Viajé a Churín. Pensé en baños termales. Agua tibia y relajante. Aguas que curan.
Pero como soy un mal pensado o, mejor dicho, siempre pienso mal, al final no estuve mucho tiempo en Churín. Apenas recorrí sus calles, visité sus famosos baños de la Juventud y, sólo al caer mi último día, pude conocer el velo de la Novia y la gruta de la legendaria Mama Warmy.
Y como estuve poco en Churín (la capital del distrito de Pachangará) pude librarme de la seducción de sus aguas querendonas; entonces, me escabullí por los caminos de la provincia de Oyón, en busca de lagunas, iglesias, nevados y pueblos pletóricos de quietud.
Llegué a los espejos de agua de Surusaca y Guengue, a los pantanos de Rumbro. Bromeé con una niña de Quichas, sentí el viento frío proveniente de varias cumbres de nieve, caminé por las calles pacíficas de Andajes que, en otros tiempos, conocieron del terror de la guerra interna.
Hoy todo está tranquilo en el "Balcón de los Andes". Hoy endulzo mi tarde con manjar blanco, luego de visitar la iglesia colonial Santiago Apóstol, una casa de Dios, sin padre y sin sacristán, con candado en la puerta para espantar a diablos y diablillos.
Ojalá vuelva pronto a Churín. Cuando lo haga, ya no pensaré tanto en los baños termales.
No quiero equivocarme. No quiero ser un mal pensado.
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