Inspirado por el dicho aquel de que más vale tarde que nunca, al autor recuerda emocionado, los pormenores del Raymillacta de los Chachapoya, festividad que conmocionó la región Amazonas, el pasado 9 de junio.
De un momento a otro y casi sin darme cuenta, vivo, siento, palpito la euforia de un carnaval inédito, trepidante, fuera de calendario; entonces, se desata una lluvia de pica-pica, mientras la música impone su ritmo contagiante, sus compases alborotados y sus notas afiebradamente bailables.
Y dan ganas de sacudir el esqueleto aunque uno no sepa hacerlo, aunque uno nunca encuentre el ritmo y sea un completo desorejado. Y dan ganas de despojarse de la cámara y arrojar la libreta de apuntes, para seguir a esa comparsa agitadísima y bullanguera que brinda con guarapo.
Y, claro, también dan ganas de vengarse de esa señora que aprovecha el pánico, el barullo, el tole-tole, y se acerca con tremendo desperpajo e impunidad, para abofetearte y embadurnarte la cara con talco.
Pero no hay venganza que valga, total, el carnaval tiene cierto parecido con la lluvia y es que cuando se carnavalea en Chuquibamba (provincia de Chachapoyas, Amazonas), todos se mojan o bailan o beben o cantan; en fin, todos se divierten, ríen, jaranean de lo lindo y hasta se enamoran entre el vuelo de las serpentinas, el correr de las botellas y los quiebres de las danzas.
De un momento a otro y casi sin darme cuenta, vivo, siento, palpito la euforia de un carnaval inédito, trepidante, fuera de calendario; entonces, se desata una lluvia de pica-pica, mientras la música impone su ritmo contagiante, sus compases alborotados y sus notas afiebradamente bailables.
Y dan ganas de sacudir el esqueleto aunque uno no sepa hacerlo, aunque uno nunca encuentre el ritmo y sea un completo desorejado. Y dan ganas de despojarse de la cámara y arrojar la libreta de apuntes, para seguir a esa comparsa agitadísima y bullanguera que brinda con guarapo.
Y, claro, también dan ganas de vengarse de esa señora que aprovecha el pánico, el barullo, el tole-tole, y se acerca con tremendo desperpajo e impunidad, para abofetearte y embadurnarte la cara con talco.
Pero no hay venganza que valga, total, el carnaval tiene cierto parecido con la lluvia y es que cuando se carnavalea en Chuquibamba (provincia de Chachapoyas, Amazonas), todos se mojan o bailan o beben o cantan; en fin, todos se divierten, ríen, jaranean de lo lindo y hasta se enamoran entre el vuelo de las serpentinas, el correr de las botellas y los quiebres de las danzas.
La comparsa avanza, vibra, se apodera de la plaza de Armas de Chachapoyas, la capital regional de Amazonas, que hoy se ha vestido de fiesta, de carnaval, de peregrinación, de rituales andinos y amazónicos, para mostrarle a propios y extraños que en estas tierras casi siempre postergadas, los hombres y mujeres luchan por mantener sus raíces y su cultura. Su forma de entender el mundo.
Y esa explosión de color, de danza, de música, de costumbres tan distintas, tan diversas, tan peruanas, son parte del jolgorio desbordante, acaso infinito, del Raymillacta, la gran celebración, el inmenso pasacalle que reúne y convoca a los pueblos y comunidades de las siete provincias de la región, desatando un irrefrenable vendaval de alegría que atiza el orgullo de los amazonenses, el orgullo de los peruanos.
Los sones del carnaval se extinguen pero el jolgorio continúa. Y es que más de 50 delegaciones de la altura y la montaña, se congregan en el corazón urbano de Chachapoyas, que durante horas late fervoroso ante el paso irrefrenable de las comparas y pandillas, o, está a punto del infarto por tanto movimiento, por tantas danzas de la sierra y la selva.
Veo a miles de personas bailar con pasión, veo a miles de compatriotas mostrar lo suyo con legítima jactancia. “No es gente disfrazada, no son artistas”, me habían dicho antes del inicio del Raymillacta de los Chachapoya… y era verdad, todo era auténtico, real, “esto es pueblo, nuestro pueblo”, me comentaría al vuelo uno de los bailarines, en los fragorosos vaivenes del pasacalle.
De puro gusto comparto un traguito con él. ¡Salud, carambas, por Amazonas y su gente!, brindo con entusiasmo, brindo con nadie o con todos, porque el hombre ya desapareció y ahora estoy en medio de una procesión y huele a sahumerio y hay velas encendidas y mayordomos que llevan el “voto chachapoyano”, una especie de estandarte en el que se colocan frutas, panes, tubérculos y hasta pollos.
