Salud... y despedida
Hace unos días encontré en mi libreta de apuntes, un texto que escribí al vuelo en la playa de Atacames (Esmeraldas-Ecuador), mientras hacía hora para empezar la vuelta a Lima. No fue fácil descifrar mis propios jeroglíficos, pero finalmente lo hice y rescate esta nota.
Estoy solo mirando el mar y tomando una cerveza. Y es que debo matar el tiempo de alguna manera, porque mi bus a Guayaquil sale a las 11 de la noche y, para colmo de males, la tarde está gris. No puedo hacer fotografías.
A pesar de mi “desgracia” y del cielo apagado, la playa de Atacames, es un hormiguero de gente, una pasarela de siluetas y cuerpos -¿no sé si escribir de grasas desbordantes?- afanados en broncearse.
Pero qué importa si hay unos kilitos de más, no estamos en un concurso de belleza y los bañistas se muestran como son y con total desparpajo (bravo por eso), olvidándose de los rollitos atrevidos que no entienden de fajas ni de personal training.
Hoy, todos parecen sentirse hermosos cerca al mar, como si el rumor de las olas acallara a las voces del recato y al cotilleo de la conciencia urbana que exige dietas torturantes y entrenamientos espartanos.
¿Será que la estética no importa frente al océano?, bueno, al menos en esta playa ecuatoriana en la que no escasean los excesos corporales, la demasía carnal, incluyendo la de este escriba algo pudibundo que apenas si se atreve a mostrar alguito de sus piernas, con la esperanza que un rebelde rayo de sol –el gran ausente en esta fiesta- queme sus muslos incoloros, crudos, ya sin jale.
La cerveza se acaba y faltan muchas horas para partir. ¿Pedir otra?; un dólar más, un dólar menos y piensas, evalúas, sacas línea. Gastar o no gastar, ese es el dilema mientras miras el mar y escuchas tabaco y ron, como cuando eras un niño y tus padres te llevaban a esas insufribles pachangas familiares en las que terminabas cabeceando o durmiendo en un sillón.
Se acaba el recuerdo. El mozo te mira y parece decirte cómo es, man. Humm, pedir otra y continuar contemplando el Pacífico; sí, el Pacífico, el mismo océano que baña las costas de mi país, el Perú, con su “P” de patria, el Perú milenario y ancestral, donde nace el Amazonas y se luce el Cusco, la ciudad representada en el polo que llevo puesto y con el que pretendo mostrarle a todos de dónde provengo.
Perú, de ahí vine y allí regresaré, tarde o temprano. Salud por eso, porque ya me animé a pedir otra. Una chela más, sí, chela, aunque acá la llaman biela; salud por eso y un salud más por Perú y Ecuador, mi hogar temporal, la tierra que por segunda vez me permite conocer su belleza, su costa verde y exuberante, tropical, distinta a la franja desértica de mi país, sí, mi país, no este o ese país, como dicen muchos, como dicen casi todos, excluyéndose, marcando distancia, poniéndose al margen.
No me pongo al margen. Soy peruano y punto, como mis abuelos, como mis padres y como lo serán mis hijos, si es que alguna vez los tengo. Soy peruano en Lima y en Esmeraldas. Un peruano orgulloso de lo suyo, pero, a la vez, sincero admirador de otras latitudes, sí, eso fue lo que le dije al capitán de lancha que, ayer, literalmente me “levó” a una travesía por los manglares de la isla de Muisne.
Durante el viaje no se cansó de decirme que su isla era hermosa y que varios gringos se habían quedado boquiabiertos al conocerla. Y le doy la razón y le comento que su manglar está lleno de vida; entonces, él sonríe y agrega que su pueblo es modesto pero agradable, de gente de río y mar…
Y lo interrumpo y le cuento que en Atacames me habían advertido que tuviera mucho cuidado en Muisne, porque era un lugar peligroso. Al oírme, su rostro se contrajo y se volvió áspero. Respondió con firmeza: “amigo peruano, ahora que vuelva a Atacames, dígale a todos lo que realmente vio en Muisne, dígales que es un lugar precioso, de gente buena y cordial”.
Al despedirnos, le aseguro que llevaré su mensaje, que por algo soy periodista, caramba. Vuelve a sonreír y me anuncia pletórico de entusiasmo que pronto vendrá al Perú y me visitará y que si yo regreso a su isla algún día, lo llame, lo busque, lo encuentre.
Hoy cuando estoy frente al mar de Atacames, terminando mi segunda cerveza y aún con muchas horas de espera por delante, cumplo con el capitán y escribo en mi libreta –con el compromiso de publicarlo después- que Muisne es un lugar de belleza exuberante.
Eso sí y con el permiso del hombre de mar, me tomo la libertad de agregar que Atacames, Súa y Same –localidades visitadas en esta aventura- son estaciones inolvidables para cualquier viajero; caramba, dan ganas de pedir una chela-biela más... Amigos, no se resientan si no hay llaveros ni recuerdos, es culpa de la espera, de la sed y del sol ausente que no deja tomar fotografías, sólo cervezas.
Hace unos días encontré en mi libreta de apuntes, un texto que escribí al vuelo en la playa de Atacames (Esmeraldas-Ecuador), mientras hacía hora para empezar la vuelta a Lima. No fue fácil descifrar mis propios jeroglíficos, pero finalmente lo hice y rescate esta nota.
