Brindis de Nostalgia
El 1ro de noviembre los cementerios del Perú se llenan de vida, porque miles de familias visitan y recuerdan a sus deudos. Flores y rezos, velas y responsos, pero también música y baile, brindis y comidas en honor al pariente desaparecido, son escenas comunes en los camposantos de todo el país.
La añoranza por el ser querido se convierte en un motivo de reencuentro y reunión, entonces, las penas se aminoran y por unas horas -quizás mágicas, tal vez inexplicables- el dolor se atenúa, las cicatrices del alma desaparecen y las penas se convierten en un vendaval de recuerdos alegres, en un torbellino de añoranzas festivas.
Un camino tortuoso y serpenteante. Un caos de cruces y lápidas anónimas. Agitación, desorden, pregones y letanías. Gente que llora, gente que ríe, gente que intenta recordar...ay, pero los recuerdos son como las flores, se marchitan con el tiempo.
Y nunca el arpa derramó notas más tristes. Y nunca la cerveza fue más amarga. Penas, congoja y dolor; también breves espasmos de alegría en un cementerio maquillado de feria dominical, con maquinitas de pompas de jabón, manzanas dulces y hasta un carrusel de caballitos desportillados.
Peregrinación, movimiento, ir y venir de deudos que esquivan charlatanes de prodigiosa verborrea, ollas humeantes repletas de chanfainita y torres de cajas de cerveza, para llegar a la tumba de su ser querido; entonces, ellos se arrodillan, musitan una oración, brindan por la memoria del familiar o el amigo ausente.
Sentimientos encontrados. Tristezas y alegrías en el cementerio Nueva Esperanza en Villa María del Triunfo (Lima), donde un hombre enjuto y desaliñado enciende una vela en memoria de su amada y un anciano ahoga las penas en un vaso de cerveza, mientras su hija le da una “manito” de pintura a la tumba de su madre.
Y una banda de músicos arremete con una movida marinera y un viejecillo entona responsos en latín, "para darle una ayudadita a las almas que aún no llegan al cielo", anuncia al ofrecer sus servicios profesionales al módico precio de cinco soles... "casi un regalo, señor; además, su difunto bien se lo merece".
Los músicos cargan sus arpas, violines y bombos y van de tumba en tumba. ¿Quién quiere agasajar a su ser querido?, dicen con el hilillo de voz que les queda después de subir y bajar por los senderos empinados de un cementerio que se extiende por las faldas de un puñado de cerros.
Algunos aceptan, otros los rechazan porque prefieren el silencio o están a la espera de los danzantes de tijeras Arruzcha y Pachacutec que, con sus inspirados y mágicos movimientos, son capaces de emocionar y estremecer hasta los muertos.
"Nos quedaremos hasta las 8 de la noche, como todos los años", arregla, sacude, desempolva su gastada indumentaria el danzante Arruzcha, quien desde hace 20 años baila con tijeras y se tutea con los difuntos y las ánimas.
Los vivos visitan a los muertos... y familias enteras rodean las rústicas sepulturas, para adornarlas con flores, enderezar las cruces a punto de caer y, claro hablar con el difunto, hacerle preguntas y contarle tantísimas cosas, buenas o malas, cotidianas o extraordinarias y por qué no, invitarle un vasito de cerveza, chicha o aguardiente. Brindar por su memoria.
Un reencuentro para regar los recuerdos que comienzan a marchitarse, a volverse difusos, esquivos, cada vez más lejanos... y es por eso que los deudos contratan a los músicos que tocan las canciones favoritas del difunto o preparan o compran su platillo favorito.
Las horas se escapan. La tarde agoniza, también los responsos y los cantos. Los deudos retornan a sus casas. El cementerio vuelve a quedar vacío. Se imponen las sombras, la tristeza, el silencio de la muerte. (Rolly Valdivia).
*Esta nota fue publicada en el diario oficial El Peruano.
