Un "saludable" despertar
Diré que fue un “saludable despertar”, aunque posiblemente la frase no sea la más adecuada y hasta podría generar confusión, incluso en los lectores frecuentes de esta bitácora, acostumbrados –¡eso espero!- a los enredos verbales y a las situaciones descabelladas que, de cuando en vez, aparecen en nuestros post viajeros.
Precisamente, para evitar complicaciones, aclaro de antemano que lo de saludable no implica que la mañana en mención me haya levantado vigoroso, agilito, con ganas de correr un puñado de kilómetros –digamos que 30 para calentar la mañana- y luego despacharme con unas 100 planchitas y otros tantos abdominales.
Muy por el contrario, la frase no guarda ninguna relación con el proverbio griego de mente sana en cuerpo sano o con la manida frase de deporte es salud, salvo que alguien considere a la casi siempre incomprendida actividad de “empinar el codo”, como una respetada disciplina atlética, competitiva, casi olímpica.
Y es por ese distanciamiento con lo “saludable” en su sentido literal, que tengo serias dudas sobre si es lícito calificar de “saludable despertar”, a la mañana en la que varios “capitanes Pizarro”, valiéndose de la fuerza y con la fuerza… de la costumbre, por si acaso, irrumpieron en mi cuarto en la agonía de la madrugada, para decirme “salud” como 50 mil veces o ¿sólo fueron 49 mil?
Perdí la cuenta. Estaba aturdido y somnoliento. Cómo no estarlo si hasta hace unos instantes roncaba de lo lindo, a pierna suelta –¿a si se dice, hip, digo no?- y ahora, en un dos por tres y en menos de lo que canta un gallo –¿a sí también se dice, no, digo hip?-, estoy dándole duro al seco y volteado.
De nada sirvió mi intención de entablar un diálogo alturado o firmar un armisticio “chupístico” con los “capitanes Pizarro” del pueblo de Aquia (provincia de Bolognesi, Ancash). Fue inútil. Toditos mis argumentos y palabras cayeron en saco, perdón, en copa rota.
Y es que ellos no invaden los cuartos por un capricho etílico o para oír excusas u otorgar indulgencias a los somnolientos. Ellos sólo cumplen escrupulosamente su papel en la fiesta patronal de San Miguel Arcángel, celebración desbordante que se realiza a finales de setiembre y los primeros días de octubre de todos los años.
Así que lo mejor era quedarse calladito y apurar el trago. Salud con cada “capitán”. Eran tres o cuatro. No pasaban de cinco. ¡Qué importa! Salud por Aquia, siempre por Aquia y su gente; amigos, hermanos que te reciben con los brazos abiertos y los vasos llenos de chinguirito (combinación festiva y casi letal de aguardiente, agua hervida y canela).
Salud por Aquia, un pueblo que no se olvida. Lo que si se olvida –y de eso puedo dar fe- es la cantidad de brindis que los aquinos de nacimiento y corazón, realizan en honor de San Miguel Arcángel, imagen reverenciada, milagrosa y precavida que en las procesiones lleva hasta su ponchito contra la lluvia, por si el cielo, quizás conmovido de tanta fe y jolgorio, se vuelve lágrima en las alturas ancashinas.
Como no conmoverse y dejarse llevar por la alegría, cuando la silenciosa cotidianeidad de un pueblo de altura es barrida por el rumor de las plegarias y los alaridos de las pallas que protegen al Inca Atahualpa, capturado y ejecutado por los “españoles” después de una fragorosa batalla en la plaza de Armas. En la intensa lucha todos en el pueblo se arrojan caramelos, naranjas y huesos de manzanas, como si fueran balas.
Después de varias rondas, los “capitanes” anuncian su honrosa retirada en los preámbulos del lacrimógeno “tu eres mi pata” y del “yo te estimo”. Ellos, con sus espadas, sus ternos oscuros, sus sombreros elegantes, sus mechones emplumados, tienen que seguir tumbando puertas, despertando a todo el pueblo como ordena la costumbre, la tradición, el cargo de mayordomo.
Los acompaño hasta la puerta y nos tomamos la del estribo. El último salud de la mañana, al menos para mí, ellos seguirán brindando de casa en casa. Caray, es duro ser “capitán”, digo entre portentosos bostezos que anuncian el retorno del sueño... un anuncio que ignoro porque algo me incita a seguir a los “Pizarro”.
Y es que debo tomar hasta el final… del rollo fotográfico, no sean mal pensados, por favor.
