
Y eso me ha impedido hacer muchas cosas. No soy un vago o un perezoso. Sólo soy una víctima de las circunstancias. Las verdaderas culpables son nada más y nada menos que las musarañas. Lo digo sin duda ni murmuraciones y al estilo militar, ojalá nomás que a ningún generalote o almirante se le ocurra la peregrina idea de censurarme por dármelas de burlón.
Sé que muchos no me creerán. Tirarle dedo a las musarañas en vez de admitir mi supuesto relajo, como que no es muy frecuente, tal vez sea hasta insólito, pero repito, ellas, las musarañas, son las culpables. No las únicas porque también tienen vela en este entierro el tempo que pasa más apurado que de costumbre y las damiselas que no se dejan buscar y ni siquiera pensar -las muy sobradas, las muy choteadoras-. Y eso mata cualquier indicio de inspiración.

Con absoluta sinceridad, les cuento que me moría de ganas de describir todas las actividades deportivas y fiesteras, emocionantes y alborotadoras de un festival ecodeportivo que por cuarto año consecutivo, remeció las siempre exageradas y energéticas alturas de la provincia de Espinar (Cusco).

Todo eso quería compartir con ustedes pero no lo hice y ahora debo prepararme para viajar de nuevo. Estoy contra el tiempo y no les he dicho nada del concurso de danzas, de los comuneros que bailaban como en sus fiestas patronales; entonces, palpitan los bombos, las manos se entrelazan. Se zapatea, se goza. Se vive.

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