Hace ya varios años, cuando daba mis primeros pasos en el periodismo de viajes, una editora me pidió que le enviara algunas crónicas para conocer mi trabajo. Hasta ahí todo bien, nada fuera de lo normal. Es lo que suele hacerse en estos casos.
Lo extraño ocurriría al recibir su atenta respuestas. Palabras más, palabras menos, ella decía que mis textos eran buenos, pero adolecían de un problema: estaban escritos como para 'mochileros', algo que no encajaba con el perfil de su publicación.
Más allá de los gruñidos y la decepción momentánea, me di cuenta que lo de 'escribir para mochilero' significaba que mis textos rebasaban la descripción parametrada de un itinerario turístico. Estos, además y para colmo de males, omitían referencias a hoteles cinco estrellas y restaurantes de muchos tenedores, esos que, como se está demostrando ahora, se apropian hasta de las propinas de los mozos.
Desde entonces, la visión VIP de varios editores (o digamos su ceguera) ha sido una barrera para mis 'textos mochileros', porque aunque el tiempo ha pasado y he publicado en varios medios, todavía me cruzo con uno u otro colega que está convencido o lo han convencido de que las crónicas de viaje deben ser aburridas y predecibles como los folletos turísticos, asépticas como las guías de viaje y amigables con la industria como los publireportajes.
Textos sin brillo ni lucidez. Crónicas paporreteras que no salen del facilismo de lo hermoso y lo bello y del planteamiento primarioso del 'mira, estoy aquí y me divierto'. En esos relatos uno se convierte en un simple difusor del que bonito, del me gusta todo, del que rica está la comida. Un viajero de lo superficial, de lo conocido; un andariego que no siente ni transmite emociones porque le han hecho creer que eso no es periodístico. El otro camino -el gris, el apático, el carente de creatividad- es el correcto, le espetan.
Cuando se intenta recorrer otros caminos creativos, te dicen que escribes para o como 'mochilero' o que tienes pretensiones de literato. Puro cuento, harta paja, pocos datos, todo lo contrario a esas crónicas anodinas encorsetadas en lo convencional y que jamás se liberan de los itinerarios establecidos ni de las aventuras dosificadas en las que hasta el polvo del camino parece estar controlado, ser parte del programa establecido.
Eso no me convence. Prefiero lo otro. Lo sé desde el primer viaje que convertí en una crónica. Y es que no soy un agente turístico, tampoco un guía o empresario hotelero. No, yo no vendo rutas, las exploro, las siento, las vivo. Y eso es lo que transmito o intento transmitir en mis textos que no son solo para mochileros, como alguna vez me dijo una editora. Son para todos aquellos que desean aventurarse en los párrafos de una buena historia.
Lo extraño ocurriría al recibir su atenta respuestas. Palabras más, palabras menos, ella decía que mis textos eran buenos, pero adolecían de un problema: estaban escritos como para 'mochileros', algo que no encajaba con el perfil de su publicación.
Más allá de los gruñidos y la decepción momentánea, me di cuenta que lo de 'escribir para mochilero' significaba que mis textos rebasaban la descripción parametrada de un itinerario turístico. Estos, además y para colmo de males, omitían referencias a hoteles cinco estrellas y restaurantes de muchos tenedores, esos que, como se está demostrando ahora, se apropian hasta de las propinas de los mozos.
Desde entonces, la visión VIP de varios editores (o digamos su ceguera) ha sido una barrera para mis 'textos mochileros', porque aunque el tiempo ha pasado y he publicado en varios medios, todavía me cruzo con uno u otro colega que está convencido o lo han convencido de que las crónicas de viaje deben ser aburridas y predecibles como los folletos turísticos, asépticas como las guías de viaje y amigables con la industria como los publireportajes.
Textos sin brillo ni lucidez. Crónicas paporreteras que no salen del facilismo de lo hermoso y lo bello y del planteamiento primarioso del 'mira, estoy aquí y me divierto'. En esos relatos uno se convierte en un simple difusor del que bonito, del me gusta todo, del que rica está la comida. Un viajero de lo superficial, de lo conocido; un andariego que no siente ni transmite emociones porque le han hecho creer que eso no es periodístico. El otro camino -el gris, el apático, el carente de creatividad- es el correcto, le espetan.
Cuando se intenta recorrer otros caminos creativos, te dicen que escribes para o como 'mochilero' o que tienes pretensiones de literato. Puro cuento, harta paja, pocos datos, todo lo contrario a esas crónicas anodinas encorsetadas en lo convencional y que jamás se liberan de los itinerarios establecidos ni de las aventuras dosificadas en las que hasta el polvo del camino parece estar controlado, ser parte del programa establecido.
Eso no me convence. Prefiero lo otro. Lo sé desde el primer viaje que convertí en una crónica. Y es que no soy un agente turístico, tampoco un guía o empresario hotelero. No, yo no vendo rutas, las exploro, las siento, las vivo. Y eso es lo que transmito o intento transmitir en mis textos que no son solo para mochileros, como alguna vez me dijo una editora. Son para todos aquellos que desean aventurarse en los párrafos de una buena historia.
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