
La suerte se torció a última hora y lo que era un viaje seguro se convirtió en travesía postergada hasta nuevo aviso, quizás dentro de un par de semanas, tal vez el día de San Blando que no tiene fecha ni cuando, como dice mi padre, quien también repite hasta el cansancio que no hay peor gestión que la que no se hace y que no se deben dejar las cosas para la última hora.
Mi padre culminaba sus filosóficas sentencias con un tajante “no sigan mi ejemplo” o algo parecido, en referencia a su hábito de dejar todo para el instante final. Lamentablemente no le he hecho caso -lo siento padrecito- porque en ese aspecto soy como tú, es decir, todo o casi todo lo hago a la última hora, al borde del cierre como se dice en las redacciones. Quién sabe si por eso me volví periodista.
Pero Explorando no tiene hora de cierre ni fecha de publicación. Así que no hay ningún motivo para apurarme con esta nota, más aún cuando ni siquiera debería estar aquí; sin embargo, aquí me tienen frente a la pantalla, golpeteando las teclas y dejando que las palabras salgan tal como vienen de mi mente, ofuscada y enjundiosa, también triste, porque hoy -¿ya se los dije?- no debería estar aquí.
Y es que si la suerte no se torcía a última hora -¿ya se los dije?- en este instante debería andar en Pisco (Ica) y Huaytará (Huancavelica) y en vez de decirle ¡¡¡No!!!.... por enésima vez a las vocecitas telefónicas que quieren venderme seguros de vida, teléfonos inalámbricos y servicios de acceso a Internet, estaría recorriendo las curvas y pendientes de la carretera de Los Libertadores.
Sí, debería estar en Tambo Colorado, un inédito complejo inca hecho de adobe, no de enormes bloques de piedra. Enclavado en una de las rutas milenarias que unían el Pacífico con los Andes, el complejo –que he tenido la suerte de visitar anteriormente- es casi ignorado por los viajeros, como si estuviera condenado a la indiferencia u opacado por el fulgor arquitectónico de Machu Picchu o Saqsaywaman.
Ni en Tambo Colorado ni en Huaytará, con su iglesia colonial erigida sobre muros incásicos. Otra vez en Lima y, para colmo de males, con un intenso dolor de rodilla, como si viniera de una larguísima y agotadora travesía. Qué se le hace, a veces los caminos se tuercen y te conducen a lugares que no esperabas. Sí, incluyendo la silla que está frente a mi computador.
Mi padre culminaba sus filosóficas sentencias con un tajante “no sigan mi ejemplo” o algo parecido, en referencia a su hábito de dejar todo para el instante final. Lamentablemente no le he hecho caso -lo siento padrecito- porque en ese aspecto soy como tú, es decir, todo o casi todo lo hago a la última hora, al borde del cierre como se dice en las redacciones. Quién sabe si por eso me volví periodista.
Pero Explorando no tiene hora de cierre ni fecha de publicación. Así que no hay ningún motivo para apurarme con esta nota, más aún cuando ni siquiera debería estar aquí; sin embargo, aquí me tienen frente a la pantalla, golpeteando las teclas y dejando que las palabras salgan tal como vienen de mi mente, ofuscada y enjundiosa, también triste, porque hoy -¿ya se los dije?- no debería estar aquí.
Y es que si la suerte no se torcía a última hora -¿ya se los dije?- en este instante debería andar en Pisco (Ica) y Huaytará (Huancavelica) y en vez de decirle ¡¡¡No!!!.... por enésima vez a las vocecitas telefónicas que quieren venderme seguros de vida, teléfonos inalámbricos y servicios de acceso a Internet, estaría recorriendo las curvas y pendientes de la carretera de Los Libertadores.
Sí, debería estar en Tambo Colorado, un inédito complejo inca hecho de adobe, no de enormes bloques de piedra. Enclavado en una de las rutas milenarias que unían el Pacífico con los Andes, el complejo –que he tenido la suerte de visitar anteriormente- es casi ignorado por los viajeros, como si estuviera condenado a la indiferencia u opacado por el fulgor arquitectónico de Machu Picchu o Saqsaywaman.
Ni en Tambo Colorado ni en Huaytará, con su iglesia colonial erigida sobre muros incásicos. Otra vez en Lima y, para colmo de males, con un intenso dolor de rodilla, como si viniera de una larguísima y agotadora travesía. Qué se le hace, a veces los caminos se tuercen y te conducen a lugares que no esperabas. Sí, incluyendo la silla que está frente a mi computador.
Comentarios
Pero, sabes sirvio para ese descanso de rodilla en tu caso y muslo en el mio, ahi nos vemos en el camino viajero.
Rody
Pero a este frustrado viaje debo agregar un adagio muy familiar: "Las cosas suceden por algo"...
Y en el último click, sencillamente, publicas una fotografía sensacional.
Saludos
A veces en los caminos surgen dolencias. Pero son gajes del oficio.
Saludos,