Varias horas después de la aparición bullanguera y polvorienta de "el aventurero" --un camión medio destartalado que espetó brumas de monóxido a diestra y siniestra en el desierto que encajona el mar de Tortugas (Casma, Áncash)--, una niebla espesa borroneó el fulgor veraniego, opacando al sol y convirtiendo a la brisa acariciante en viento alboratado.
Cuando ese panorama se imponía y la nostalgia amenazaba con golpear al viajero, una voz inspiradora lo anima, lo alerta, le hace levantar la mirada hacia el horizonte mustio, hacia aquel espigón bastante maltrecho y acosado por la marea, en el que una pareja de recién casados, estrena sus sonrisas y ensaya sus primeros mohínes de esposos.
Una imagen inesperada en una tarde escasamente pasional. Eso les importa poco a Maylín y Miguel. Ellos están frente al mar, acaso tan inmenso como el cariño que les llevó a unir sus vidas, a juntar sus caminos y esperanzas, a prometerse amor eterno e incondicional en una tarde de enero.
Se despeja la nostalgia. El viajero enrumba presuroso hacia aquel horizonte cercano. Ya está el espigón. Se aproxima, saluda, les desea buena suerte a la flamante pareja proveniente de la cercana Chimbote. Los esposos responden con sonrisas. Derrochan alegría... también estan nerviosos.
Pero no se molestan ante aquel lente intruso que retrata su felicidad y que ahora se atreve a compartirla con todos los lectores de Explorando, una bitácora ciento por ciento aventurera que, a veces -muy pocas veces felizmente-, se pone medio romanticona.
Comentarios
Luzmi
Gracias,
r.v.ch.