni hasta la vista a las ellas que conozco.

Mejor me reservo la despedida para ustedes, aguerridas lectoras y lectores de Explorando, que siempre están allí o supongo que están allí, siguiendo mis pasos andariegos, renegando porque a veces redacto medio o completamente enredado, o, lo que es peor, solo posteo a la muerte de un obispo como se dice.

Y no es que tenga algo contra los obispos, pero así se están dando o presentando las cosas. Y no es que no hayan itinerarios que contar, por el contrario, este 2011 ha empezado inquieto y… por qué estoy diciéndoles todo esto. Mi intención era la de despedirme, decirles adiós, me voy, ya vuelvo y no me extrañen, pero allí surgió el dilema entre unas ellas y una ella que jamás sentirán nostalgia por mí.

Quizás porque no existen o no sé si existen, porque mi única certeza por el momento es que esta noche me voy de viaje, hacia Huaraz, hacia Yungay, hacia Cebollapampa y desde allí caminaré hacia una laguna que no tiene nombre o, mejor dicho, cuyo nombre es un número: 69.

Ahora todo se vuelve número. Siete a ocho kilómetros de ida, los mismos de vuelta y ya tenemos 14 o 16 y por más que sumo no llegó a los 69. Y si le agrego los 30 que me han dicho que hay que recorrer en carro desde Yungay, me sigo quedando corto. 

Así que me olvido de la aritmética y empiezo a preparar mi mochila y a cerrar esta entrada que, como tantas otras, salió media disparatada.

Tal vez sea por eso de andar de disparate en disparate que ella ni ellas notan mi ausencia, pero, igual, como no hay peor gestión que la que no se hace, les digo o les pido que me extrañen.

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