De la duda a la certeza, en un relato de excusas por inventar y desafíos que se afrontan en los ondulantes dominios del Ausangate, la montaña tutelar del Cusco y el escenario de una de las rutas pedestres más impactantes del país.
Todavía estás a tiempo de arrepentirte, de inventar una excusa, de argüir un pretexto que te sirva de tabla de salvación; pero no digas lo primero que se te ocurra. Ese sería un grave error. Piensa, reflexiona, se ingenioso para encontrar una trama creíble y razonable que te libere de la sospecha o la certeza –esto dependerá de la agudeza de tu interlocutor- de que te estás acobardando porque te mueres de miedo.
Tienes que inventar una coartada salvadora y decírsela ya, ahora, a ese joven que despliega un mapa para adoctrinarte sobre kilómetros y altitudes, sobre montañas y abras, sobre partidas madrugadoras y llegadas en horas inciertas. Sus palabras ponen al borde del nocaut a tu entusiasmo, y, como ninguna campana te salvará de besar la lona, es urgente que tires la toalla.
No lo haces. Calladito te quedas cuando te explican como serán tus próximos cinco días. Mucha caminata y hartos ascensos con amenazas de soroche y probabilidades de lluvia, nieve o granizo. Bueno, también está lo otro, lo más importante: la aventura, las vivencias, los recuerdos que se generarán en cada paso; pero, por alguna extraña razón, son los primeros detalles los que taladran tu mente.
Te mueres de miedo. Preferirías quedarte en el Cusco cosmopolita e insinuante, antes que explorar los dominios del Ausangate, el lugar de peregrinación de los pabluchas o ukukos, los enmascarados personajes que imponen el orden en la festividad del Señor de Qoyllur Rit’i, la montaña sagrada y mítica que, según la cosmovisión andina, distribuye el agua, protege los sembríos y cuida el ganado.
“El Ausangate –escribe Rodolfo Sánchez Garrafa en Los mitos del Awsangate: cuando los apus se reúnen– es progenitor (o semilla) principal y por tanto posee capacidad de convocatoria, en torno a él se reúnen otros miembros de su linaje en una suerte de consejo familiar”… pero tú no eres pariente del Apu y no tienes ninguna razón personal para emprender un desafío que te hace recordar los calambres, las ampollas y el pavor a los descensos prolongados que te persiguen en los senderos pedestres.
A pesar de eso, terminas la conversación con un “no hay problema, somos mañana”, enterrando cualquier posibilidad de un arrepentimiento decoroso. Irás despojándote de tus miedos, confiando en el poder de los rituales y de la hoja de coca, creyendo en los arrieros de chullos vistosamente coloridos que siempre te dirán que ya estás cerca, nutriéndote de la energía de un territorio apenas mancillado por el hombre.
Te vas del Cusco con sus reminiscencias arqueológicas y sus tentaciones noctámbulas. Será para el retorno, cuando –con o sin calambres, ampollas y tirones en las rodillas– hayas recorrido los 42 kilómetros del camino al Ausangate. Lo harás, de alguna manera llegarás a los 5150 m.s.n.m. del abra Palomani, y, luego coronarás, también, la cumbre polícroma de Vinicunca, la ya famosa montaña del arco iris.
Será tu reto y ya no te preocupa si te invade el cansancio. De alguna manera encontrarías la forma de dar un paso más, aunque llueva, te golpee el granizo o te resbales en la nieve, porque los pronósticos revelados en la noche previa, en la charla de inducción a la travesía, se harían realidad. Una complicación más, un capricho meteorológico que termina por hermosear todas las visiones, todos los recuerdos.
Panoramas inesperados. El mundo es de hielo. Los caminos son de nieve. Impacta, impresiona como el corretear de las vicuñas, la fortaleza de las llamas cargueras, la timidez de las vizcachas, la fidelidad amorosa de las huallatas y la resistente abnegación de los caballos que alivianan el cansancio de algunos viajeros.
Tú no eres uno de ellos. Tú sigues andando sin pensar en excusas ni en pretextos. No los necesitas. Disfrutas más de las montañas que de las noches de festivo insomnio en una ciudad cosmopolita. Viajas, caminas, vives.
Explordatos
El Apu: El Ausangate (6384 m.s.n.m.) es la quinta montaña más alta del Perú y es parte la cordillera de Vilcanota. Se encuentra a 100 kilómetros del Cusco, aproximadamente, siendo accesible por las provincias de Canchis y Quispicanchi.
La ruta: Existen diferentes alternativas. El autor de esta crónica inició su aventura con un viaje carretero hasta Molino Viejo (Pitumarca, Canchis). En este punto empezaría la caminata que después de cinco días terminaría en Congomire. Altura mínima: 3965; máxima: 5150.
Pernocte: A lo largo de la ruta se encuentran los sofisticados albergues de Andean Lodges (www.andeanlodges.com), empresa de enfoque comunitario que opera la ruta ofreciendo diversos programas. Otra opción es acampar en diferentes puntos del camino.
Hallazgo: A Vinicunca, promocionada como la montaña de los Siete Colores, se llega en el cuarto día de caminata. Con una altitud de 5200 metros, en su falda se notan tonalidades rojas, grises, azules, ocres, entre otras. Se encuentra en el distrito de Pitumarca.
