Colca: el cañón de las mil aventuras
Un valle, un río y un cañón –tranquilo, paciencia, ya los verás-. Muchos volcanes y nevados, varios cóndores, centenares de andenes –y te desesperas, bufas, ¡caray, el camino nunca termina!-. Catorce pueblos, muchas plazas, dieciséis iglesias coloniales, –y ya ves casas, calles, campanarios- Te emocionas, vibras, sonríes. El Colca está muy cerca.
Y el “bus-carcocha” deja de andar justo cuando ibas a escribir una nueva serie de atractivos – ¿ya dijiste aventura y naturaleza?-. Bajas y te agitas, sí, ya estás en Chivay (3,600 m.s.n.m.), un pueblo que se hace querer, quizás por los trajes coloridamente bordados de sus mujeres, tal vez por la furia apaciguada de los volcanes Hualca-Hualca y Sabancaya.
Chivay, a 148 kilómetros de Arequipa, es la capital de la provincia de Caylloma y el principal acceso al Colca, un pedacito ignorado del Perú hasta fines de la década del 20’ del siglo pasado, cuando los aviadores Robert Shipee y George Johnson, hicieron fotografías aéreas del Desconocido Valle de los Incas, como ellos lo bautizaron.
Tiempo después realizarían una expedición terrestre. El viaje fue un rosario de descubrimientos: iglesias de sillar de los siglos XVI y XVIII en pueblos fundados durante las “reducciones de indios” ordenadas por el virrey Toledo; el majestuoso vuelo del cóndor en las cercanías de Cabanaconde y un profundo y escalofriante cañón en las faldas del volcán Chachani.
Hoy, miles de personas se acercan a la profundidad, como lo hicieron Shipee y Johnson en el siglo pasado… y es hermoso y extraño, porque te sientes al límite, al borde del vacío y admiras taludes poderosos y el cauce del río Colca, apenas visible, apenas un trazo lejano y zigzagueante que parece incapaz de haber “esculpido” uno de los cañones más hondos del mundo.
El Colca tiene una profundidad de 3,400 metros en ambas laderas -el doble del Gran Cañón del Colorado (Estados Unidos)- y su origen se remonta a 70 millones de años (periodo Senónico), cuando se produjo el llamado plegamiento peruano, es decir, el primer levantamiento de la zona andina.
La Cruz del Cóndor es, quizás, el mejor lugar para otear al fabuloso río encañonado. Este mirador natural se encuentra a 70 kilómetros al oeste de Chivay, en el camino a Cabanaconde.
Aquí se aplica el dicho de a quien madruga Dios lo ayuda, porque si uno lo visita temprano y tiene paciencia y algo de fortuna, puede disfrutar de un espectáculo único en la naturaleza: el vuelo del cóndor (Vultur gryphus).
Todas las mañanas, el ave carroñera de mayor tamaño en el mundo, abandona su nido en los taludes y acantilados cercanos e inicia su diaria búsqueda de alimento, apoderándose del cielo límpido y transparente. Se sabe que algunos de estos gigantes andindos descienden a la costa del Pacífico, para saciar su hambre con la placenta de las focas y leones marinos.
Después de los hallazgos de la pareja de aviadores, el manto de la indiferencia volvió a extenderse sobre estas comunidades de altura, que permanecieron prácticamente aisladas hasta 1975, cuando se construyó una carretera para impulsar la ejecución del proyecto de irrigación del río Majes.
Ajenos a los embates de la modernidad, los hijos del Colca mantuvieron sus atávicas costumbres, tradiciones y el orgullo de ser descendientes de dos pueblos prehispánicos: los cabanas -de origen quechua- y los collaguas -de raíces aymaras-.
Pero el orgullo es justificado y uno lo entiende -y hasta en cierta forma lo comparte-, al observar la maravillosa andenería que sus ancestros planificaron y construyeron entre los años 900 y 1,400 d.C. Auténticas obras maestras que vuelven las ásperas laderas montañosas en tierras pródigas, donde siempre crece el maíz, la quinua, la papa, la cebada y el olluco.
Los encantos del Colca son abundantes. Casas de piedra en Sibayo, extrañas formaciones rocosas en El Castillo de Callalli, iglesias magníficas en Yanque, Maca y Lari; retos de balsas y remos en un río poderoso, pedaleo o trekking intenso en los caminos de herradura que serpentean en las montañas; en fin, historia, magia y aventura al borde de la profundidad.
