Donde el autor pierde la cordura y, al relatar un suceso imaginario, tiene la desfachatez de describirse como alto, guapo y elegante. ¡El colmo!... Quiero pedirles un favor. Imaginen una noche cálida y un cielo estrellado. Piensen en un estrado al aire libre aún con los reflectores apagados. Escuchen el redoble de un tambor, el estallido de las bombardas, el aplauso y los vítores cuando un rayo luminoso irrumpe en la oscuridad despejando las sombras. El estrado resplandece. Alguien se acerca al micrófono. Sonríe, saluda, dice buenas noches. Se acallan las bombardas, se apaciguan los aplausos, se agranda la expectativa. Ahora, el personaje del micrófono se dirige a la anhelante multitud. Habla de exploraciones y destinos, de crónicas y fotografías viajeras, de aventuras por caminos virtuales y globalizados; entonces, llega el momento del gran anuncio, ese que convocó a las masas que usted y yo nos esforzamos en imaginar, para que este escrito tenga sentido. Y se escucha el último redob...