Estoy solo mirando el mar y tomando una cerveza. Y es que debo matar el tiempo de alguna manera, porque mi bus a Guayaquil sale a las 11 de la noche y, para colmo de males, la tarde está gris. No puedo hacer fotografías.
A pesar de mi “desgracia” y del cielo apagado, la playa de Atacames, es un hormiguero de gente, una pasarela de siluetas y cuerpos -¿no sé si escribir de grasas desbordantes?- afanados en broncearse.
Pero qué importa si hay unos kilitos de más, no estamos en un concurso de belleza y los bañistas se muestran como son y con total desparpajo (bravo por eso), olvidándose de los rollitos atrevidos que no entienden de fajas ni de personal training.
Hoy, todos parecen sentirse hermosos cerca al mar, como si el rumor de las olas acallara a las voces del recato y al cotilleo de la conciencia urbana que exige dietas torturantes y entrenamientos espartanos.
¿Será que la estética no importa frente al océano?, bueno, al menos en esta playa ecuatoriana en la que no escasean los excesos corporales, la demasía carnal, incluyendo la de este escriba algo pudibundo que apenas si se atreve a mostrar alguito de sus piernas, con la esperanza que un rebelde rayo de sol –el gran ausente en esta fiesta- queme sus muslos incoloros, crudos, ya sin jale.
La cerveza se acaba y faltan muchas horas para partir. ¿Pedir otra?; un dólar más, un dólar menos y piensas, evalúas, sacas línea. Gastar o no gastar, ese es el dilema mientras miras el mar y escuchas tabaco y ron, como cuando eras un niño y tus padres te llevaban a esas insufribles pachangas familiares en las que terminabas cabeceando o durmiendo en un sillón.
Se acaba el recuerdo. El mozo te mira y parece decirte cómo es, man. Humm, pedir otra y continuar contemplando el Pacífico; sí, el Pacífico, el mismo océano que baña las costas de mi país, el Perú, con su “P” de patria, el Perú milenario y ancestral, donde nace el Amazonas y se luce el Cusco, la ciudad representada en el polo que llevo puesto y con el que pretendo mostrarle a todos de dónde provengo.
Perú, de ahí vine y allí regresaré, tarde o temprano. Salud por eso, porque ya me animé a pedir otra. Una chela más, sí, chela, aunque acá la llaman biela; salud por eso y un salud más por Perú y Ecuador, mi hogar temporal, la tierra que por segunda vez me permite conocer su belleza, su costa verde y exuberante, tropical, distinta a la franja desértica de mi país, sí, mi país, no este o ese país, como dicen muchos, como dicen casi todos, excluyéndose, marcando distancia, poniéndose al margen.
No me pongo al margen. Soy peruano y punto, como mis abuelos, como mis padres y como lo serán mis hijos, si es que alguna vez los tengo. Soy peruano en Lima y en Esmeraldas. Un peruano orgulloso de lo suyo, pero, a la vez, sincero admirador de otras latitudes, sí, eso fue lo que le dije al capitán de lancha que, ayer, literalmente me “levó” a una travesía por los manglares de la isla de Muisne.
Durante el viaje no se cansó de decirme que su isla era hermosa y que varios gringos se habían quedado boquiabiertos al conocerla. Y le doy la razón y le comento que su manglar está lleno de vida; entonces, él sonríe y agrega que su pueblo es modesto pero agradable, de gente de río y mar…
Y lo interrumpo y le cuento que en Atacames me habían advertido que tuviera mucho cuidado en Muisne, porque era un lugar peligroso. Al oírme, su rostro se contrajo y se volvió áspero. Respondió con firmeza: “amigo peruano, ahora que vuelva a Atacames, dígale a todos lo que realmente vio en Muisne, dígales que es un lugar precioso, de gente buena y cordial”.
Al despedirnos, le aseguro que llevaré su mensaje, que por algo soy periodista, caramba. Vuelve a sonreír y me anuncia pletórico de entusiasmo que pronto vendrá al Perú y me visitará y que si yo regreso a su isla algún día, lo llame, lo busque, lo encuentre.
Hoy cuando estoy frente al mar de Atacames, terminando mi segunda cerveza y aún con muchas horas de espera por delante, cumplo con el capitán y escribo en mi libreta –con el compromiso de publicarlo después- que Muisne es un lugar de belleza exuberante.
Eso sí y con el permiso del hombre de mar, me tomo la libertad de agregar que Atacames, Súa y Same –localidades visitadas en esta aventura- son estaciones inolvidables para cualquier viajero; caramba, dan ganas de pedir una chela-biela más... Amigos, no se resientan si no hay llaveros ni recuerdos, es culpa de la espera, de la sed y del sol ausente que no deja tomar fotografías, sólo cervezas.
Comentarios
Qué excelente disfrutar de una cervecita. Salud!! y que sigan los viajes. No te veo gordo. Ta bien.
Sería excelente que busques a Daniel Quiñonez (480513 de Muisne). En realidad él se portó como los grandes y, sin duda, es de aquellas personas que te hacen disfrutar más los viajes y sentirte como en casa.