Verdor tras la penumbra. Luz que rasga el manto de la oscuridad, en la mañana aventurera en la que el inquieto objetivo de Explorando, se internó en la oquedad de la cuevas de las Lechuzas, en el parque nacional Tingo María (Leoncio Prado, Huánuco).
Ya en el interior de este pequeño reino de estalactitas y estalagmitas, el acceso a la gruta se vislumbra como una extraña frontera entre la luminosa vivicidad del sol tingales y las sombras perpetuas que amparan a los murciélagos y a los guácharos (ave nocturna).
Misteriosa, monumental y profunda. A medida que uno avanza por la rugosa superficie de esta caverna de piedra caliza, se extingue cualquier vestigio de claridad. Todo se vuelve tenebroso, lóbrego, asfixiante. De nada sirven las linternas y se tornan inútiles los esfuerzos por seguir explorando.
Debes volver al sol, al bosque, al camino que une Tingo María con el valle del Monzón. La cueva va quedando atrás, con sus guácharos, murciélagos y esa misteriosa profundidad que, hasta ahora, sigue siendo impenetrable.
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