Ni de la sazón ni de la carta. Ni de los gustitos ni los
sabores de la selva. De nada de eso tratará este texto que, dicho sea de paso,
será breve, como fue la parada o escala en el pueblo de Quincemil, un bosquejo
de urbanidad en las márgenes de la kilométrica vía que une las regiones de Madre de Dios y Cusco.
Tampoco escribiremos o especularemos sobre si “El Rambo I”,
el camioncito verde militar estacionado o abandonado al otro lado del asfalto
interoceánico, todavía está operativo a pesar de su pinta de carcocha y su
parabrisas roto. Y, bueno, también hay que decirlo, no relataremos ninguna
historia de secos y volteados en el bar “El Amigo”.
No por falta de ganas, menos por una naciente vocación de
abstemio del autor de estas palabras. Lo cierto es que dicho centro de
diversión estaba cerrado, quizás porque era lunes, tal vez porque el reloj no
marcaba ni las once de la mañana, hora inapropiada –salvo mejor parecer- para
entregarse al empinamiento del codo.
Como dijimos al principio o en la entrada, no haremos una
reseña de la sazón ni de los platos del citado restaurante; más bien, nos
centraremos en su valla o cartel, colocada en una posición estratégica, visible
para todos los conductores que van y vienen por la Interoceánica y tienen ganas
de satisfacer un gustito.
Pero siendo sincero, no es la señorita de las prendas
escasas ni el platón de lomo saltado, los que resaltan en la valla. Al menos
para el ojo de este viajero. Y no es que este pechito no le entre con
entusiasmo a la comilona o se haga el bizco cuando tiene al frente, en persona
o en foto, a una agraciada muchachita.
O, en caso contrario, escapar a toda máquina en El Rambo I,
bueno, si es que el camioncito verde encendía, lo cual era bastante complicado,
tanto o más complicado que “escojer”, sí, “escojer” con “j” no con “g”, uno de
los extras que se ofrecen en el Gustitos de la selva de Quincemil.
Y como no se qué es eso de “escojer", mejor ni entro al
restaurante, mejor escojo la retirada, la partida, el viaje por esa carretera
que une la Amazonia y los Andes. Esta travesía con falta de ortografía que, si
me lo preguntan, la volvería escoger una y otra vez. Quizás para la próxima ya
está corregido el cartel.
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