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Líneas de tristeza

Suele decirse que nadie está libre de un accidente. Y si bien la frase tiene algo de verdad, no puede servir como excusa o sentencia absoluta; aunque claro, siempre será más fácil echarle la culpa al azar y a los caprichos de la suerte, que aceptar alguna responsabilidad. Así, bajo el triste manto de la mala fortuna, se acostumbra ocultar desidias y negligencias.

Lo sucedido ayer en Nasca, donde una avioneta de la empresa Aeroica se precipitó a tierra causando la muerte de cinco turistas franceses, es una clara evidencia de lo descrito en el párrafo anterior.

Y es que es muy difícil hablar de accidente, cuando en el escenario del mismo, se han producido un rosario de ocurrencias previas en las que las naves que sobrevuelan los famosos geoglifos, tuvieron que aterrizar de emergencia en la Panamericana Sur.

Es su momento, aquellos incidentes fueron tomados, hasta cierto punto, como una curiosidad o una anécdota. Se resaltó el ingenio y la capacidad de los pilotos peruanos que se las arreglaron para convertir el asfalto de la carretera en una perfecta pista de aterrizaje.

Pero ayer no sirvió la destreza ni la habilidad. Ayer, según los reportes de prensa, falló un motor, como tantas otras veces en el cielo nasqueño, entonces, el piloto, tras diez minutos de vuelo, se vio obligado a retornar de emergencia al aeródromo María Reiche.

Al aproximarse a su destino, el tren de aterrizaje se enredó con unos cables de luz, colocados de manera inconsulta. Después, la pequeña avioneta colisionaría con muros y paredes levantadas sin autorización municipal. Los cinco ocupantes murieron. Sólo el aviador salió con vida.

¿Dónde está el accidente? o ¿el capricho del azar? Esos cables no los tendió la providencia, aquellas paredes no las erigió la mano de Dios en un par de segundo; no, todo lo contrario, fueron levantadas lenta y arriesgadamente por
Electro Sur Medio, ante la complaciente mirada de las autoridades, los encargados del aeródromo, los representantes de las aerolíneas y hasta de los propios pilotos.

¿Ellos hicieron algo para evitarlo? y, si lo hicieron, ¿se preocuparon para que su queja no quedara archivada en los estantes de alguna dependencia’. Preguntas similares deberían responder los funcionarios del ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC) y de la Corporación Peruana de Aviación Comercial (Corpac), incapaces –a la luz de los hechos- de controlar rigurosamente a las empresas que sobrevuelan las líneas.

El aeródromo de Nasca no está en una zona inaccesible. Esta vez, el MTC no podrá escudarse, como lo hace con el transporte terrestre, en el desinterés de los gobiernos regionales por aplicar adecuadas medidas de seguridad, o, en la amplitud del parque automotor, que impide un control estricto de las unidades que brindan el servicio.

Por su condición de atractivo mundial, decenas de turistas se embarcan diariamente en las frágiles avionetas que sobrevuelan las líneas, con el deseo de admirar los impresionantes geoglifos prehispánicos.

Lo que ellos ignoran es la inseguridad y la falta de controles que, incrementan, los riesgos inherentes a toda travesía. Son esas omisiones y descuidos las causantes de acontecimientos trágicos y luctuosos, que muchos siguen calificando de “accidentes”, aunque todos los indicios nos llevan a pensar lo contrario.

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