El 1ro de noviembre los cementerios del Perú se llenan de vida, porque miles de familias visitan y recuerdan a sus deudos. Flores y rezos, velas y responsos, pero también música y baile, brindis y comidas en honor al pariente desaparecido, son escenas comunes en los camposantos de todo el país.
La añoranza por el ser querido se convierte en un motivo de reencuentro y reunión, entonces, las penas se aminoran y por unas horas -quizás mágicas, tal vez inexplicables- el dolor se atenúa, las cicatrices del alma desaparecen y las penas se convierten en un vendaval de recuerdos alegres, en un torbellino de añoranzas festivas.
Un camino tortuoso y serpenteante. Un caos de cruces y lápidas anónimas. Agitación, desorden, pregones y letanías. Gente que llora, gente que ríe, gente que intenta recordar...ay, pero los recuerdos son como las flores, se marchitan con el tiempo.
Y nunca el arpa derramó notas más tristes. Y nunca la cerveza fue más amarga. Penas, congoja y dolor; también breves espasmos de alegría en un cementerio maquillado de feria dominical, con maquinitas de pompas de jabón, manzanas dulces y hasta un carrusel de caballitos desportillados.
Peregrinación, movimiento, ir y venir de deudos que esquivan charlatanes de prodigiosa verborrea, ollas humeantes repletas de chanfainita y torres de cajas de cerveza, para llegar a la tumba de su ser querido; entonces, ellos se arrodillan, musitan una oración, brindan por la memoria del familiar o el amigo ausente.
Sentimientos encontrados. Tristezas y alegrías en el cementerio Nueva Esperanza en Villa María del Triunfo (Lima), donde un hombre enjuto y desaliñado enciende una vela en memoria de su amada y un anciano ahoga las penas en un vaso de cerveza, mientras su hija le da una “manito” de pintura a la tumba de su madre.
Y una banda de músicos arremete con una movida marinera y un viejecillo entona responsos en latín, "para darle una ayudadita a las almas que aún no llegan al cielo", anuncia al ofrecer sus servicios profesionales al módico precio de cinco soles... "casi un regalo, señor; además, su difunto bien se lo merece".
Los músicos cargan sus arpas, violines y bombos y van de tumba en tumba. ¿Quién quiere agasajar a su ser querido?, dicen con el hilillo de voz que les queda después de subir y bajar por los senderos empinados de un cementerio que se extiende por las faldas de un puñado de cerros.
Algunos aceptan, otros los rechazan porque prefieren el silencio o están a la espera de los danzantes de tijeras Arruzcha y Pachacutec que, con sus inspirados y mágicos movimientos, son capaces de emocionar y estremecer hasta los muertos.
"Nos quedaremos hasta las 8 de la noche, como todos los años", arregla, sacude, desempolva su gastada indumentaria el danzante Arruzcha, quien desde hace 20 años baila con tijeras y se tutea con los difuntos y las ánimas.
Los vivos visitan a los muertos... y familias enteras rodean las rústicas sepulturas, para adornarlas con flores, enderezar las cruces a punto de caer y, claro hablar con el difunto, hacerle preguntas y contarle tantísimas cosas, buenas o malas, cotidianas o extraordinarias y por qué no, invitarle un vasito de cerveza, chicha o aguardiente. Brindar por su memoria.
Un reencuentro para regar los recuerdos que comienzan a marchitarse, a volverse difusos, esquivos, cada vez más lejanos... y es por eso que los deudos contratan a los músicos que tocan las canciones favoritas del difunto o preparan o compran su platillo favorito.
Las horas se escapan. La tarde agoniza, también los responsos y los cantos. Los deudos retornan a sus casas. El cementerio vuelve a quedar vacío. Se imponen las sombras, la tristeza, el silencio de la muerte. (Rolly Valdivia).
*Esta nota fue publicada en el diario oficial El Peruano.
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