Música sobre ruedas, a todo volumen, como si estuviera en una fiesta, tonazo, pollada o vacilón y no en un largísimo y agotador viaje interprovincial, acosado por el sueño, vencido por el tedio y casi criogenizado por esa maldita ventana que no cierra, se malogra, se roba en plena puna bajo cero.
En el Perú se viaja con música. Eso lo aprendí hace muchos años, cuando no había MP3 o discos compactos, sólo humildes casetes piratas o grabados a lo que salga de las radioemisoras (recuerdan la voz del locutor estropeando el final de la canción); cintas heroicas que, antes de colocarlas en el reproductor, se rebobinaban con la punta de los lapiceros, para evitar que los cabezales se gastaran.
En ese entonces, es decir en mis años aurorales como periodista viajero, los chóferes-disjockeys me torturaban con los ¿gallos?, ¿aullidos?, perdón, con las canciones de una intérprete de huaynos, techno-huaynos, folclore moderno o vaya uno a saber que ritmo era ese que escuchaba a todo volumen.
La vocecita impertinente no paraba nunca. Era imposible descansar y yo estaba agotado, hecho un trapo porque venía de cubrir una fiesta-noctámbula de 5 días; entonces, casi sin darme cuenta, casi inconsciente, casi dormido, se me escapó un estentóreo, radical y exigente: ya pe’ tío (léase señor conductor) apague esa música, es más fea que una desgracia…
Y el tío que me oye y el tío que me mira y el tío que no apaga nada, más bien alza el volumen para sacarle cachita a su nuevo sobrino (entiéndase periodista con traza de mochilero) y, de paso, ganarse el apoyo de los pasajeros, coléricos ante el grito censurador del peluconcito ese con cara de faltoso, que quería silenciar a Dina Páucar, Dinita, estrella naciente –perdón no lo sabía- del renovado folclore nacional.
A partir de ese día, Dina se convirtió en mi socia de viaje. Su voz –sin imaginarlo ella y sin quererlo yo- me ha cantado en muchísimas travesías interprovinciales y urbanas, porque aquella estrella naciente que quise censurar en la altura puquiana, se convirtió –a punta de gritos y chillidos, perdón, de canciones- en la "Diosa Hermosa del Amor", un fenómeno musical con serie en la TV y película en el cine.
El caso de la Diosa censurada es apenas una perla del collar musical que he ido engarzando en mis recorridos. Confieso que rara vez coincido con los gustos de los conductores, pero viajar enseña a ser tolerante y, a falta de un walkman (que antiguo suena eso), un CD player o un reproductor MP3 (ojo, mi cumpleaños es en octubre), no tengo más remedio que escuchar, literalmente, lo que venga.
Un compañero musical más reciente fue William Luna. Lo he oído en los ómnibus, custer, combis y hasta en mototaxis; lo he escuchado en Puno, Cusco, Arequipa, Ayacucho y Huancayo, también en un taxi limeño… en todos lados, como si me persiguiera con su linda es mi cholita se va poniendo su monterita o su niñachay dijiste que me querías.
Confieso que la pasé relativamente bien con Luna. No es mi favorito pero su música de aires andinos, sus letras sentimentales y la ausencia de gallos y estridencias, lo convierten en un apacible y llevadero fondo musical, mientras se cruzan abras y pampas o se tienta al mareo en un serpentín de curvas más cerradas que la mente de un fanático.
Más allá de Dina y William –sin apellidos porque ya hay confianza entre nosotros- en los buses peruanos se escucha de todo: huaynos, sayas, pasillos del ecuatoriano Segundo Rosero, chicha del mítico Chacalón y de Los Shapis, boleros cantineros de Guiller (el "Rey de las Cantinas") o Iván Cruz. Dan ganas de cortarse las venas.
Los éxitos de Agua Marina, Agua Bella y no sé cuántas agüitas más, la salsa de Óscar de León o Eddy Santiago, con suerte alguito de Rubén Blades (solo Pedro Navaja o Decisiones) y, para mala suerte, muchísimo de las peruanazas Abencia Meza “La Reina de las Parranditas” y de la "Internacional" Sonia Morales-Sonia Morales que ‘es mil veces mejor que Dina, amigo’, me “datearon” alguna vez en Quillabamba (Cusco).
Ah, claro, también se escuchan valsecitos criollos de rompe y raja, las insufribles canciones nueva oleras y un arsenal de baladas sollozantes y cursilonas, como la horrorosa Querida de Juan Gabriel, el hola, vuelvo a casa de Manolo Otero, el Gavilán o Paloma de José José, el Digan lo que Digan de Raphael y una que otra cancioncita de José Luis Rodríguez, el “Puma”.
“Qué buena música”, afirmó una señora al escuchar el uuuuu pavo real del melenudo felino, en un endemoniado auto colectivo que devorada las curvas de la ruta Tarma-La Merced (Junín).
