Buenos días, malas noches
Hoteles sin estrellas, sin encantos, sin más comodidades que una cama rechinante, un colchón exhausto y un par de frazadas traslúcidas y tan poco abrigadoras que, hasta los tigres que alguna vez las decoraron, ya se han marchado para buscar calor en otra parte.
Cuartos compartidos, baños sin duchas, sin agua, también sin taza. Movimientos y ruidos sospechosos, pulgas, zancudos, mosquitos y una tarántula en hospedajes sombríos, cochambrosos, tórridos o gélidos, que espantan los sueños felices y convocan pesadillas, miedos, a veces sospechas, a veces hasta a la policía.
Alojamientos que son o se convierten en el último o, quizás, el único refugio en una comunidad de la puna, en un pueblo minúsculo embriagado de fiesta, en una caleta de pescadores que se derrite de verano o en una villa amazónica en las riberas de un río torrentoso.
Dormir donde se pueda, donde alcance el presupuesto; dormir sin dormir por culpa de las risas y los improperios de unas voces borrachosas, en un hotelito en Chala, en la costa arequipeña; dormir con un ojo abierto por temor a que alguien tumbe la puerta del cuartucho en un hostal con apariencia de antro, de lupanar, de paupérrima casa de citas en Trujillo, la capital de La Libertad.
Y maldices al taxista que te condujo allí. Sí, claro, uno buenazo y barato, había dicho para convencerte y le creíste y al final no era tan barato y el cuarto parecía una celda y se oían gritos, gemidos, golpes y pensaste que alguien podría tumbar la puerta: un maleante, quizás la policía y ya te veías siendo detenido y ya te imaginabas en TV cubriéndote la cara con un polo y una voz que te calificaba de simple y vulgar parroquiano.
Dormir donde haya un espacio, donde quede aunque sea una camita, por favor, como ocurrió en Corongo, en pleno furor de la fiesta de San Pedro. Hotel salvador, con habitaciones comunitarias, múltiples, hacinadas, en los altos de una casa maltrecha, con pisos de madera que crujían y lloraban, cuando algún huésped se animaba a dar un paso.
Cuánto le cuesta, cuánto le vale. Diez soles la noche. Trato hecho. Subir y descubrir que los cuartos están conectados por un mismo pasadizo y que para llegar al último ambiente, hay que esquivar camas, cuerpos dormidos y una serie de bultos desperdigados. Sueños y ronquidos compartidos. Buenos días, señor, buenos días, señora. Qué siga la fiesta.
Dormir en el hotel municipal de Andamarca, Ayacucho, con sus oscuros cuartitos de adobe y sus baños siempre inundados o en el hospedaje-pollería de la profesora –hum, no recuerdas su nombre, ¿te estarás volviendo viejo?- que saca tu mochila y hasta la cama del cuarto que ocupabas, para armarla en el patio. Eso sí, la señora puso un par de frazaditas de refuerzo, porque no es cosa fácil dormir a la intemperie a más de tres mil m.s.n.m.
La dueña ignoraba tus reclamos y amparaba su decisión en razones de mercado, de oferta y demanda, porque dos pagan más que uno y "usted puede acomodarse allí afuerita”; entonces, la perspectiva nocturna era tan adversa, que los flamantes huéspedes tuvieron que apiadarse del pobre viajero desterrado. Total, es sabido por todos que donde entran dos entran tres.
Dormir en un hotel de madera en Yuyapichis, Huánuco, cuya única “decoración” es una tarántula paralizada en la pared... ¿estará viva?, ¿será venenosa?, ¿con qué la mato? y pensar en aquello de que ante la duda es mejor abstenerse. Así que buscas asesoramiento y armas un pelotón de combate para atacar a la invasora. La lucha es cruenta. Se presentan bajas en el lado de los arácnidos.
Y son tantos los recuerdos. Y se te viene la imagen de otro hotel de madera en Puerto Ocopa, en Junín, una imagen tan paupérrima y desoladora, que casi lleva al llanto o al desmayo a una de sus huéspedes; pero no hay que derramar lágrimas ni desfallecer; lo mejor es acomodarse y aguantar, porque las noches no son eternas, aunque a veces lo parezcan.
Buenas o malas noches en Perú. Noches que, por buenas o malas, siempre son y serán inolvidables.