La Fiesta de los Pueblos (traducción del nombre en quechua) se prolonga desde el mediodía hasta la antesala del anochecer, aunque uno quisiera que nunca acabe, para que sigan las comparsas, las danzas que representan las faenas agrícolas o la molienda de la caña, también los acelerados y enigmáticos ritmos de la selva.
Sí, que no terminen los cantos, los mohines, los rezos de los hombres y mujeres de Tambolic, de Luya, de Leymebamba, de La Jalca, de Soloco, de Tingo, en fin, de todos los pueblos amazonenses, que respondieron al llamado de Elizabeth Terán Reátegui, directora regional de Comercio y Turismo (Dircetur), y decidieron mostrar lo mejor de su acervo cultural en el Raymillacta.
Persistente y tenaz, Elizabeth fue el pilar y el motor de la fiesta. Su tarea no fue fácil. Siempre hay problemas, inconvenientes, golpes bajos que complican la labor organizativa; pero su esfuerzo valió la pena y es por eso que comprendo su emoción cuando va y viene aplaudiendo, animando, solucionando problemas en la hormigueante plaza de Armas.
Día de fiesta. Día inolvidable en el que dan ganas de desdeñar el trabajo y unirse a esa comparsa que disfruta de un carnaval fuera de fecha, que te demuestra que la alegría es capaz de burlarse de los calendarios, al menos en Chuquibamba, al menos en el Raymillacta.
Y esa explosión de color, de danza, de música, de costumbres tan distintas, tan diversas, tan peruanas, son parte del jolgorio desbordante, acaso infinito, del Raymillacta, la gran celebración, el inmenso pasacalle que reúne y convoca a los pueblos y comunidades de las siete provincias de la región, desatando un irrefrenable vendaval de alegría que atiza el orgullo de los amazonenses, el orgullo de los peruanos.
Los sones del carnaval se extinguen pero el jolgorio continúa. Y es que más de 50 delegaciones de la altura y la montaña, se congregan en el corazón urbano de Chachapoyas, que durante horas late fervoroso ante el paso irrefrenable de las comparas y pandillas, o, está a punto del infarto por tanto movimiento, por tantas danzas de la sierra y la selva.
Veo a miles de personas bailar con pasión, veo a miles de compatriotas mostrar lo suyo con legítima jactancia. “No es gente disfrazada, no son artistas”, me habían dicho antes del inicio del Raymillacta de los Chachapoya… y era verdad, todo era auténtico, real, “esto es pueblo, nuestro pueblo”, me comentaría al vuelo uno de los bailarines, en los fragorosos vaivenes del pasacalle.
De puro gusto comparto un traguito con él. ¡Salud, carambas, por Amazonas y su gente!, brindo con entusiasmo, brindo con nadie o con todos, porque el hombre ya desapareció y ahora estoy en medio de una procesión y huele a sahumerio y hay velas encendidas y mayordomos que llevan el “voto chachapoyano”, una especie de estandarte en el que se colocan frutas, panes, tubérculos y hasta pollos.
La Fiesta de los Pueblos (traducción del nombre en quechua) se prolonga desde el mediodía hasta la antesala del anochecer, aunque uno quisiera que nunca acabe, para que sigan las comparsas, las danzas que representan las faenas agrícolas o la molienda de la caña, también los acelerados y enigmáticos ritmos de la selva.
Sí, que no terminen los cantos, los mohines, los rezos de los hombres y mujeres de Tambolic, de Luya, de Leymebamba, de La Jalca, de Soloco, de Tingo, en fin, de todos los pueblos amazonenses, que respondieron al llamado de Elizabeth Terán Reátegui, directora regional de Comercio y Turismo (Dircetur), y decidieron mostrar lo mejor de su acervo cultural en el Raymillacta.
Persistente y tenaz, Elizabeth fue el pilar y el motor de la fiesta. Su tarea no fue fácil. Siempre hay problemas, inconvenientes, golpes bajos que complican la labor organizativa; pero su esfuerzo valió la pena y es por eso que comprendo su emoción cuando va y viene aplaudiendo, animando, solucionando problemas en la hormigueante plaza de Armas.
Día de fiesta. Día inolvidable en el que dan ganas de desdeñar el trabajo y unirse a esa comparsa que disfruta de un carnaval fuera de fecha, que te demuestra que la alegría es capaz de burlarse de los calendarios, al menos en Chuquibamba, al menos en el Raymillacta.
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Comentarios
Espero no te hayas olvidado de los panes.
Helder Bardales
Bienvenido a Explorando y muchísimas gracias por tu comentario y las atenciones durante mi visita a tu tierra.
No me he olvidado de tus panes. Hacerlo sería un gravísimo pecado, sobre todo por el sabor inolvidable de los mismos.
Saludos y no dejes de visitarme. Pronto verás sorpresas...