“Disculpa hermanito, ya no hay espacio. Tu texto no va”, con esa frase odiosa, certera, siempre inapelable, más de un editor ha frustrado varios intensos romances con mis musas inspiradoras.
No es justo, lo sé, pero muchas veces no hay más remdio que alejarse de los brazos ardientes de las musas y romperles el corazón con una frasecita del tipo “sabes, flaquita, hasta aquí nomás llegamos” y a otra cosa mariposa.
Y el texto –que en estos casos siempre “estaba saliendo bien bonito”- queda inconcluso, porque la frase lapidaria del director/editor frena los impulsos creativos de un solo porrazo.
Las neuronas se niegan a seguir escribiendo algo que jamás será publicado; entonces, esas crónicas pasan a una carpeta bautizada eufemísticamente con el nombre de “Borradores”, la cual es en realidad un cementerio de notas a medio hacer, de notas sin final.
Hace un par de días me puse a navegar en ese limbo de relatos y encontré unos cuantos párrafos que, en mi opinión –poco objetiva, claro está- merecieron mejor suerte.
Demás está decir que volvieron los sapos y culebras, las imprecaciones contra aquellos directores/editores que echando manos del edulcorado y meloso disculpa hermanito, rompieron mi romance con una diosa inspiradora que, dicho sea de paso, estaba muy pero muy buena.
Como en Explorando Perú no hay directores ni editores (¿habrán lectores?), vamos a publicar estas líneas que hasta hace algunos días estaban condenadas al olvido y, lo que es peor, a la extinción, la próxima vez que un ladino virus informático arrasara con información de mi disco duro.
La fe interrumpida
Pasos tortuosos, pasos fatigados, pasos descalzos. Peregrinos exánimes, lívidos, torturados por un calor insensato, persisten en su andar parsimonioso, en su andar en cámara lenta por esa senda de esperanzas, en la que cada movimiento se vuelve una plegaria, en la que cada gota de sudor sirve para borrar algún pecado o saldar una antigua deuda de fe.
Falta mucho para el final del camino. Eso no importa. Los peregrinos no descansan, no sonríen, no hablan, tampoco beben, sólo se acomodan la banda de letras amarillas que confirman su condición de devotos, de fieles agradecidos, de hombres atormentados que buscan un milagro; o el enterrado morral donde llevan su austero equipaje: una chompa, tal vez un pantalón, siempre una frazada.
“Tengo una deuda de fe”. Sudor, cansancio, un cirio apagado comienza a derretirse en una mano apergaminada por las arrugas: “lo prenderé allá arriba, va a brillar muchísimo, va a iluminar mis plegarias”…
*Relato inconcluso sobre la Fiesta de la Cruz de Motupe o Chalpón, una de las expresiones religiosas más conmovedoras del norte del Perú.
La Fe en el turismo
De aquí para allá, con prisa y sin descanso… una pestañeadita más, por favor… No, no hay tiempo, la distancia es larga y la agenda recargada. Vamos, vamos, todos a la combi… “nooooo, otra vez no, duele, golpea, tortura”. Se enciende el motor, primera y arranca: otra vez al camino desnudo de asfalto… qué horror, qué espanto, seguro lo trazo un ingeniero que sufría del pulso.
Combi licuadora –quiero bajar-, combi epiléptica –ay, me golpeé la cabeza- combi que nunca llega -¿falta mucho?- Mejor no quejarse, mejor ver el paisaje: verde y ondulante; mejor escuchar la historia del ingeniero enamorado que… ¡Llegamos!, al fin, bravo, hurra, yupi. Bajar, acercarse, mirar y preguntar, pero rapidito no más. No hay mucho tiempo.
¿Qué está haciendo señora?, ¿le gusta su labor?, ¿desde cuándo crea maravillas en el telar?... ¿me podría enseñar?... risas relampagueantes, abiertas, sinceras, también nerviosas-, “qué preguntas raras hace usted”… clic, una foto; una queja: “ay, joven, me agarró desprevenida”; una excusa: así sale más guapa, más natural; “pero al menos una peinadita, pues, hubiera avisado”, protesta final.
Vuela el tiempo como quincena en casino. Otra vez a la combi… ¡noooooo!; otra vez el camino, los golpes, la epilepsia y el paisaje: ah, simplemente bello, te reconcilia con el mundo, alivia la incomodidad… caramba, vale la pena tanto zarandeo. ¿Adónde vamos ahora?... ¿cómo?, ¿una faena comunal?... ah, hum, ohh, bacán, chévere compadrito. Ojalá lleguemos pronto.
Parada número… ¿qué parada es?: quinta, sexta, tal vez ¿la séptima?... bueno, disculpen, traten de comprender, cualquiera se equivoca con tantas vuelta, menos Dios, claro, si es que existe, pero en todo caso él está en los cielos, aunque en este azaroso viaje por la selva norte –pesado, extenuante, sufrido… caray, pero qué hermoso es- parecía estar más cerca que nunca.
*Hasta aquí llegó el relato de un intenso recorrido por varios pueblos de la costa norte del Perú (regiones Amazonas y San Martín), donde Caritas del Perú impulsa el llamado Turismo Solidario. La noticia de que la nota no sería publicada, impidió que escribiera sobre lugares como Kuelap, el monumento prehispánico que grafica este post.
Protesta Aventurera
Si fuera una marcha de protesta los deportistas gritarían –con el puño en alto y parapetados tras una bandera enormemente rojiblanca- “que aquí y allá el miedo se acabo”; pero, algunos, quizás los más osados o los más precisos, clamarían: “aquí, en Huaraz, el miedo se acabo”.
Y la proclama sería tan justa, que los mismísimos policías encargados de custodiar -o reprimir- el orden, dejarían sus varas de goma, sus escudos protectores y hasta sus bombas lacrimógenas, para unirse al improvisado y desentonado coro que decreta el fin del miedo con total desparpajo.
Y después se plegaría todo el pueblo. El taxista que farfulla día y noche que no es justo, el bodeguero que masculla tras su mostrador que alguien quiere hacerles daño, el hotelero que se entristece de los pies a la cabeza al ver sus habitaciones vacías.
Pero como no es una marcha de protesta no hay gritos ni banderas rojiblancas; aunque si hay deportistas que levantan sus puños en señal de triunfo y policías que cambian las armas por alargados remos y, claro, también taxistas, bodegueros y hoteleros que hoy se muestran más optimistas y hasta sonríen un poquito.
Quizás porque todos se han dado cuenta que no hay mal que dure cien años, y que los estragos causados por aquella inesperada noticia, irían atenuándose de a pocos. Sin marchas, pero con acciones contundentes como la de aquellos chicos y chicas que llegaron a Huaraz a pesar del miedo.
Fue una cachetada al temor. Así se podría bautizar a la Semana del Andinismo 2003, porque días antes de su realización, la prensa difundió una nota informativa alarmante: una laguna amenazaba con desbordarse y ocasionar una terrible tragedia en Huaraz, la capital del Callejón de Huaylas.
*La laguna Palcacocha nunca se desbordó, pero la noticia espantó a los turistas que pensaban visitar Huaraz, y, aparentemente, también a los afanes creativos del redactor de esta nota. Quedó inconclusa. Gajes del oficio.
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