Cuartos compartidos, baños sin duchas, sin agua, también sin taza. Movimientos y ruidos sospechosos, pulgas, zancudos, mosquitos y una tarántula en hospedajes sombríos, cochambrosos, tórridos o gélidos, que espantan los sueños felices y convocan pesadillas, miedos, a veces sospechas, a veces hasta a la policía.
Alojamientos que son o se convierten en el último o, quizás, el único refugio en una comunidad de la puna, en un pueblo minúsculo embriagado de fiesta, en una caleta de pescadores que se derrite de verano o en una villa amazónica en las riberas de un río torrentoso.
Dormir donde se pueda, donde alcance el presupuesto; dormir sin dormir por culpa de las risas y los improperios de unas voces borrachosas, en un hotelito en Chala, en la costa arequipeña; dormir con un ojo abierto por temor a que alguien tumbe la puerta del cuartucho en un hostal con apariencia de antro, de lupanar, de paupérrima casa de citas en Trujillo, la capital de La Libertad.
Y maldices al taxista que te condujo allí. Sí, claro, uno buenazo y barato, había dicho para convencerte y le creíste y al final no era tan barato y el cuarto parecía una celda y se oían gritos, gemidos, golpes y pensaste que alguien podría tumbar la puerta: un maleante, quizás la policía y ya te veías siendo detenido y ya te imaginabas en TV cubriéndote la cara con un polo y una voz que te calificaba de simple y vulgar parroquiano.
Dormir donde haya un espacio, donde quede aunque sea una camita, por favor, como ocurrió en Corongo, en pleno furor de la fiesta de San Pedro. Hotel salvador, con habitaciones comunitarias, múltiples, hacinadas, en los altos de una casa maltrecha, con pisos de madera que crujían y lloraban, cuando algún huésped se animaba a dar un paso.
Cuánto le cuesta, cuánto le vale. Diez soles la noche. Trato hecho. Subir y descubrir que los cuartos están conectados por un mismo pasadizo y que para llegar al último ambiente, hay que esquivar camas, cuerpos dormidos y una serie de bultos desperdigados. Sueños y ronquidos compartidos. Buenos días, señor, buenos días, señora. Qué siga la fiesta.
Dormir en el hotel municipal de Andamarca, Ayacucho, con sus oscuros cuartitos de adobe y sus baños siempre inundados o en el hospedaje-pollería de la profesora –hum, no recuerdas su nombre, ¿te estarás volviendo viejo?- que saca tu mochila y hasta la cama del cuarto que ocupabas, para armarla en el patio. Eso sí, la señora puso un par de frazaditas de refuerzo, porque no es cosa fácil dormir a la intemperie a más de tres mil m.s.n.m.
La dueña ignoraba tus reclamos y amparaba su decisión en razones de mercado, de oferta y demanda, porque dos pagan más que uno y "usted puede acomodarse allí afuerita”; entonces, la perspectiva nocturna era tan adversa, que los flamantes huéspedes tuvieron que apiadarse del pobre viajero desterrado. Total, es sabido por todos que donde entran dos entran tres.
Dormir en un hotel de madera en Yuyapichis, Huánuco, cuya única “decoración” es una tarántula paralizada en la pared... ¿estará viva?, ¿será venenosa?, ¿con qué la mato? y pensar en aquello de que ante la duda es mejor abstenerse. Así que buscas asesoramiento y armas un pelotón de combate para atacar a la invasora. La lucha es cruenta. Se presentan bajas en el lado de los arácnidos.
Y son tantos los recuerdos. Y se te viene la imagen de otro hotel de madera en Puerto Ocopa, en Junín, una imagen tan paupérrima y desoladora, que casi lleva al llanto o al desmayo a una de sus huéspedes; pero no hay que derramar lágrimas ni desfallecer; lo mejor es acomodarse y aguantar, porque las noches no son eternas, aunque a veces lo parezcan.
Buenas o malas noches en Perú. Noches que, por buenas o malas, siempre son y serán inolvidables.
Comentarios
http://anecdotastontas.blogspot.com
Muy bueno lo tuyo segui asi...
saludos
(y feliz san valentín, con dos días de adelanto)
ariadna
Gracias por los comentarios. Y feliz día para ti, Ariadna, también con adelanto.
3:34 PM
me encantó la redacción, la manera...
y es tal cual!!
dormir donde se pueda...quién te quita el recuerdo!!
Saludos,