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Verón y Riquelme en Lampa

La primera vez que estuve en Lampa conocí a Verón. No recuerdo la circunstancia del encuentro ni como se inició la conversación.

Quizás fue en la plaza Grau con sus queñuales o en el atrio de la fabulosa iglesia de Santiago Apóstol; tal vez en las afueras de la casa que habitó el libertador Simón Bolívar o en ese patio colonial en el que los principales de la ciudad se divertían jugando a la oca.

Sea donde fuere, Verón se unió a nuestro grupo y empezó a mostrarnos su tierra y a contarnos su vida. Si la memoria no me falla, nuestro guía espontáneo mencionó que era torero.


También nos dijo que Lampa era la “Ciudad Rosada”, apelativo que no merecía mayor explicación. Bastaba con echarle un vistazo al color de las fachadas para comprenderlo todo.

Luego nos habló de las “7 maravillas”, punto que sí mereció un profundo esclarecimiento porque varias de esas maravillas no eran tan maravillosas como uno podría pensar.


Por el contrario, la lista incluía algunos lugares de irónico atractivo, como un hospital sin enfermos, una cárcel sin presos y hasta un río sin agua, pero con un puente del siglo XIX para pasar sin “mojarse”.

Más allá de las bromas, Lampa conserva un rico legado arquitectónico y un vistoso entorno paisajístico. Eso no me lo dijo Verón, aunque quizás sí, porque el torero-guía hablaba bastante, tanto que, al redactar la crónica sobre mi visita a la “Ciudad Rosada”, lo describí, lo mencioné y lo cité varias veces, casi, casi, como si fuera la “octava maravilla”.

Eso habría ocurrió en el 2001, máximo en el 2002, cuando con dos viejos amigos, James Posso y Jean Paul Campos –alias el “tigre”- viajamos a Puno, para divertirnos –perdón, recopilar información- sobre la fiesta de la Virgen de la Candelaria.


Cuando no había baile y los devotos descansaban, aprovechábamos las horas para conocer alguito más del altiplano.

Antes de continuar, déjenme decirles que no estoy sufriendo un ataque de nostalgia. Estos recuerdos –aunque no lo crean- tienen un propósito, porque en mi reciente visita a Lampa, volví a escuchar el nombre de Verón en boca –nada más y nada menos- que de Riquelme.


Sí, lo sé, parece un partido de la selección Argentina, pero no es mi culpa, pues. Así son las coincidencias.

Riquelme, que no se llama Juan Román, sino Jorge, es un joven emprendedor que se está jugando un auténtico partidazo, para sacar adelante un restaurante turístico, limpio y bien puesto, en una ciudad que a pesar de todas sus maravillas, no recibe muchos viajeros.


Esa es una tarea pendiente y si bien se han dado varios pasos interesantes, gracias al apoyo de Gestur Puno y Swiss Contact, aún falta mucho camino por andar.

Palabras van palabras vienen y por allí se mencionó a Verón. ¿Verón el torero? pregunté y Jorge retrucó ¿lo conoces?; claro, me guió la primera vez que vine, precisé; entonces, mi compañero de cháchara se rió y dijo algo así como aaaah, así que tú eras el periodista.

La frase me descuadró por complento porque no entendía muy bien que significaba ese aaaahh. ¿Bueno?, ¿malo?, vaya uno a saber.

Mi cara de desconcierto debió ser más que evidente. Necesitaba una explicación y la recibí de inmediato. Esta fue más o menos así:
Después de mi primera visita, Verón no perdió la oportunidad de comunicarle a sus paisanos que había sido entrevistado por la prensa nacional.

Como es comprensible, muchos no le creyeron ni una palabra.
Fastidiado ante la desconfianza de su gente, el torero espero pacientemente y con tenacidad digna de otras causas, se consiguió el ejemplar de la revista Andares en la que aparecía su nombre.

Ese fue el momento de su venganza. Él no había mentido y ahí tenía la prueba y no se cansaría de mostrarla a diestra y siniestra, a quien quisiera y, a veces, también, a quienes no quisieran.

“Hasta ahora la debe tener”, concluye Riquelme, sentado en una de las mesas de su restaurante Tukuy Mikhuy (terminar de comer). Y aunque esa información no la pude comprobar, igual me tomo un tiempo para escribir sobre Verón quien, quizás, imprima esta entrada y se la muestre a sus paisanos.
Así nunca más dudarán de sus palabras.

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