Confiado en que más vale tarde que nunca, le comunico respetuosamente al presidente de la mesa 128530 del distrito de La Perla, Callao, que por motivos de fuerza mayor, no pude asistir al proceso electoral del domingo 19 de noviembre.
Espero que el distinguido presidente sepa comprender mis razones y lamento si mi ausencia le generó algún problema o dificultad adicional en el cumplimiento de su patriótica función.
Ahora bien, es muy probable que el ciudadano presidente ni siquiera se diera cuenta de mi ausencia. Si ese es el caso, este escrito -como tantos otros que he redactado en mi vida- no tiene ningún sentido. Pero igual sigo dándole a las palabras.
En verdad es complicado imaginar lo que pensó el obligadamente entusiasta
presidente y sus dos secretarios. Ellos se pasaron todo el domingo viendo votar a decenas de compatriotas, haciéndoles firmar el padrón, evitando que algún descordinado derribe el pomito de tinta indeleble y, a partir de las cuatro de la tarde, contando una a una las papeletas.
La situación se agrava si uno tiene la mala suerte de encontrarse con un personero fogueado y chinchoso, entonces, hay que resolver sus quejas y reclamos -a veces hasta inverosímiles- en defensa de los sagrados intereses del partido y de su "adorado" candidato.
Lo más irónico del asunto es que en las últimas elecciones presidenciales, algunos de los perdedores le achacaron su derrota a los sacrificados miembros de mesa "que no sabían llenar las actas" o "tenían su corazoncito a favor del otro partido" y otros argumentos similares que, a mi modesto entender, sólo demostraban su incapacidad de aceptar la derrota con hidalguía.
Pero ese es otro tema. Hoy -aunque es tarde- escribía para excusarme por mi ausencia. Confieso que es la primera vez que no asisto a un proceso eleccionario. Siempre lo he hecho, un poco por miedo a la multa y otro poco porque, de una u otra manera, me gusta expresar mi opinión que, casi siempre, es viciada o blanca.
No quiero darle más vueltas al asunto y si alguno de los miembros de mi mesa de votación lee este post, en especial el presidente y sus secretarios, les digo que no asistí porque me encuentro fuera del país.
Eso sí, no piensen que estoy de vacaciones o travesía de placer; tampoco estoy cumpliendo una tortura o algo así, sencillamente estoy haciendo mi trabajo de periodista itinerante o vagabundo profesional -como me autocalifiqué en otro texto- pero no en tierras peruanas, como es mi costumbre, sino en el Ecuador.
Antes de iniciar esta aventura periodística, quise solicitar una dispensa ante las autoridades competentes, pero fue imposible. Sólo los ciudadanos enfermos tienen ese privilegio. Si la ausencia es por otro motivo, hay que pagar la multa calladito nomás.
De nada valen tus antecedentes como votante consecuente e infaltable. A pagar la multa señor, esa la única salida... y me pregunto ¿hasta cuándo la democracia peruana obligará a sus ciudadanos a votar?, ¿hasta cuándo nos tratarán como a niñitos malcriados a los que se les castiga si no hacen su tarea?
No digo esto porque al volver deba pagar una multa (¿el agente de migraciones me querrá cobrar por adelantado en la frontera?), tampoco lo hago por un afán abstencionista. Sólo creo que al ser la democracia un sistema que se basa en la libertad, resulta ilógico que los ciudadanos estén obligados a asistir a las urnas.
Acaso se construyen gobiernos sólidos o instituciones fuertes, cuando se vota por mandato imperativo de la ley, sin saber siquiera quienes son los candidatos o, lo que es peor, dejándose convencer por el ciudadano verborreico y partidarizado que nunca falta en la cola.
Más allá de mis argumentos, afirmo que si hubiera estado en La Perla el pasado domingo, habría ido a votar -en blanco- al colegio Keneddy y este post no existiría. Cosas de la democracia.
Espero que el distinguido presidente sepa comprender mis razones y lamento si mi ausencia le generó algún problema o dificultad adicional en el cumplimiento de su patriótica función.