Diré que fue un “saludable despertar”, aunque posiblemente la frase no sea la más adecuada y hasta podría generar confusión, incluso en los lectores frecuentes de esta bitácora, acostumbrados –¡eso espero!- a los enredos verbales y a las situaciones descabelladas que, de cuando en vez, aparecen en nuestros post viajeros.
Precisamente, para evitar complicaciones, aclaro de antemano que lo de saludable no implica que la mañana en mención me haya levantado vigoroso, agilito, con ganas de correr un puñado de kilómetros –digamos que 30 para calentar la mañana- y luego despacharme con unas 100 planchitas y otros tantos abdominales.
Muy por el contrario, la frase no guarda ninguna relación con el proverbio griego de mente sana en cuerpo sano o con la manida frase de deporte es salud, salvo que alguien considere a la casi siempre incomprendida actividad de “empinar el codo”, como una respetada disciplina atlética, competitiva, casi olímpica.
Y es por ese distanciamiento con lo “saludable” en su sentido literal, que tengo serias dudas sobre si es lícito calificar de “saludable despertar”, a la mañana en la que varios “capitanes Pizarro”, valiéndose de la fuerza y con la fuerza… de la costumbre, por si acaso, irrumpieron en mi cuarto en la agonía de la madrugada, para decirme “salud” como 50 mil veces o ¿sólo fueron 49 mil?
Perdí la cuenta. Estaba aturdido y somnoliento. Cómo no estarlo si hasta hace unos instantes roncaba de lo lindo, a pierna suelta –¿a si se dice, hip, digo no?- y ahora, en un dos por tres y en menos de lo que canta un gallo –¿a sí también se dice, no, digo hip?-, estoy dándole duro al seco y volteado.
De nada sirvió mi intención de entablar un diálogo alturado o firmar un armisticio “chupístico” con los “capitanes Pizarro” del pueblo de Aquia (provincia de Bolognesi, Ancash). Fue inútil. Toditos mis argumentos y palabras cayeron en saco, perdón, en copa rota.
Y es que ellos no invaden los cuartos por un capricho etílico o para oír excusas u otorgar indulgencias a los somnolientos. Ellos sólo cumplen escrupulosamente su papel en la fiesta patronal de San Miguel Arcángel, celebración desbordante que se realiza a finales de setiembre y los primeros días de octubre de todos los años.
Así que lo mejor era quedarse calladito y apurar el trago. Salud con cada “capitán”. Eran tres o cuatro. No pasaban de cinco. ¡Qué importa! Salud por Aquia, siempre por Aquia y su gente; amigos, hermanos que te reciben con los brazos abiertos y los vasos llenos de chinguirito (combinación festiva y casi letal de aguardiente, agua hervida y canela).
Salud por Aquia, un pueblo que no se olvida. Lo que si se olvida –y de eso puedo dar fe- es la cantidad de brindis que los aquinos de nacimiento y corazón, realizan en honor de San Miguel Arcángel, imagen reverenciada, milagrosa y precavida que en las procesiones lleva hasta su ponchito contra la lluvia, por si el cielo, quizás conmovido de tanta fe y jolgorio, se vuelve lágrima en las alturas ancashinas.
Como no conmoverse y dejarse llevar por la alegría, cuando la silenciosa cotidianeidad de un pueblo de altura es barrida por el rumor de las plegarias y los alaridos de las pallas que protegen al Inca Atahualpa, capturado y ejecutado por los “españoles” después de una fragorosa batalla en la plaza de Armas. En la intensa lucha todos en el pueblo se arrojan caramelos, naranjas y huesos de manzanas, como si fueran balas.
Después de varias rondas, los “capitanes” anuncian su honrosa retirada en los preámbulos del lacrimógeno “tu eres mi pata” y del “yo te estimo”. Ellos, con sus espadas, sus ternos oscuros, sus sombreros elegantes, sus mechones emplumados, tienen que seguir tumbando puertas, despertando a todo el pueblo como ordena la costumbre, la tradición, el cargo de mayordomo.
Los acompaño hasta la puerta y nos tomamos la del estribo. El último salud de la mañana, al menos para mí, ellos seguirán brindando de casa en casa. Caray, es duro ser “capitán”, digo entre portentosos bostezos que anuncian el retorno del sueño... un anuncio que ignoro porque algo me incita a seguir a los “Pizarro”.
Y es que debo tomar hasta el final… del rollo fotográfico, no sean mal pensados, por favor.
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