No rezaré ni me confesaré. Seguiré cargando mis pecados. No iré a misa ni recorreré iglesias modernas o coloniales. Las primeras por desgano, las segundas por temor, suelen venirse abajo cuando hay un terremoto.
No estaré en ninguna procesión. No subiré al cerro San Cristóbal. No comeré bacalao ni escucharé el sermón de las tres horas porque desconfió de quien lo pronuncia. Tampoco veré las películas en las que crucifican a Cristo. Me las sé de memoria. Siempre acaban en lo mismo.
No saldré de la ciudad. Nada de campamentos ni viajes aventureros. Nada de fogatas ni amanecidas ni bailes ni botellas borrachas en una playa, en un bosque, en la ribera de un río. Nada de fe compartida, de lecciones costumbristas en Ayacucho, Tarma, Huaraz o en cualquier otro lugar del país.
No rezos. No juerga. No seré santo ni diablo. Tranquilo en casa. Sin escuchar sermones, sin trasnochados yo te estimo, sin cargos de conciencia por no golpearme el pecho, sin dolor de cabeza por excesos de brindis. Días sin olor a sahumerio, sin aroma a parrilla que se enciende cerca al mar.... en fin, ni Semana Santa ni Semana Tranca.
No salvaré ni condenaré mi alma en estos días. Sólo redactaré textos como este, no, perdón, mejores que éste, menos enredados que éste. Al menos eso espero. Quizás así, escribiendo bonito, Dios me perdone por no rezar ni confesarme ni siquiera en Semana Santa.
Comentarios