Acabo de llegar a Trujillo y me he quedado perplejo al descubrir que, al menos por hoy, su primavera dejó de ser eterna. Dicen que el sol aparecerá en la tarde de todas maneras, sin falta, como si tuviera un pacto de honor con esta querendona ciudad norteña.
Ojalá que el astro cumpla y me regale sus rayos.
Pero más allá de la falta del sol, lo que realmente me ha dejado de patas para arriba, es la absurda e ingenua pretensión de un taxista que quiso cobrarme 30 solcitos nomás porque el centro está bien lejos -cito textualmente al desubicado conductor- para sacarme del Aeropuerto -localizado en el camino al balneario de Huanchaco, sí, allí donde están los legendarios caballitos de totora- y llevarme al corazón urbano de la "capital de la eterna primavera" que, como ya hemos mencionado, no es tan eterna como podría pensarse.
Será que el hombre me vio cara de gringo, de míster, de viajero desbordante de dólares y tarjetas doradas. Qué iluso. Si supiera que uno casi siempre anda con las justas y, a veces, hasta con un poquito menos, es decir, uno anda con un presupuesto más apretado que mano de trapecistas o que pantalón de torero.
Al escucharlo no supe si irritarme o reírme a carcajadas. Al final opté por una sonrisita entre sarcástica, burlona e incrédula, gesto que rematé con una frase casi filosófica, por no decir socrática-achorada: "Treinta lucas ni a balas", espeté utilizando parte de mi repertorio replanero, de mis conocimientos de jeringa, así le dejaría en claro que algo de calle tengo.
La sonrisa y la frasecita surtieron efecto, porque mientras me alejaba del vehículo, el conductor empezó a reducir su tarifa: 25, 20 -y bajo del carro- 15 -quién da menos señores-, lo dejo a 10 concluyó en tono lastimero. Pero fue inútil, lo ignoré y seguí caminando y llegué a la carretera y tome un micro. Un solcito a la ciudad.
Ahora no me quedan dudas: a quien camina Dios lo ayuda.
Pero más allá de la falta del sol, lo que realmente me ha dejado de patas para arriba, es la absurda e ingenua pretensión de un taxista que quiso cobrarme 30 solcitos nomás porque el centro está bien lejos -cito textualmente al desubicado conductor- para sacarme del Aeropuerto -localizado en el camino al balneario de Huanchaco, sí, allí donde están los legendarios caballitos de totora- y llevarme al corazón urbano de la "capital de la eterna primavera" que, como ya hemos mencionado, no es tan eterna como podría pensarse.
Será que el hombre me vio cara de gringo, de míster, de viajero desbordante de dólares y tarjetas doradas. Qué iluso. Si supiera que uno casi siempre anda con las justas y, a veces, hasta con un poquito menos, es decir, uno anda con un presupuesto más apretado que mano de trapecistas o que pantalón de torero.
Al escucharlo no supe si irritarme o reírme a carcajadas. Al final opté por una sonrisita entre sarcástica, burlona e incrédula, gesto que rematé con una frase casi filosófica, por no decir socrática-achorada: "Treinta lucas ni a balas", espeté utilizando parte de mi repertorio replanero, de mis conocimientos de jeringa, así le dejaría en claro que algo de calle tengo.
La sonrisa y la frasecita surtieron efecto, porque mientras me alejaba del vehículo, el conductor empezó a reducir su tarifa: 25, 20 -y bajo del carro- 15 -quién da menos señores-, lo dejo a 10 concluyó en tono lastimero. Pero fue inútil, lo ignoré y seguí caminando y llegué a la carretera y tome un micro. Un solcito a la ciudad.
Ahora no me quedan dudas: a quien camina Dios lo ayuda.
Comentarios
Creo que es necesario inventar nuevos apelativos para las ciudades.
Ahora bien, con o sin primavera, no me quejo de mi estancia en Trujillo.
Saludos,
Me gusta tu blog, me caeré por aquí de vez en cuando.
Saluditos.
Mari
Serás bienvenida todas las veces que decidas caer por estos lares...
Saludos,