Un valle, un río y un cañón –tranquilo, paciencia, ya los verás-. Muchos volcanes y nevados, varios cóndores, centenares de andenes –y te desesperas, bufas, ¡caray, el camino nunca termina!-. Catorce pueblos, muchas plazas, dieciséis iglesias coloniales, –y ya ves casas, calles, campanarios- Te emocionas, vibras, sonríes. El Colca está muy cerca.
Y el “bus-carcocha” deja de andar justo cuando ibas a escribir una nueva serie de atractivos – ¿ya dijiste aventura y naturaleza?-. Bajas y te agitas, sí, ya estás en Chivay (3,600 m.s.n.m.), un pueblo que se hace querer, quizás por los trajes coloridamente bordados de sus mujeres, tal vez por la furia apaciguada de los volcanes Hualca-Hualca y Sabancaya.
Chivay, a 148 kilómetros de Arequipa, es la capital de la provincia de Caylloma y el principal acceso al Colca, un pedacito ignorado del Perú hasta fines de la década del 20’ del siglo pasado, cuando los aviadores Robert Shipee y George Johnson, hicieron fotografías aéreas del Desconocido Valle de los Incas, como ellos lo bautizaron.
Tiempo después realizarían una expedición terrestre. El viaje fue un rosario de descubrimientos: iglesias de sillar de los siglos XVI y XVIII en pueblos fundados durante las “reducciones de indios” ordenadas por el virrey Toledo; el majestuoso vuelo del cóndor en las cercanías de Cabanaconde y un profundo y escalofriante cañón en las faldas del volcán Chachani.
Hoy, miles de personas se acercan a la profundidad, como lo hicieron Shipee y Johnson en el siglo pasado… y es hermoso y extraño, porque te sientes al límite, al borde del vacío y admiras taludes poderosos y el cauce del río Colca, apenas visible, apenas un trazo lejano y zigzagueante que parece incapaz de haber “esculpido” uno de los cañones más hondos del mundo.
El Colca tiene una profundidad de 3,400 metros en ambas laderas -el doble del Gran Cañón del Colorado (Estados Unidos)- y su origen se remonta a 70 millones de años (periodo Senónico), cuando se produjo el llamado plegamiento peruano, es decir, el primer levantamiento de la zona andina.
La Cruz del Cóndor es, quizás, el mejor lugar para otear al fabuloso río encañonado. Este mirador natural se encuentra a 70 kilómetros al oeste de Chivay, en el camino a Cabanaconde.
Aquí se aplica el dicho de a quien madruga Dios lo ayuda, porque si uno lo visita temprano y tiene paciencia y algo de fortuna, puede disfrutar de un espectáculo único en la naturaleza: el vuelo del cóndor (Vultur gryphus).
Todas las mañanas, el ave carroñera de mayor tamaño en el mundo, abandona su nido en los taludes y acantilados cercanos e inicia su diaria búsqueda de alimento, apoderándose del cielo límpido y transparente. Se sabe que algunos de estos gigantes andindos descienden a la costa del Pacífico, para saciar su hambre con la placenta de las focas y leones marinos.
Después de los hallazgos de la pareja de aviadores, el manto de la indiferencia volvió a extenderse sobre estas comunidades de altura, que permanecieron prácticamente aisladas hasta 1975, cuando se construyó una carretera para impulsar la ejecución del proyecto de irrigación del río Majes.
Ajenos a los embates de la modernidad, los hijos del Colca mantuvieron sus atávicas costumbres, tradiciones y el orgullo de ser descendientes de dos pueblos prehispánicos: los cabanas -de origen quechua- y los collaguas -de raíces aymaras-.
Pero el orgullo es justificado y uno lo entiende -y hasta en cierta forma lo comparte-, al observar la maravillosa andenería que sus ancestros planificaron y construyeron entre los años 900 y 1,400 d.C. Auténticas obras maestras que vuelven las ásperas laderas montañosas en tierras pródigas, donde siempre crece el maíz, la quinua, la papa, la cebada y el olluco.
Los encantos del Colca son abundantes. Casas de piedra en Sibayo, extrañas formaciones rocosas en El Castillo de Callalli, iglesias magníficas en Yanque, Maca y Lari; retos de balsas y remos en un río poderoso, pedaleo o trekking intenso en los caminos de herradura que serpentean en las montañas; en fin, historia, magia y aventura al borde de la profundidad.
Comentarios
ari
Bajar hasta el fondo de Cañón del Colca es impresionante y luego subir hasta arriba es lo más duro que recuerdo, jejejjee...
Felicidades por la página.
Saludos y como siempre gracias por "viajar" con Explorando.
Sí, bajar es fácil, subir es lo difícil. También lo he hecho y sin usar mula, así que algo de físico queda.
Saludos...