Juntito a la Huacachina una mañana te vi, versea la letra de una canción peruanísima. Y si bien su autor no inspiró sus palabras en lo que ahora vamos a describir, estas encajan perfectamente, porque ahora estamos al ladito de la Huacachina, esa laguna milagrosa que resplandece entre las dunas iqueñas y que recibe el ostentoso calificativo de Oasis de América.
Tu me miraste de mala gana y yo me muero de amor por ti, continúa la letra de la canción y sus versos –al menos en su primera parte- siguen concordando con este relato; eso sí, advierto que no es un espíritu de plagio, la falta de imaginación o el apuro por postear, el que me lleva a transcribir esas líneas.
Lo que ocurre y se los cuento de una vez, es que al enterarme que debía subir paso a paso una de las dunas del oasis, fruncí casi instintivamente el ceño (léase mirar de mala gana), enarque las cejas y vi con cierto encono a los muchachos que estaban a mi lado.
Pero hay que subir nomás, porque la diversión está allá arriba. Al menos eso dicen los sandboristas, quienes –en mi modesta opinión- si se mueren de amor por las dunas. Ellos, cada vez que pueden, ascienden a pie hasta lo más alto, para luego lanzarse, bajar, dejarse caer en un dos por tres en sus raudas tablas de arena.
Subo sin ser sandborista, con mala cara y sin morirme de amor. Bajo un sol de rayos hirientes, avanzo por la arena y pienso en lo que tendré que hacer cuando esté arriba: asirme la tabla a los pies, levantarme, dar un pequeño saltito y luego el descenso, la velocidad, el intento desesperado de mantener el equilibrio, al menos un ratito, más que sea unos segunditos, para “no hacer roche”, “para pasar piola, pues”.
¿Lo lograré? Creo que no, pero no importa, total, más de uno se las arregla para bajar como sea, es decir, sentados (no es recomendable) o tirados sobre las tablas. Lo importante es lanzarse, divertirse, disfrutar de la vertiginosa aventura.
Los expertos como Renzo Silva, Javier Valdés, Mario Díaz, Alex Herencia y Pedro Hernández, son capaces de acciones más atrevidas. Ellos se divierten de lo lindo zigzagueando entre las banderas del slalom o retando a la gravedad en el big air, esa rampa que se “siembra” en el lomo de la montaña de arena, para impulsar los giros y saltos mortales de los más hábiles y arriesgados.
Mientras trepo penosamente, me entero que Ica, por la turgencia de sus dunas que alcanzan los 250 metros de altitud, es un escenario de clase internacional, según la experta opinión del campeón mundial el brasileño Digiacomo Dias (Digi para los amigos), quien ha descendido, volado, hecho piruetas, también caído, en la tibia arena del oasis, localizado a 305 kilómetros al sur de Lima.
Los inicios de esta actividad se remontan a la década del 60, cuando grupos de jóvenes en Florianópolis (Brasil), comenzaron a desprenderse de los cerros en viejas puertas de automóviles, cartones y otros elementos similares.
En Ica –donde el sandboard llegaría mucho tiempo después- las primeras tablas se hicieron de huarango, ese árbol heroico -hoy lamentablemente amenazado- que crece en la aridez del desierto.
Llego a lo más alto. Reino en la arena. Observo el oasis, las aguas quietas de la laguna en la que dicen vive una sirena, el puñado de casas y hoteles que hay en el balneario –a 5 kilómetros del centro de Ica- y los tubulares que ofrecen paseos a todo motor en las dunas.
Me preparo, encero la tabla que alquile por unos cuantos soles. Respiro con ganas y hondura y… sigo en lo más alto. No puedo lanzarme. La tabla es para un derecho (la amarra para ese pie va adelante) y yo soy zurdo. Bajo y no sé si volveré a subir. Otra vez juntito a la Huacachina, sí, mejor canto, para eso da lo mismo ser zurdo o derecho. (Rolly Valdivia)
Tu me miraste de mala gana y yo me muero de amor por ti, continúa la letra de la canción y sus versos –al menos en su primera parte- siguen concordando con este relato; eso sí, advierto que no es un espíritu de plagio, la falta de imaginación o el apuro por postear, el que me lleva a transcribir esas líneas.
Lo que ocurre y se los cuento de una vez, es que al enterarme que debía subir paso a paso una de las dunas del oasis, fruncí casi instintivamente el ceño (léase mirar de mala gana), enarque las cejas y vi con cierto encono a los muchachos que estaban a mi lado.
Pero hay que subir nomás, porque la diversión está allá arriba. Al menos eso dicen los sandboristas, quienes –en mi modesta opinión- si se mueren de amor por las dunas. Ellos, cada vez que pueden, ascienden a pie hasta lo más alto, para luego lanzarse, bajar, dejarse caer en un dos por tres en sus raudas tablas de arena.
Subo sin ser sandborista, con mala cara y sin morirme de amor. Bajo un sol de rayos hirientes, avanzo por la arena y pienso en lo que tendré que hacer cuando esté arriba: asirme la tabla a los pies, levantarme, dar un pequeño saltito y luego el descenso, la velocidad, el intento desesperado de mantener el equilibrio, al menos un ratito, más que sea unos segunditos, para “no hacer roche”, “para pasar piola, pues”.
¿Lo lograré? Creo que no, pero no importa, total, más de uno se las arregla para bajar como sea, es decir, sentados (no es recomendable) o tirados sobre las tablas. Lo importante es lanzarse, divertirse, disfrutar de la vertiginosa aventura.
Los expertos como Renzo Silva, Javier Valdés, Mario Díaz, Alex Herencia y Pedro Hernández, son capaces de acciones más atrevidas. Ellos se divierten de lo lindo zigzagueando entre las banderas del slalom o retando a la gravedad en el big air, esa rampa que se “siembra” en el lomo de la montaña de arena, para impulsar los giros y saltos mortales de los más hábiles y arriesgados.
Mientras trepo penosamente, me entero que Ica, por la turgencia de sus dunas que alcanzan los 250 metros de altitud, es un escenario de clase internacional, según la experta opinión del campeón mundial el brasileño Digiacomo Dias (Digi para los amigos), quien ha descendido, volado, hecho piruetas, también caído, en la tibia arena del oasis, localizado a 305 kilómetros al sur de Lima.
Los inicios de esta actividad se remontan a la década del 60, cuando grupos de jóvenes en Florianópolis (Brasil), comenzaron a desprenderse de los cerros en viejas puertas de automóviles, cartones y otros elementos similares.
En Ica –donde el sandboard llegaría mucho tiempo después- las primeras tablas se hicieron de huarango, ese árbol heroico -hoy lamentablemente amenazado- que crece en la aridez del desierto.
Llego a lo más alto. Reino en la arena. Observo el oasis, las aguas quietas de la laguna en la que dicen vive una sirena, el puñado de casas y hoteles que hay en el balneario –a 5 kilómetros del centro de Ica- y los tubulares que ofrecen paseos a todo motor en las dunas.
Me preparo, encero la tabla que alquile por unos cuantos soles. Respiro con ganas y hondura y… sigo en lo más alto. No puedo lanzarme. La tabla es para un derecho (la amarra para ese pie va adelante) y yo soy zurdo. Bajo y no sé si volveré a subir. Otra vez juntito a la Huacachina, sí, mejor canto, para eso da lo mismo ser zurdo o derecho. (Rolly Valdivia)
Comentarios
saludos.
ariadna
Como siempre gracias por tu mensaje.