Todavía estás a tiempo de arrepentirte, de inventar una excusa, de argüir un pretexto que te sirva de tabla de salvación; pero no digas lo primero que se te ocurra. Ese sería un grave error. Piensa, reflexiona, se ingenioso para encontrar una trama creíble y razonable que te libere de la sospecha o la certeza –esto dependerá de la agudeza de tu interlocutor- de que te estás acobardando porque te mueres de miedo.
Tienes que inventar una coartada salvadora y decírsela ya, ahora, a ese joven que despliega un mapa para adoctrinarte sobre kilómetros y altitudes, sobre montañas y abras, sobre partidas madrugadoras y llegadas en horas inciertas. Sus palabras ponen al borde del nocaut a tu entusiasmo, y, como ninguna campana te salvará de besar la lona, es urgente que tires la toalla.
No lo haces. Calladito te quedas cuando te explican como serán tus próximos cinco días. Mucha caminata y hartos ascensos con amenazas de soroche y probabilidades de lluvia, nieve o granizo. Bueno, también está lo otro, lo más importante: la aventura, las vivencias, los recuerdos que se generarán en cada paso; pero, por alguna extraña razón, son los primeros detalles los que taladran tu mente.
Te mueres de miedo. Preferirías quedarte en el Cusco cosmopolita e insinuante, antes que explorar los dominios del Ausangate, el lugar de peregrinación de los pabluchas o ukukos, los enmascarados personajes que imponen el orden en la festividad del Señor de Qoyllur Rit’i, la montaña sagrada y mítica que, según la cosmovisión andina, distribuye el agua, protege los sembríos y cuida el ganado.
“El Ausangate –escribe Rodolfo Sánchez Garrafa en Los mitos del Awsangate: cuando los apus se reúnen– es progenitor (o semilla) principal y por tanto posee capacidad de convocatoria, en torno a él se reúnen otros miembros de su linaje en una suerte de consejo familiar”… pero tú no eres pariente del Apu y no tienes ninguna razón personal para emprender un desafío que te hace recordar los calambres, las ampollas y el pavor a los descensos prolongados que te persiguen en los senderos pedestres.
A pesar de eso, terminas la conversación con un “no hay problema, somos mañana”, enterrando cualquier posibilidad de un arrepentimiento decoroso. Irás despojándote de tus miedos, confiando en el poder de los rituales y de la hoja de coca, creyendo en los arrieros de chullos vistosamente coloridos que siempre te dirán que ya estás cerca, nutriéndote de la energía de un territorio apenas mancillado por el hombre.
Te vas del Cusco con sus reminiscencias arqueológicas y sus tentaciones noctámbulas. Será para el retorno, cuando –con o sin calambres, ampollas y tirones en las rodillas– hayas recorrido los 42 kilómetros del camino al Ausangate. Lo harás, de alguna manera llegarás a los 5150 m.s.n.m. del abra Palomani, y, luego coronarás, también, la cumbre polícroma de Vinicunca, la ya famosa montaña del arco iris.
Será tu reto y ya no te preocupa si te invade el cansancio. De alguna manera encontrarías la forma de dar un paso más, aunque llueva, te golpee el granizo o te resbales en la nieve, porque los pronósticos revelados en la noche previa, en la charla de inducción a la travesía, se harían realidad. Una complicación más, un capricho meteorológico que termina por hermosear todas las visiones, todos los recuerdos.
Panoramas inesperados. El mundo es de hielo. Los caminos son de nieve. Impacta, impresiona como el corretear de las vicuñas, la fortaleza de las llamas cargueras, la timidez de las vizcachas, la fidelidad amorosa de las huallatas y la resistente abnegación de los caballos que alivianan el cansancio de algunos viajeros.
Tú no eres uno de ellos. Tú sigues andando sin pensar en excusas ni en pretextos. No los necesitas. Disfrutas más de las montañas que de las noches de festivo insomnio en una ciudad cosmopolita. Viajas, caminas, vives.
El Apu: El Ausangate (6384 m.s.n.m.) es la quinta montaña más alta del Perú y es parte la cordillera de Vilcanota. Se encuentra a 100 kilómetros del Cusco, aproximadamente, siendo accesible por las provincias de Canchis y Quispicanchi.
La ruta: Existen diferentes alternativas. El autor de esta crónica inició su aventura con un viaje carretero hasta Molino Viejo (Pitumarca, Canchis). En este punto empezaría la caminata que después de cinco días terminaría en Congomire. Altura mínima: 3965; máxima: 5150.
Pernocte: A lo largo de la ruta se encuentran los sofisticados albergues de Andean Lodges (www.andeanlodges.com), empresa de enfoque comunitario que opera la ruta ofreciendo diversos programas. Otra opción es acampar en diferentes puntos del camino.
Hallazgo: A Vinicunca, promocionada como la montaña de los Siete Colores, se llega en el cuarto día de caminata. Con una altitud de 5200 metros, en su falda se notan tonalidades rojas, grises, azules, ocres, entre otras. Se encuentra en el distrito de Pitumarca.
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