De nada sirvió el mapa de Cochabamba. Por más que lo viera una y otra vez, siempre seguía el camino equivocado y, cuando estaba segurísimo que llegaría a una iglesia históricamente celestial, aparecía delante de mis ojos, una oficina bancaria y, para colmo de males, del Banco de Crédito; entonces, miraba el plano con renovado encono y me increpaba, irritado y derretido por el calor, que sólo un tarado viaja mil horas -disculpen la exageración, estoy sin almorzar- para visitar las agencias del BCP.
Sé que suena descabellado, pero cada uno de mis extravíos terminaba al frente -o al costadito- de una agencia o cajero automático de dicha entidad, como si el mismísimo Dionisio Romero hubiera trazado el mapa que tenía entre mis manos.
Eso era demasiado, no lo podía creer. ¿Sería una especie de trasnochado y velado nacionalismo el que me llevaba a aquellas oficinas?...
En verdad no tengo ni idea. Digamos que fue pura casualidad o chiripa la que me llevó a turistear por los locales del BCP, en los que, según pude observar, la atención es lenta, lentísima, a ritmo de tortuga, como ocurre en Lima o cualquier otra parte del Perú.
Total, para que apurarse si el negocio está asegurado y los clientes sólo se quejan un poquito, si encuentran una silla desocupada para matar el cansancio de la espera.
Y así como los ahorristas tarde o temprano serán atendidos, este viajero confía que ahora sí encontrará la iglesia que tanto busca, a pesar de ese mapa trucado que el mismísimo Dionisio elaboró.... bueno, al menos en mi hambrienta opinión.
Sé que suena descabellado, pero cada uno de mis extravíos terminaba al frente -o al costadito- de una agencia o cajero automático de dicha entidad, como si el mismísimo Dionisio Romero hubiera trazado el mapa que tenía entre mis manos.
Eso era demasiado, no lo podía creer. ¿Sería una especie de trasnochado y velado nacionalismo el que me llevaba a aquellas oficinas?...
En verdad no tengo ni idea. Digamos que fue pura casualidad o chiripa la que me llevó a turistear por los locales del BCP, en los que, según pude observar, la atención es lenta, lentísima, a ritmo de tortuga, como ocurre en Lima o cualquier otra parte del Perú.
Total, para que apurarse si el negocio está asegurado y los clientes sólo se quejan un poquito, si encuentran una silla desocupada para matar el cansancio de la espera.
Y así como los ahorristas tarde o temprano serán atendidos, este viajero confía que ahora sí encontrará la iglesia que tanto busca, a pesar de ese mapa trucado que el mismísimo Dionisio elaboró.... bueno, al menos en mi hambrienta opinión.
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