Todo comenzó en Selva Alegre. Hasta aquí entran los autos provenientes de Rioja, y Moyobamba, de Soritor y San Marcos (región San Martín), también los arrieros y caminantes provenientes de Galilea, El Dorado y Nueva Omia, entre otros caseríos a los que sólo se llega andando.
Selva Alegra es diminuto. Pocas casas, un par de lugares para comer al aire libre, autos en espera de pasajeros y hombres que acomodan costales y paquetes en los lomos de las mulas.
Nosotros -es decir el autor de estas líneas y su amigo Felipe Varela Travesí, el Chasqui- no tenemos ninguna bestia que cargar. Las mochilas van sobre nuestras espaldas o sobre nuestros "lomazos" -chicas, tranquilas por favor- así iríamos andando hasta Galilea, donde pasaríamos la primera noche.
El camino empezó bien. Seco y hasta amable. Después vendría una subida, digamos criminal, y unos charcos de barro que parecían pantanos. Estos nos acompañarían por toda la ruta, dificultando nuestros -o mejor dicho- mis pasos, porque el Chasqui, como siempre, trekkeaba de lo más campante y fresquito, dándose el lujo, incluso, de sacarme cachita. Debí ahorcarlo.
La primera noche dormimos en la casa de Mauro Huamán Jiménez. Mientras nosotros buscábamos el sueño, él y sus amigos buscaban a la suerte en un juego de cartas. Afuera, un grupo de evangélicos buscaba a Jesús entre cantos y oraciones. Total, todos buscábamos algo. Todos estábamos en Galilea.
Al día siguientes partimos a El Dorado (ya en la región Amazonas). Más subidas más barro, más cansancio. Caminamos tres horas. Debimos hacer menos tiempo, pero mis pies empezaron a torturarme. Antes del mediodía ingresamos al minúsculo caserío. A diferencia de Galilea aquí hay luz eléctrica, aunque no siempre funciona.
Nos detuvimos en una bodega para tomar alguito. Al final, tomamos más que alguito: varias cervecitas que animaron la jornada, cortesìa del dueño de la tienda, don Héctor Rojas, quien, ni corto ni perezoso, nos pide que nos quedemos, que su casa es grande y tiene un cuarto libre. "Así conversamos", nos dice y nos convence. Charlamos, brindamos, dormimos hasta el otro día.
Ni bien canta el gallo, salimos para Nueva Omia. El camino a Nuevo Omia me resulta agotador. El barro se ha multiplicado por mil y mis ampollas están en su máximo esplendor.
La travesía se vuelve tortuosa y, siendo sincero, doy pena o lástima -o las dos juntas- cuando ingreso al pueblo. Con las justas alcanzó la casa de la familia Jiménez - García, mencionada en entradas anteriores. Ellos nos cobijarían calurosamente.
Debido a mis ampollas me quedo varios dias en el pueblo. Mis pasos no me llevan más allá de la bodega-bar El Peluche, donde el propietario, apodado Peluche o Peluchito -qué casualidad-, nos cuenta su azarosa vida en la sierra y en la selva.
Sus peripecias tienen como música de fondo a los Yennix, un grupo tropical en el que un pelucón con lentes (cualquier parecido es pura coincidencia) se desgañita diciendo que busca un amor que sea difícil, porque no le gustan las fáciles y le gusta sufrir. Salud por eso.
Pero el que realmente sufre es este pechito y no por el desaire de alguna chica buenamoza, sino por las famosas ampollas que me impiden seguir en la ruta con Felipe. El Chasqui continuaría hacia Rodríguez de Mendoza, yo pernoctaría una noche más en Nueva Omia. Después retornaría, en mula, hasta Selva Alegre. Donde todo comenzó y terminó.
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r.v.ch.