Hoy he vuelto de Huánuco, pero antes de contarles mis andanzas por aquellas tierras de los nobles Caballeros de León, quería compartir con Ustedes una breve crónica que hace algunos meses publiqué en la revista Cordillera al Límite del Ecuador.
No crean que es el cansacio y la pereza la que me llevan a "echar mano" al texto en mención. De ninguna manera. Es sabido por todos los lectores de Explorando
que en más de una ocasión me he autoproclamado como vago profesional o algo así, pero cuando se trata de contar un viaje -sobre todo por lugares poco conocidos como los que acabo de visitar- suelo ser bastante laborioso.
Así que mi proverbial vagancia no tiene relación con esta entrada. La causa es otra y trataré de explicársela en "dos papazos", porque este pechito viajero come papa, aunque no sé que hago escribiendo sobre papas, cuando debería estar contando que hoy, al abrir mi correo electrónico después de varias lunas, encontré un mensaje de la administradora del blog Rutas de Chaski.
En el correo en mención -vaya, parece que estuviera redactando un reporte policial- el remitente me indicaba que la crónica citada en párrafos anteriores -sigo con el lenguaje de comisaría- estaba al alcance de un clic, pero no el de Tula por si acaso... pucha ahora estoy farandulero. Cuídate Urraca.
Mil perdones. Creo que volver al llano me ha removido las neuronas. Bueno, decía que sólo necesitaba un clic para ver -por vez primera desde su publicación en abril- la crónica y las fotos que envié a Cordillera.
Confieso que al verla me sentí emocionado, sensación que es una constante desde mi primera publicación allá por el año 95. Mucha agua ha corrido desde entonces, pero esa mezcla de alegría con su pizca de orgullo, permanece intacta hasta ahora.
No es vanidad o un perverso egocentrismo el que produce esa sensación. Es otra cosa, quizás el saber que mi trabajo es valorado o el darme cuenta que decidí bien cuando empecé a viajar, escribir, hacer fotos del Perú.
Y es que vale la pena, siempre vale la pena jugárselas por lo que más nos gusta, más allá de las vicisitudes y los sinsabores que obstaculizan los caminos de un periodista freelancer.
Creo que estoy dándole muchas vueltas al asunto. Mejor los dejo con la crónica que motivo todo este parloteo que, estoy seguro, habría infartado a más de uno de mis profesores universitarios. Ellos no se cansaban de repetir que la concisión era una de las virtudes de un buen comunicador. No hay duda, nunca fui un gran estudiante.

No crean que es el cansacio y la pereza la que me llevan a "echar mano" al texto en mención. De ninguna manera. Es sabido por todos los lectores de Explorando
que en más de una ocasión me he autoproclamado como vago profesional o algo así, pero cuando se trata de contar un viaje -sobre todo por lugares poco conocidos como los que acabo de visitar- suelo ser bastante laborioso.
Así que mi proverbial vagancia no tiene relación con esta entrada. La causa es otra y trataré de explicársela en "dos papazos", porque este pechito viajero come papa, aunque no sé que hago escribiendo sobre papas, cuando debería estar contando que hoy, al abrir mi correo electrónico después de varias lunas, encontré un mensaje de la administradora del blog Rutas de Chaski.
En el correo en mención -vaya, parece que estuviera redactando un reporte policial- el remitente me indicaba que la crónica citada en párrafos anteriores -sigo con el lenguaje de comisaría- estaba al alcance de un clic, pero no el de Tula por si acaso... pucha ahora estoy farandulero. Cuídate Urraca.
Mil perdones. Creo que volver al llano me ha removido las neuronas. Bueno, decía que sólo necesitaba un clic para ver -por vez primera desde su publicación en abril- la crónica y las fotos que envié a Cordillera.
Confieso que al verla me sentí emocionado, sensación que es una constante desde mi primera publicación allá por el año 95. Mucha agua ha corrido desde entonces, pero esa mezcla de alegría con su pizca de orgullo, permanece intacta hasta ahora.
No es vanidad o un perverso egocentrismo el que produce esa sensación. Es otra cosa, quizás el saber que mi trabajo es valorado o el darme cuenta que decidí bien cuando empecé a viajar, escribir, hacer fotos del Perú.
Y es que vale la pena, siempre vale la pena jugárselas por lo que más nos gusta, más allá de las vicisitudes y los sinsabores que obstaculizan los caminos de un periodista freelancer.
Creo que estoy dándole muchas vueltas al asunto. Mejor los dejo con la crónica que motivo todo este parloteo que, estoy seguro, habría infartado a más de uno de mis profesores universitarios. Ellos no se cansaban de repetir que la concisión era una de las virtudes de un buen comunicador. No hay duda, nunca fui un gran estudiante.


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