Dejar hacer y dejar pasar, esa parece ser la consigna, el pecado original de todos los dramas y penurias que generan los desastres naturales en el Perú, especialmente en los meses de verano. Y es que siempre ocurre lo mismo, como si fuera parte de un espiral trágico, de un guión perverso que se repite constantemente y se inicia con el argumento simple y llano de culpar a la inclemencia brutal de la naturaleza. Sí, claro, la culpa es de la lluvia torrencial que ensancha los cauces de los ríos y debilita las quebradas; entonces, las aguas se desbordan beligerantes o se producen huaycos terribles que arrasan campos de cultivo, casas, comunidades enteras... Arrasan con la vida. Un pueblo, una ciudad, quizás una región colapsada. Lágrimas y dolor. Estado de emergencia, alertas naranjas y rojas. Conmoción. Autoridades que piden ayuda e invocan a la histórica solidaridad de los peruanos. Y mientras esto ocurre, los reportes de prensa muestran imágenes y fotografías de nuestros hermanos caído...