Ahora bien, es muy probable que el ciudadano presidente ni siquiera se diera cuenta de mi ausencia. Si ese es el caso, este escrito -como tantos otros que he redactado en mi vida- no tiene ningún sentido. Pero igual sigo dándole a las palabras.
En verdad es complicado imaginar lo que pensó el obligadamente entusiasta
presidente y sus dos secretarios. Ellos se pasaron todo el domingo viendo votar a decenas de compatriotas, haciéndoles firmar el padrón, evitando que algún descordinado derribe el pomito de tinta indeleble y, a partir de las cuatro de la tarde, contando una a una las papeletas.
La situación se agrava si uno tiene la mala suerte de encontrarse con un personero fogueado y chinchoso, entonces, hay que resolver sus quejas y reclamos -a veces hasta inverosímiles- en defensa de los sagrados intereses del partido y de su "adorado" candidato.
Lo más irónico del asunto es que en las últimas elecciones presidenciales, algunos de los perdedores le achacaron su derrota a los sacrificados miembros de mesa "que no sabían llenar las actas" o "tenían su corazoncito a favor del otro partido" y otros argumentos similares que, a mi modesto entender, sólo demostraban su incapacidad de aceptar la derrota con hidalguía.
Pero ese es otro tema. Hoy -aunque es tarde- escribía para excusarme por mi ausencia. Confieso que es la primera vez que no asisto a un proceso eleccionario. Siempre lo he hecho, un poco por miedo a la multa y otro poco porque, de una u otra manera, me gusta expresar mi opinión que, casi siempre, es viciada o blanca.
No quiero darle más vueltas al asunto y si alguno de los miembros de mi mesa de votación lee este post, en especial el presidente y sus secretarios, les digo que no asistí porque me encuentro fuera del país.
Eso sí, no piensen que estoy de vacaciones o travesía de placer; tampoco estoy cumpliendo una tortura o algo así, sencillamente estoy haciendo mi trabajo de periodista itinerante o vagabundo profesional -como me autocalifiqué en otro texto- pero no en tierras peruanas, como es mi costumbre, sino en el Ecuador.
Antes de iniciar esta aventura periodística, quise solicitar una dispensa ante las autoridades competentes, pero fue imposible. Sólo los ciudadanos enfermos tienen ese privilegio. Si la ausencia es por otro motivo, hay que pagar la multa calladito nomás.
De nada valen tus antecedentes como votante consecuente e infaltable. A pagar la multa señor, esa la única salida... y me pregunto ¿hasta cuándo la democracia peruana obligará a sus ciudadanos a votar?, ¿hasta cuándo nos tratarán como a niñitos malcriados a los que se les castiga si no hacen su tarea?
No digo esto porque al volver deba pagar una multa (¿el agente de migraciones me querrá cobrar por adelantado en la frontera?), tampoco lo hago por un afán abstencionista. Sólo creo que al ser la democracia un sistema que se basa en la libertad, resulta ilógico que los ciudadanos estén obligados a asistir a las urnas.
Acaso se construyen gobiernos sólidos o instituciones fuertes, cuando se vota por mandato imperativo de la ley, sin saber siquiera quienes son los candidatos o, lo que es peor, dejándose convencer por el ciudadano verborreico y partidarizado que nunca falta en la cola.
Más allá de mis argumentos, afirmo que si hubiera estado en La Perla el pasado domingo, habría ido a votar -en blanco- al colegio Keneddy y este post no existiría. Cosas de la democracia.
Comentarios
Ya vez .. Sin tu voto no salió el "SHERIFF"...
¡Qué lastima!... NO sabes lo que te perdiste...
¡Vive la vida no dejes que la vida te viva!
Saludos amigo..
Job Rosales
Parece que tienes una fijación con los apristas; pero más allá de eso, así hubiera estado en Perú, jamás habría votado por Benedicto Jiménez... como dice en la nota, voto en La Perla, Callao, no en Lima.
Ya somos dos los que pensamos igual. ¿Cuántos en realidad pensarán lo mismo en el país?.
Saludos,