Lejos de Mistura y sus colas interminables, cerca del mar y de sus olas seductoras, entre la Panamericana Norte y la playa de Máncora, en pleno Malecón que une el asfalto con el océano, el señor Hermes, el talareño Hermes, el cocinero Hermes, prepara con vertiginosa destreza y envidiable sazón, sendos y portentosos ceviches de conchas negras.
Parapetado tras un carretillón con apariencia de tanque y con montones de conchas sin abrir, limones con todo su jugo y cebollas a la espera de ser picaditas, el experto cevichero aguarda con paciencia a sus potenciales comensales: turistas, mochileros, surfistas, rastras, serenos y parejitas de enamorados, esposos y hasta de amantes.
"De todo cae por aquí", dice el talareño mientras sazona las conchas, luego de abrirlas certeramente con una especie de guillotina. "Ya va a probar, no se desespere", tranquiliza a su futuro comensal, que llegó mascando sus angustias y su hambre, luego de terminar un mísero menú que se le quedó en el diente.
Un rículo platito de ceviche. Poca cebolla, menos pescado. Un chaufa de mariscos que estaba en algo aunque que no llegó a ser contundente. Ocho luquitas al agua, malgastadas en un restauracinto de buena pinta pero de escasa sabrosura, a solo unos metros de la carretilla salvadora de Hermes, quien a punta de cevichazos, ha ido conociendo y trabajando en varias ciudades del país.
Ahora está en Máncora, cerquita a su tierra natal, contentado paladares conocedores y otros que recién descubren la seducción de ceviche de conchas negras, con su canchita serrana, su rocoto picantito, su cebolla menudita y la irremplazable acidez del limón norteño.
Parapetado tras un carretillón con apariencia de tanque y con montones de conchas sin abrir, limones con todo su jugo y cebollas a la espera de ser picaditas, el experto cevichero aguarda con paciencia a sus potenciales comensales: turistas, mochileros, surfistas, rastras, serenos y parejitas de enamorados, esposos y hasta de amantes.
"De todo cae por aquí", dice el talareño mientras sazona las conchas, luego de abrirlas certeramente con una especie de guillotina. "Ya va a probar, no se desespere", tranquiliza a su futuro comensal, que llegó mascando sus angustias y su hambre, luego de terminar un mísero menú que se le quedó en el diente.
Un rículo platito de ceviche. Poca cebolla, menos pescado. Un chaufa de mariscos que estaba en algo aunque que no llegó a ser contundente. Ocho luquitas al agua, malgastadas en un restauracinto de buena pinta pero de escasa sabrosura, a solo unos metros de la carretilla salvadora de Hermes, quien a punta de cevichazos, ha ido conociendo y trabajando en varias ciudades del país.
Ahora está en Máncora, cerquita a su tierra natal, contentado paladares conocedores y otros que recién descubren la seducción de ceviche de conchas negras, con su canchita serrana, su rocoto picantito, su cebolla menudita y la irremplazable acidez del limón norteño.
Y con su chifle de cortesía, se promociona Hermes al terminar su obra y antes de agasajarse con una refrescante cervecita negra, jamás rubia, como la suelen pedir quienes llegan a su carretilla tanque, a sus mesas de plástico, a su local al aire libre entre la carretera y el mar, en pleno malecón turístico y, sobre todo, lejos de Mistura y sus colas interminables.
Comentarios
Saludos!
Saludos
Saludos,
r.v.ch.
http://www.youtube.com/watch?v=cVAsGt3IqQY