Hoy debería postear desde Cotahuasi, el cañón más profundo del mundo, pero diversas razones que no vale la pena explicar, atentaron contra esta nueva aventura. Y bien, ahora estoy en Lima, algo aburrido y abrumado. No por haberme quedado en mi ciudad, sino por que me siento solo, aislado y triste por una serie de razones, golpes, contrariedades que ensombrecen -temporalmente al menos eso espero- mis horas y mis días.
Lo mejor es tratar de no pensar en todo aquello que me entristece. Mejor creer que estoy en el pueblo del cañón, andando hacia la espectacular catarata de Sipia o fotografiando a los jóvenes entusiastas que participan en el VI Festival Ecodeportivo de Aventura Cotahuasi 2006, organizado -como todos los años- por la Asociación Ñan Perú (Camino Peruano).
Sí, debo imaginar que estoy allí para censurar los pensamientos aciagos que en estas horas amenazan con acorralarme, invadirme, apoderarse de mi voluntad, mis ganas y esperanzas, también de mi sueños. Debo luchar para evitarlo, pero no encuentro fuerzas. Estoy solo y no sé que hacer y cierro los ojos y pienso en mis viajes, en mi textos y fotografías. Pienso en Cotahuasi.
Y de pronto reviven los recuerdos de otras jornadas viajeras, de otros festivales en las alturas cotahuasinas y veo un hombre que vuela en el cielo de los cóndores y a un joven avezado que reta a la profundidad y se entromete en los dominios del cañón.
Recuerdas y sonríes y crees que ya no estás tan sólo, estás con tus vivencias y anécdotas andariegas, la joyas de tu tesoro personal. Sí, quizás mi único tesoro, quizás mi única riqueza. Y es que mi historia reciente -buena o mala, provechosa o inútil- la he escrito en los caminos, en los pueblos y comunidades.
Mi vida es una mochila repleta de anécdotas viajeras... y recuerdo los calambres recurrentes en mi primera visita a Sipia, esa poderosa catarata de 150 metros de altura; los pasos inciertos en un viejo puente colgante, las aguas relajantes de los baños de Luicho, el bailongo con la música del Ángel de La Unión y los brindis con vinos sin nombres, sin fama, irresistibles en sus botellas de cerveza o de gaseosa descartable.
En Cotahuasi debería estar ahora, disfrutando el festival; pero me quedé en Lima, con mis problemas, ah, claro, también con mi arsenal de recuerdos, que me hacen pensar que mi existencia, a pesar de los bajones y enredos personales, vale la pena. No tengo dudas, explorar los caminos es -al menos para mí- la mejor manera de vivir. La mejor manera de acabar con los problemas.
Lo mejor es tratar de no pensar en todo aquello que me entristece. Mejor creer que estoy en el pueblo del cañón, andando hacia la espectacular catarata de Sipia o fotografiando a los jóvenes entusiastas que participan en el VI Festival Ecodeportivo de Aventura Cotahuasi 2006, organizado -como todos los años- por la Asociación Ñan Perú (Camino Peruano).
Sí, debo imaginar que estoy allí para censurar los pensamientos aciagos que en estas horas amenazan con acorralarme, invadirme, apoderarse de mi voluntad, mis ganas y esperanzas, también de mi sueños. Debo luchar para evitarlo, pero no encuentro fuerzas. Estoy solo y no sé que hacer y cierro los ojos y pienso en mis viajes, en mi textos y fotografías. Pienso en Cotahuasi.
Y de pronto reviven los recuerdos de otras jornadas viajeras, de otros festivales en las alturas cotahuasinas y veo un hombre que vuela en el cielo de los cóndores y a un joven avezado que reta a la profundidad y se entromete en los dominios del cañón.
Recuerdas y sonríes y crees que ya no estás tan sólo, estás con tus vivencias y anécdotas andariegas, la joyas de tu tesoro personal. Sí, quizás mi único tesoro, quizás mi única riqueza. Y es que mi historia reciente -buena o mala, provechosa o inútil- la he escrito en los caminos, en los pueblos y comunidades.
Mi vida es una mochila repleta de anécdotas viajeras... y recuerdo los calambres recurrentes en mi primera visita a Sipia, esa poderosa catarata de 150 metros de altura; los pasos inciertos en un viejo puente colgante, las aguas relajantes de los baños de Luicho, el bailongo con la música del Ángel de La Unión y los brindis con vinos sin nombres, sin fama, irresistibles en sus botellas de cerveza o de gaseosa descartable.
En Cotahuasi debería estar ahora, disfrutando el festival; pero me quedé en Lima, con mis problemas, ah, claro, también con mi arsenal de recuerdos, que me hacen pensar que mi existencia, a pesar de los bajones y enredos personales, vale la pena. No tengo dudas, explorar los caminos es -al menos para mí- la mejor manera de vivir. La mejor manera de acabar con los problemas.
Comentarios
ari
Ari, gracias por el comentario y los ánimos.
Hace tiempo que no encontraba mensajes tuyos.
Saludos,
Arturo Gómez
www.gomezperu.bitacoras.com
ari.
Saludos y ya vienen nuevas aventuras, fotografías y crónicas.