La señora era puro entusiasmo, bailaba en el asiento y hasta coreaba el numerao, numerao, viva la numeración. El pasajero de al lado no lo pensó dos veces y se aúno a la afirmación de la dama y, al toque, empezó a “tirar su ritmo”.
Y la canción era larguísima y exasperante –chévere, cun chévere, cun chévere-; y ellos bailaban y yo quería bajar y el conductor ensoberbecido por el éxito de “su música”, comenzó a tamborilear en el volante, entonces, hasta el carro “movía el esqueleto” y eso ya era demasiado y me sentía el aguafiestas y quería bajarme, pero el "Puma" decía que juntos podemos llegar, así que adelante nomás. La Merced no está muy lejos.
La experiencia pavo real fue traumática. Felizmente no llegamos “agarrados de las manos” como propuso el cantante en otro tema, pero faltó poquito o al menos eso es lo que recuerdo, aunque la memoria engaña y como que hoy ya he recordado demasiado. Mejor me voy con mi música y mis añoranzas. Se acabó el casete.
En el Perú se viaja con música. Eso lo aprendí hace muchos años, cuando no había MP3 o discos compactos, sólo humildes casetes piratas o grabados a lo que salga de las radioemisoras (recuerdan la voz del locutor estropeando el final de la canción); cintas heroicas que, antes de colocarlas en el reproductor, se rebobinaban con la punta de los lapiceros, para evitar que los cabezales se gastaran.
En ese entonces, es decir en mis años aurorales como periodista viajero, los chóferes-disjockeys me torturaban con los ¿gallos?, ¿aullidos?, perdón, con las canciones de una intérprete de huaynos, techno-huaynos, folclore moderno o vaya uno a saber que ritmo era ese que escuchaba a todo volumen.
La vocecita impertinente no paraba nunca. Era imposible descansar y yo estaba agotado, hecho un trapo porque venía de cubrir una fiesta-noctámbula de 5 días; entonces, casi sin darme cuenta, casi inconsciente, casi dormido, se me escapó un estentóreo, radical y exigente: ya pe’ tío (léase señor conductor) apague esa música, es más fea que una desgracia…
Y el tío que me oye y el tío que me mira y el tío que no apaga nada, más bien alza el volumen para sacarle cachita a su nuevo sobrino (entiéndase periodista con traza de mochilero) y, de paso, ganarse el apoyo de los pasajeros, coléricos ante el grito censurador del peluconcito ese con cara de faltoso, que quería silenciar a Dina Páucar, Dinita, estrella naciente –perdón no lo sabía- del renovado folclore nacional.
A partir de ese día, Dina se convirtió en mi socia de viaje. Su voz –sin imaginarlo ella y sin quererlo yo- me ha cantado en muchísimas travesías interprovinciales y urbanas, porque aquella estrella naciente que quise censurar en la altura puquiana, se convirtió –a punta de gritos y chillidos, perdón, de canciones- en la "Diosa Hermosa del Amor", un fenómeno musical con serie en la TV y película en el cine.
El caso de la Diosa censurada es apenas una perla del collar musical que he ido engarzando en mis recorridos. Confieso que rara vez coincido con los gustos de los conductores, pero viajar enseña a ser tolerante y, a falta de un walkman (que antiguo suena eso), un CD player o un reproductor MP3 (ojo, mi cumpleaños es en octubre), no tengo más remedio que escuchar, literalmente, lo que venga.
Un compañero musical más reciente fue William Luna. Lo he oído en los ómnibus, custer, combis y hasta en mototaxis; lo he escuchado en Puno, Cusco, Arequipa, Ayacucho y Huancayo, también en un taxi limeño… en todos lados, como si me persiguiera con su linda es mi cholita se va poniendo su monterita o su niñachay dijiste que me querías.
Confieso que la pasé relativamente bien con Luna. No es mi favorito pero su música de aires andinos, sus letras sentimentales y la ausencia de gallos y estridencias, lo convierten en un apacible y llevadero fondo musical, mientras se cruzan abras y pampas o se tienta al mareo en un serpentín de curvas más cerradas que la mente de un fanático.
Más allá de Dina y William –sin apellidos porque ya hay confianza entre nosotros- en los buses peruanos se escucha de todo: huaynos, sayas, pasillos del ecuatoriano Segundo Rosero, chicha del mítico Chacalón y de Los Shapis, boleros cantineros de Guiller (el "Rey de las Cantinas") o Iván Cruz. Dan ganas de cortarse las venas.
Los éxitos de Agua Marina, Agua Bella y no sé cuántas agüitas más, la salsa de Óscar de León o Eddy Santiago, con suerte alguito de Rubén Blades (solo Pedro Navaja o Decisiones) y, para mala suerte, muchísimo de las peruanazas Abencia Meza “La Reina de las Parranditas” y de la "Internacional" Sonia Morales-Sonia Morales que ‘es mil veces mejor que Dina, amigo’, me “datearon” alguna vez en Quillabamba (Cusco).
Ah, claro, también se escuchan valsecitos criollos de rompe y raja, las insufribles canciones nueva oleras y un arsenal de baladas sollozantes y cursilonas, como la horrorosa Querida de Juan Gabriel, el hola, vuelvo a casa de Manolo Otero, el Gavilán o Paloma de José José, el Digan lo que Digan de Raphael y una que otra cancioncita de José Luis Rodríguez, el “Puma”.
“Qué buena música”, afirmó una señora al escuchar el uuuuu pavo real del melenudo felino, en un endemoniado auto colectivo que devorada las curvas de la ruta Tarma-La Merced (Junín).
La señora era puro entusiasmo, bailaba en el asiento y hasta coreaba el numerao, numerao, viva la numeración. El pasajero de al lado no lo pensó dos veces y se aúno a la afirmación de la dama y, al toque, empezó a “tirar su ritmo”.
Y la canción era larguísima y exasperante –chévere, cun chévere, cun chévere-; y ellos bailaban y yo quería bajar y el conductor ensoberbecido por el éxito de “su música”, comenzó a tamborilear en el volante, entonces, hasta el carro “movía el esqueleto” y eso ya era demasiado y me sentía el aguafiestas y quería bajarme, pero el "Puma" decía que juntos podemos llegar, así que adelante nomás. La Merced no está muy lejos.
La experiencia pavo real fue traumática. Felizmente no llegamos “agarrados de las manos” como propuso el cantante en otro tema, pero faltó poquito o al menos eso es lo que recuerdo, aunque la memoria engaña y como que hoy ya he recordado demasiado. Mejor me voy con mi música y mis añoranzas. Se acabó el casete.
Comentarios
Todo un festival de talento y buen humor en ésta tú exploración por los gustos músicales del viajero formal. Me ha encantado Rolly. A ver sí para tu cumpleaños te damos una sorpresita y cáe ese mp3.
Suscribo una colecta inicial para el regalito. Te llevaré buen flamenco, tal vez sea de tu agrado.
Un saludo desde el calor de Andalucía.
Zyhada
Los viajes traen de todo un poco, por eso son tan divertidos. Ahora, acerca del flamenco habría que escucharlo, crees que encaje bien para los recorridos por la geografía peruana?...
Saludos,
*Ver más en: http://rollyvaldivia.blogspot.com/2005/07/el-click-de-la-semana_23.html
http://rollyvaldivia.blogspot.com/2005/12/imgenes-del-recuerdo.html
Saludos,
Por otro lado deberíamos hacer una colecta o una "pollada" para el mp3 de nuestro querido viajero para que no sufra más a menos que alguien de buena voluntad, alma caritativa se ofrezca para regalarle uno.
Lo único que me queda decirte es PACIENCIA algún día te tocará un conductor con buenos gustos musicales.
Buena historia eh
Sé de tu alma caritativa. Así que puede liderar la colecta y matricularte con unos cuantos dolarillos (pero no de las alacitas).
Más allá de las bromas y excusando por mi ignorancia, ¿qué es el grupo Bronco?
Saludos cordiales,
Janet Montoro
Te agradezco sinceramente los comentarios. Y anuncio que seguiré en la ruta a pesar del "Puma" y su Pavo Real.
Saludos,
Saludos
Amazilia
Agradezco tu comentario aunque no comparto tus afirmaciones respecto a los supuestos tonos racistas del post.
Dices que describir la música folclórica como "gritos y gallos" es una muestra de ello; pero me parece que te equivocas. El comentario no se refiere a la música folclórica en general, sino a Dina Páucar en particular.
No creo que al hacer referencia a Dina, afrente al género folclórico ni nada parecido, más aún cuando muchos folcloristas antiguos -sin gallos y más calidad-consideran que lo que ella esa no es exactamente folclore.
En todo caso, me parece exageradísimo que me digas racista por eso.
Saludos y sigamos descubriendo el Perú...
je-je-je. A propósito no hay que mal interpretar, ps el folclore de la tal Dina, no es del bueno y no lo dio yo, lo dicen los especialistas.
Para aquellos amantes de la aventura que les harta mucho la música, les recomiendo que tiren dedo y suban a la parte posterior de un camión (claro ps escojan bien el camioncito) que desde allí no se oye, en muchos casos, la fastidiada música, los chillidos de algún niño, o alguna victima del soroche que perturba a muchos cuando abre la ventana pa´ hacer sus necesidades. Si no el correr del viento, la vista es sensacional, el clima y el olor característico de la región mmm mmmmm...
Suerte y ya nos encontraremos por aquellas rutas...... jucega_79
Saludos,